El papa Francisco advirtió hoy de que en la actualidad puede hablarse de una tercera Guerra Mundial combatida "por partes", azuzada por intereses espurios como la codicia y permitida por una suerte de indiferencia cainita que ya consintió las atrocidades del pasado.
Esta es la síntesis de la encendida homilía que Bergoglio pronunció durante su visita a los cementerios de Fogliano Redipuglia, que albergan los restos de los miles de caídos en este frente del nordeste de Italia durante la Gran Guerra, de cuyo inicio se conmemora este año el primer centenario.
Serio, visiblemente emocionado y con un tono de voz creciente, el pontífice dijo que la guerra es "una locura" alimentada por conceptos como "la avaricia, la intolerancia y la ambición de poder" que a menudo encuentran justificación en la ideología y que lo destruye y lo trastorna todo.
Además criticó la indiferencia instalada en la sociedad, que ilustró con la respuesta con la que Caín negó ante Dios conocer el paradero de su hermano asesinado: "¿A mi qué me importa?".
"Sobre la entrada a este cementerio se alza el lema desvergonzado de la guerra: "¿A mí qué me importa?". Todas estas personas, cuyos restos reposan aquí, tenían sus proyectos, sus sueños... (...) La humanidad dijo: "¿A mí qué me importa?", recordó.
Una situación que parece estar repitiéndose en la actualidad, momento en el que, según refirió el obispo de Roma, podría decirse que se vive una tercera Guerra Mundial combatida por etapas mediante crímenes, masacres y destrucciones de toda índole.
Este belicismo globalizado se debe a que en la "sombra" de la sociedad convergen lo que denominó como "planificadores del terror", o lo que es lo mismo, "intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y de poder" y una industria armamentística cuyo corazón está "corrompido" por "especular con la guerra".
El papa instó a los fieles "con corazón de hijo, de hermano y de padre", a "llorar", es decir, a reaccionar ante el belicismo y a abandonar la postura de Caín, que tras asesinar a Abel no derramó ninguna lágrima.
Tal y como hiciera san Juan Pablo II en 1992, sus palabras de paz repicaron esta lluviosa mañana en los páramos de dicha región norteña de Italia que hace exactamente un siglo se cuartearon de trincheras convirtiéndose en uno de los frentes más encarnados del conflicto.
El papa ha dado numerosas muestras de sensibilidad por los episodios bélicos que se suceden en el mundo y en sus distintas apariciones públicas no ha dudado en exigir el cese de las armas en zonas como Ucrania, Oriente Medio, Libia o la República Centroafricana.
Pero la primera Guerra Mundial permanece especialmente en su memoria por las "dolorosas historias" que le narró su abuelo, Giovanni Bergoglio, soldado en la batalla de Piave (en este mismo frente) y cuyo historial militar le fue entregado por parte de Roberta Pinotti, ministra de Defensa de Italia.
Para conmemorar esta trágica efeméride, el papa llevó a cabo este viaje pastoral de apenas cinco horas en el que visitó los camposantos de ambas partes beligerantes.
En primer lugar rezó en solitario el cementerio austrohúngaro, donde yacen en suelo italiano 14.550 combatientes del Eje Central y por último acudió al sagrario militar de Redipuglia, que contiene los restos de 100.000 soldados de nacionalidad italiana.
Este último fue el escenario donde Francisco llevó a cabo su misa y su homilía, en la que participaron los cardenales de Viena y Zágreb, además de obispos de Austria, Croacia, Hungría y Friuli-Venecia Julia y de autoridades civiles y militares.
A ellos les fue entregada la conocida como "luz de San Francisco", una pequeña lámpara de cristal cedida por el monasterio de Asís y en la que aparece inscrito el salmo franciscano "donde haya tinieblas ponga yo la luz".
Esta lámpara, que constituye un símbolo por sí misma en el que el cristal representa la pureza y la llama la fuerza, deberá permanecer encendida en todas las conmemoraciones de la Gran Guerra que los obispos oficien en sus respectivas diócesis.