El evento más importante de la arquitectura mundial quiere dejar de lado los egos individuales, para abocarse a los logros de la disciplina en estos últimos 100 años. Invitado por el director general Paolo Baratta, este año el curador del evento, el holandés Rem Koolhaas, decidió que en la 14ª edición de la Bienal de Venecia no hay espacio para las estrellas en solitario. Tampoco para la celebración de lo contemporáneo. Lo que propone Koolhaas es reflexionar sobre uno de los acontecimientos clave de la historia universal que afectó sin duda la práctica arquitectónica: la llegada de la modernidad.
Tras la II Guerra Mundial, el mapa político-social cambió y los países en conflicto tuvieron que reinventarse. "Fue doloroso, algunos países han estado obligados a modernizarse aceleradamente. Sin embargo, esta no es una muestra del pasado, de lo que hemos perdido, sino de lo que hemos ganado, de la respiración de la arquitectura del futuro", dijo ayer el arquitecto y ganador del Pritzker en el 2000, durante la conferencia que dio la partida oficial a la bienal.
Durante 95 días, 65 países desplegarán sus propuestas en tres exhibiciones que se cobijan bajo el nombre de Fundamentos. La principal es Absorbiendo modernidad 1914-2014, donde los pabellones nacionales exploran sus procesos de modernización. "Hay una anulación de las características nacionales en el camino hacia la adopción casi universal de un único repertorio de tipologías modernas", explicó Koolhaas. Allí están desde Albania, Brasil, Canadá, pasando por EE.UU, China, Rusia, Malasia y también Chile, que exhibe una investigación sobre el sistema de construcción de origen soviético implementado por Salvador Allende en 1972.
La otra exposición es Elementos de la Arquitectura, que reúne el pasado, presente y futuro de objetos funcionales a la arquitectura: puertas, ventanas, pisos, muros y cómo han ido evolucionando y reflejando épocas y modas. Para terminar con Monditalia en el sector Arsenales de Venecia, donde se explora la historia de Italia a través del cine, la danza y el teatro, con eventos que se desarrollarán durante los seis meses de la bienal. "Italia es un emblema de la situación global, en la que muchos países se están equilibrando, entre el caos y la realización de todo su potencial. Es un retrato integral del país de acogida", dice Koolhaas.
Haciéndose moderno
Absorbiendo la modernidad es por lejos la exposición más esperada del evento: haciendo uso de su creatividad y propias experiencias, los 65 países invitados demuestran su aspiración para ser cada uno protagonista en el mundo cosmopolita de la arquitectura.
EE.UU., por ejemplo, un viejo conocido del certamen y potencia en todo término, exhibe su papel como exportador de arquitectura: cinco de las 10 mayores oficinas de arquitectura mundial tienen su sede principal en ese país. La historia de ellas se muestra a través de folletos y maquetas, al mismo tiempo que su propio pabellón se convierte en una nueva oficina "Office US", creada para el evento y que trabajará en proyectos que se exhibirán finalizada la bienal.
Israel, que debuta este año, exhibe el caso de los Uburbs: mutaciones residenciales que fueron resultado de un plan maestro, puesto en marcha por Ariel Sharon en 1951, que estuvo dirigido a construir pueblos prefabricados y así acelerar el crecimiento urbano de forma heroica. El recorrido incluye material histórico, fotografías y una intervención "artístico-poética", donde varias máquinas automáticas dibujan diagramas sobre un piso de arena, borran y dibujan otra vez en un eterno loop.
Otro pabellón que muestra una dimensión desconocida es Australia, con 11 proyectos no construidos en 100 años, que van desde una catedral en el centro de la ciudad, hasta un refugio para activistas en el bosque y que se exhiben usando modelos 3D de realidad aumentada y animaciones con voz en off.
Brasil es uno de los que absorbe de manera más interesante los preceptos de la arquitectura moderna, utilizándola para fortalecer su identidad nacional. En Venecia muestra la evolución cronológica de la arquitectura local con un énfasis especial en el trabajo del urbanista Lucio Costa y el arquitecto Oscar Niemeyer, moderno por excelencia, que tuvo a su cargo la construcción de Brasilia, pensada especialmente para ser la capital federal y que alberga algunos de los edificios modernos más emblemáticos de Latinoamérica.