EL PARTIDO NACIONAL: LA DERECHA FANTASMAL

El martes 21 de agosto, los principales dirigentes del Partido Nacional se dedicaron a afinar los últimos borradores del proyecto de acuerdo que presentarían en la Cámara de Diputados para declarar que el gobierno de Allende estaba sobrepasando la Constitución.

Era la acción política más contundente que habían tenido durante el gobierno de la UP. El documento original fue redactado por el abogado Enrique Ortúzar, ex ministro de Jorge Alessandri y principal constitucionalista de la derecha.

- El, un hombre muy considerado, me llamó para que discutiéramos este tema en la casa de [el senador] Francisco Bulnes -recuerda el entonces diputado Hermógenes Pérez de Arce-. Pero ya estaba listo. Bulnes le hizo algunas anotaciones y [el diputado] Mario Arnello se puso en contacto con [el diputado] Claudio Orrego para que fuera revisado en la DC. Se lo llevaron a Patricio Aylwin. Ellos, obviamente, lo suavizaron, pero lo que quedó, el fondo del documento, era lo mismo.

El gran triunfo del PN no era, en estricto sentido, la formulación del documento, sino más bien la participación de la DC, el partido en el que tantos esfuerzos empeñó para formar la alianza denominada Confederación Democrática (CODE), donde estarían también el segmento de derecha escindido del Partido Radical, la Democracia Radical, y otro fragmento del mismo partido emigrado desde la UP, el Partido de Izquierda Radical.

El PN fue el principal partido opositor a la UP. Su decisión quedó instalada en el Congreso Pleno, en 1970, cuando sus parlamentarios se negaron a confirmar a Allende como Presidente. A partir de ese momento, la UP y el PN se declararon una enemistad absoluta y vociferante. Pero alguien exageraba en algún punto.

Después de los desastrosos resultados obtenidos por los dos partidos de derecha, el Conservador y el Liberal, en las elecciones parlamentarias de 1965, que según el historiador Juan Carlos Arellano confirmaron "el naufragio de su larga decadencia" con su 12,5%, se fundó el PN en 1966. El origen inmediato de esta devastación estuvo en las presidenciales de 1964, cuando, aterrados ante el avance de Salvador Allende, conservadores y liberales apoyaron sin condiciones a Eduardo Frei Montalva y abandonaron a su candidato, el radical Julio Durán. Después de eso, era unirse o morir.

El aglutinador fue el nuevo Partido de Acción Nacional, cuyas figuras más destacadas eran Sergio Onofre Jarpa, Jorge Prat y Mario Arnello. Ellos convocaron a los huérfanos de los dos conglomerados históricos, a algunos independientes y a un sector de los nacionalistas. El PN nacía como un ave Fénix aún herida.

La irrupción de la UP le dio una razón más poderosa para existir, pero en ningún momento de los tres años de Allende esta derecha tuvo el peso necesario para frenar por sí sola el avance del proyecto socialista; no había oposición plausible sin el concurso de la DC. Durante todo ese tiempo no emergió de sus filas ningún líder que pudiera equiparar la figura histórica de Jorge Alessandri.

La CIA, aunque apoyaba su trabajo, tenía una opinión muy crítica sobre el PN. Ya el 9 de febrero de 1972, un informe concluyó: "Organizacionalmente el partido es aún débil, con poca actividad continua. Aunque parece estar libre de divisiones ideológicas y faccionalismo, carece de liderazgo a tiempo completo y de profundidad para planear y organizar apropiadamente a sus bases nacionales".

La CIA responsabilizaba a Jarpa de estos problemas. El 22 de febrero de 1973, poco antes de las parlamentarias, otro cable señalaba que el PN "no está organizacionalmente listo para estas elecciones. El principal responsable de esta falla es el presidente del PN, Sergio Onofre Jarpa. Jarpa no se ha interesado en construir un partido de bases amplias, y lo que la estación ha sido capaz de lograr, ha sido a pesar de Jarpa o sin su conocimiento. En el segundo peldaño existen líderes talentosos, como el actual secretario general, Patricio Mardones, el candidato a diputado Gustavo Alessandri y los candidatos senatoriales Fernando Ochagavía y Sergio Diez, quienes sueñan con construir un partido liberal moderno y tratarán de reemplazar a Jarpa después de la elección".

En agosto de 1972, el PN organizó un grupo de "autodefensa", el Comando Rolando Matus, integrado por jóvenes aficionados y destinado a proteger las marchas de protesta. Ni siquiera era muy original: se inspiraba en las Brigadas Ramona Parra del PC y Elmo Catalán, del PS. Tomaba el nombre de un militante de la juventud asesinado en Pucón y entrenaba en una bodega en Estación Central. "Era todo muy marcial, usaban linchacos, pero no eran más de 80 o 100 personas en Santiago", dice el ex dirigente juvenil Roberto Palumbo. El líder era Patricio Lagos, un agricultor de Curicó que respondía en línea directa a la dirigencia de la JN, presidida por el abogado Juan Luis Ossa. "El mayor aporte", dice Palumbo, "fue dar mística a la juventud". Su grito de guerra: "¡Compañero Rolando Matus! ¿Quién lo mató? ¡Los comunistas¡ ¿Quién lo vengará? ¡Los nacionalistas!".

El PN buscó la vía institucional para frenar al gobierno hasta comienzos de 1972. En enero de ese año consiguió su primera alianza importante con la DC en una acusación constitucional para destituir al ministro del Interior, José Tohá. En los siguientes intentos, el gobierno replicó cambiando a los ministros de posiciones, unos "enroques" que la Constitución no prohibía. Este fue uno de los "resquicios" que un agudo abogado del gobierno, Eduardo Novoa Monreal, ideó para hacer avanzar el socialismo dentro de los marcos de la legislación. El PN se dedicó a detectar y denunciar estos "resquicios".

Pero su problema permanente era la renuencia de la DC a establecer una alianza entre la derecha y el centro. Los momentos propicios fueron el paro de los transportistas en octubre de 1972 -respaldado, pero no guiado por el PN- y las parlamentarias de marzo de 1973, donde esperaban reunir los dos tercios necesarios para destituir al Presidente. Como no lo consiguieron, una parte del PN entró en la lógica del golpe de Estado.

Sólo una parte. En julio de 1973, los senadores Aniceto Rodríguez (PS) y Alberto Jerez (IC) se acercaron al jefe del comité senatorial del PN, Sergio Diez, para abrir una línea de diálogo con el ejecutivo. Sabían que Jarpa no lo aceptaría. Diez les propuso trabajar en la idea de un gobierno de transición para los siguientes tres años. El proceso, con Allende incluido, quedaría presidido por el abogado radical Raúl Rettig, entonces embajador en Brasil. Como era previsible, Allende rechazó la idea de manera virulenta y les recordó a los negociadores que había sido elegido, no por todos los chilenos, sino por una mayoría popular, y que no abandonaría la finalidad de construir el socialismo.

Para agosto -cuando se acercaba a su triunfo-, el PN estaba agotado y malamente unido. Le pesaba un defecto de nacimiento, las tres cabezas de su tronco original: los conservadores del mundo agrario, los industriales proteccionistas de la sustitución de importaciones y los liberales de cuño clásico partidarios del libre mercado. El PN no tenía un proyecto de desarrollo unificado. Esto explica por qué cuando la Armada decidió emprender la destitución de Allende no fue a hablar con el PN, sino con la Sociedad de Fomento Fabril, entonces liderada por el empresario metalúrgico Orlando Sáenz. Y explica también por qué el vicealmirante José Toribio Merino hizo sus sondeos, no con los líderes políticos de la derecha, sino con sus amigos empresarios de la Cofradía Náutica del Pacífico Austral.

LA DC: LA PROCESION VA POR DENTRO

Los democratacristianos "nos fuimos enmierdando con el tiempo". Esta afirmación del entonces diputado Mariano Ruiz-Esquide resume el sentimiento de la que fue la primera fuerza electoral durante todo el gobierno de la UP. El martes 22 de agosto de 1973, ese sentimiento se materializó en una decisión inesperada de todos sus parlamentarios: sumarse en masa al proyecto de acuerdo de la Cámara de Diputados propiciado por el PN.

El texto, que en lo principal denunciaba el quebrantamiento del orden constitucional por parte del gobierno y pedía al Presidente y -más peligrosamente- a los ministros militares que velaran por la legalidad, fue visto en la UP como un llamado al golpe de Estado y como el fin práctico de las conversaciones entre la DC y el gobierno... cuando éstas apenas cumplían un día.

El acuerdo se había gestado sólo unos días antes, cuando los diputados Claudio Orrego y César Fuentes recibieron una propuesta del PN, que revisó y aprobó Patricio Aylwin. Hasta la mañana del 22, sólo había un borrador escrito a mano. Poco antes de las 11, la directiva del PDC tuvo una nueva reunión, esta vez con parlamentarios del ala izquierda, Mariano Ruiz-Esquide y Claudio Huepe y el ex candidato presidencial Radomiro Tomic, que venía de conversar con Allende y quería transmitir su preocupación.

En el encuentro se decidió aprobar el texto, a condición de que quedara establecido que el acuerdo no era un llamado al golpe, dice Ruiz-Esquide. El senador del Partido de Izquierda Radical (PIR) Luis Bossay reforzó esa perspectiva del texto. El encargado de presentar la postura del PDC era su secretario nacional, Eduardo Cerda. Sin embargo, él no llegó al debate y finalmente fue el jefe de la bancada, José Monares, quien hizo las observaciones. El mismo Monares estaba inseguro de ellas; junto a Huepe y Ruiz-Esquide, intentó representar las dudas al líder de su sector, Bernardo Leighton: "Su respuesta fue clara: 'Es peor que no hagamos nada como Cámara, porque le dejamos el punto libre a la derecha y a los militares que quieren golpear'. Eso nos llevó a votar", recuerda Ruiz-Esquide.

Quienes presentaron el proyecto fueron los nacionales Mario Arnello, Silvio Rodríguez y Mario Ríos, el PIR Roberto Muñoz y los DC José Monares, Carlos Sívori, Eduardo Sepúlveda, Lautaro Vergara, Arturo Frei, Alfonso Ansieta y Gustavo Ramírez. El debate se prolongó por varias crispadas horas.

Pasadas las 21.30, según recuerda el ex diputado Luis Pareto, "me llamó Renán Fuentealba y me dijo que las conversaciones habían fracasado". El ex diputado Maira, asignado para dar el discurso en defensa de Allende, le dijo a Ruiz-Esquide que esto era como "la destitución de Balmaceda".

Finalmente, el proyecto se aprobó a las 21.49 por 81 votos contra 47, en bloque, sin deserciones ni sorpresas, toda la CODE contra toda la UP.

El 24 de agosto, Allende respondió al acuerdo afirmando que no tenía ninguna validez jurídica y que el único camino para que el Congreso se pronunciara sobre la legitimidad del gobierno era a través de una acusación constitucional, para la cual la oposición no tenía los votos suficientes.

Con esa votación, la DC culminaba otro capítulo de su larga historia de desgarros frente a la izquierda. Después de su fundación en 1957, el partido había tenido un ascenso tan espectacular, que en siete años ganó el gobierno con Eduardo Frei Montalva. El sesgo anticomunista de la campaña enojó a su amigo y competidor socialista, Allende, que le devolvió los ataques con el desaire de no visitarlo nunca en La Moneda. El secretario general de PS, Aniceto Rodríguez, puso el broche a la enemistad: "Les negaremos la sal y agua".

El gobierno de Frei tomó medidas de avanzada en sus dos primeros años (y con ello obligó al PS a desplazarse más hacia la izquierda), pero ya en el tercero se sumía en la tensión de tres sectores: los "freístas", fieles al Presidente; los "terceristas", que apoyaban la futura candidatura de Tomic con una convocatoria de unidad hacia la izquierda; y los "rebeldes", que se agrupaban en la Juventud y agudizaban sus críticas hacia el gobierno. Los "rebeldes" se fueron para formar el Movimiento de Acción Popular Unitaria (Mapu) en 1969; los "terceristas" permanecieron para empujar la candidatura de Tomic; y Frei -criticado por la derecha como el "Kerensky chileno"-recibió con enojo el triunfo de Allende.

Tras las elecciones de 1970, la DC impuso un "Estatuto de Garantías Constitucionales" como condición para confirmar a Allende en el Congreso. El 8 de junio de 1971, el ex ministro del Interior de Frei, Edmundo Pérez Zujovic, fue asesinado por el grupúsculo de ultraizquierda Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP), en un episodio que sacudió a toda la DC y desde luego a quienes habían sido sus adversarios internos. En la DC se impuso la idea de que el gobierno era incapaz de controlar a la ultraizquierda.

Peor aún, tenía continuas sospechas sobre la infiltración de la izquierda en sus filas. Dos de sus desgarros -el Mapu en el 69 y la Izquierda Cristiana en el 71- se habían ido hacia la UP, y aunque importantes figuras del Mapu habían "retrocedido" hacia la IC, ninguna había vuelto a su alma mater.

"Dentro de la DC había sectores que eran muy activos en promover el diálogo y otros que no teníamos fe en que tuviera efecto", recuerda el entonces senador Andrés Zaldívar. En mayo de ese año, la división volvió a expresarse en la Junta Nacional. La mesa presidida por Renán Fuentealba, situado en el flanco izquierdo, cayó a manos de Patricio Aylwin, jefe del freísmo. "Nuestra posición, que era llegar a entendimientos con el gobierno para asegurar la continuidad democrática, perdió frente a una postura que pedía actuar más drásticamente", dice el entonces secretario nacional, Belisario Velasco. La nueva mesa quedó conformada, además de Aylwin, por el diputado Eduardo Cerda en la secretaría general y por los vicepresidentes Osvaldo Olguín y Felipe Amunátegui.

La lucha interna también se volvió más áspera. Velasco recuerda un consejo nacional de ese año, donde Leighton intervino con crudeza:

-Aquí hay consejeros nacionales, como Juan de Dios Carmona y Juan Hamilton, que han participado de reuniones con la derecha y estarían en apoyo de una cosa que atentara contra la institucionalidad.

-Bernardo -replicó uno de los aludidos-, no acepto que tú insinúes que yo estoy por algo que quiebre la democracia.

-Te equivocas -dijo Leighton-. No insinúo nada: lo estoy afirmando.

El entonces presidente de la Cámara, Luis Pareto, dice que, en efecto, "había un grupo, encabezado por Juan de Dios Carmona, que se resistía a cualquier acuerdo. Era el Altamirano de la DC".

Hacia agosto de 1973, cada grupo seguía su propio rumbo. Allende sabía que no ganaba nada esencial sin convencer al líder de la DC, Frei, aunque Leighton, Fuentealba y Velasco explorasen con él un acuerdo que incluía un plebiscito. En los últimos días de julio Allende pidió al cardenal Silva Henríquez que gestionase una reunión privada con Frei. Pero el líder de la DC se negó una y otra vez, hasta que el cardenal acudió a Aylwin. Antes de la cena, el Presidente mostró la renuncia del general Ruiz Danyau y desplegó su elocuencia para describir la posición del gobierno y su deseo de acuerdo con la DC. Aylwin lo enfrentó con los conflictos más concretos y Allende designó para resolver algunos de ellos al empresario Víctor Pey y los restantes, al conciliador dirigente socialista Carlos Briones, al que Allende pretendía nombrar ministro del Interior.

Pero el martes siguiente la DC apoyó el acuerdo de la Cámara y el diálogo con Briones se fue disolviendo entre las disensiones de la UP y el rechazo frontal del PS. "Desde ese momento, el país entró en un tobogán, todo el mundo sabía que íbamos a caer en algo… El fracaso en las conversaciones entre Allende y Aylwin provocó el quiebre definitivo", dice Zaldívar.

En los primeros días de septiembre, Frei y la dirección de la DC concibieron la idea de que todos los poderes elegidos renunciaran a sus cargos para rebarajar las posiciones. El domingo 9, a petición de los presidentes regionales, los parlamentarios entregaron sus renuncias a la mesa. Frei redactó la suya.

Ya no servía.

LA IGLESIA CATOLICA: EL REBAÑO INQUIETO

El jueves 23 de agosto, una gran multitud se agolpó en la Plaza de la Constitución para repudiar el acuerdo de la Cámara de Diputados y reforzar su respaldo a Allende. Al término de la concentración hubo incidentes en las calles del centro de Santiago. Los transeúntes se enfrentaron a gritos, se insultaron y a veces se trenzaron a puñetes.

El cardenal Raúl Silva Henríquez contempló los sucesos con desaliento. Parecía imposible que en este clima pudiese prosperar el diálogo al que estaba llamando y que había tenido una expresión culminante en su propia casa, en la cena entre Allende y Aylwin, el viernes 17. Después de esa noche, el lunes 20 se habían reunido Aylwin con el socialista Carlos Briones y ya habían resuelto algunos conflictos menores. Pero el 22, la DC se había sumado en bloque al acuerdo contra el gobierno, mientras el PS se oponía a que el Presidente nombrara a Briones como ministro del Interior. El país estaba demasiado fracturado. El insistente llamado del cardenal a "matar el odio" caía en tierra yerma.

Las filas de la Iglesia también sufrían esa división. Para mediados de 1973, se distinguían dentro de ella a lo menos tres sectores: una mayoría del Episcopado, dirigido por Silva Henríquez, que quería mantener a la Iglesia lejos de los partidos políticos, aunque era proclive al cambio social; algunos obispos, más bien minoritarios, que pugnaban en favor de una Iglesia tradicional, conservadora y antimarxista; y un grupo significativo de sacerdotes que apoyaban a la UP y que en algún caso habían entrado en la liza política.

Estos últimos habían comenzado a trabajar en el mundo pobre con la inspiración del sacerdote jesuita Alberto Hurtado, durante los 50, pero su eclosión tuvo lugar en 1963, durante la Gran Misión de la Iglesia de Santiago, organizada por Silva Henríquez y sus vicarios. Los sacerdotes se trasladaron a las zonas rurales y a los barrios obreros de la capital, creando nuevas parroquias y grupos cristianos populares. Cuatro años después, tomó un nuevo impulso con el Sínodo Pastoral de 1967, que demandó más participación de los laicos en las decisiones de la Iglesia.

En 1968 surgió en una parroquia de Barrancas la "Iglesia Joven", cuya primera acción fue repudiar la visita del Papa Paulo VI a Colombia, donde dos años antes había sido abatido Camilo Torres, el primer sacerdote integrado a la guerrilla en el continente. En el grupo "Iglesia Joven" participaban laicos, pero también algunos sacerdotes. Ocho de ellos lideraron al grupo (de unas 200 personas) que en agosto de 1968 ocupó la Catedral de Santiago y colgó un lienzo llamando a la Iglesia a estar "con el pueblo y su lucha".

Al año siguiente se produjo la ruptura de la DC que dio origen al Mapu. La mayoría de sus fundadores había pertenecido a la Acción Católica y eran amigos de muchos sacerdotes. Uno de sus líderes, Enrique Correa, había sido seminarista, y otro, José Aguilera, presidente del Movimiento Obrero Católico mundial. Ambos formaron parte de la comisión política del Mapu.

En abril de 1971, mientras la Conferencia Episcopal sesionaba en Temuco, en Santiago se presentó un grupo de sacerdotes, liderados por el jesuita Gonzalo Arroyo, que se denominó Cristianos por el Socialismo. Decían ser 80 y pertenecían a diferentes diócesis y congregaciones. Entre sus inspiradores estaba el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, que el año anterior había publicado su Teología de la Liberación. En cuatro meses, "los 80" se convirtieron en "los 200" y para abril de 1972 anunciaban un encuentro latinoamericano.

En respuesta, sacerdotes cercanos a Silva Henríquez prepararon un documento de rechazo a la politización y de respaldo a los obispos. Lo firmaron unos 600 sacerdotes de todo el país. Como otros grupos de la sociedad, el mundo sacerdotal también estaba quebrado. Curiosamente, varios de los fundadores de los Cristianos por el Socialismo -como los padres Alfonso Baeza, Mariano Puga y Pablo Fontaine- mantuvieron su cercanía con Silva Henríquez, quien les profesaba simpatía. No fue así con Arroyo, a quien el cardenal convirtió en el símbolo de una división provocada por la obsesión ideológica.

Silva Henríquez se enfrentó a "los 200" y a sus invitados externos en una ya legendaria reunión en el auditorio de Cáritas. Con su peculiar energía, les dijo que el prestigio de la Iglesia chilena se debía a su temprana defensa de los más pobres, a su trabajo pastoral en los sectores populares y a su convicción de que Cristo, y no Marx, era la fuente de salvación. Nadie podría acusar a esta Iglesia de ser reaccionaria.

El encuentro sembró la indignación entre los invitados extranjeros y la confusión en los chilenos. El movimiento Cristianos por el Socialismo no volvió a realizar ninguna reunión de esa envergadura y su poder expansivo original se fue disolviendo mes por mes.

Para 1973, ya no era una fuerza importante y el lenguaje de sus declaraciones estaba más cerca del "polo revolucionario" de la UP que del gobierno. Percibiendo la amenaza que el grupo representaba para la Iglesia, el propio Allende tomó distancia: eran más valiosas sus relaciones con el cardenal -siempre invitado a las celebraciones del Día del Trabajo- y el Episcopado que con una facción que los contrariaba.

El quiebre interno del Mapu terminó por demoler al grupo. De la densa red tejida entre ese partido y los curas populares, muchos se vieron en la encrucijada de optar por unos u otros, y la mayoría prefirió no tomar partido y mantener sus relaciones con todos.

En mayo de 1973, el Presidente Allende acudió al cardenal Silva Henríquez para intentar un acercamiento con la DC y, especialmente, con Frei. Allende le pidió una gestión para reunirlos en privado. El cardenal lo intentó, pero Frei, que se sentía agraviado por los insultos de la prensa oficialista en su contra, rechazó la idea.

Mientras la polarización aumentaba y las salidas políticas se cerraban, el cardenal insistió en su petición, esta vez ante el presidente de la DC, el senador Aylwin, que pidió la autorización de Frei antes de concurrir. En la cena del 17 de agosto hubo una discusión respetuosa y dura, y cuando los comensales se despidieron, Silva Henríquez quedó con la esperanza de que podría abrirse una ventana para salir del entrampamiento.

En la semana siguiente, esa esperanza comenzó a desvanecerse.