Aquella madrugada del 12 de abril de 2015, Jorge Jarpa Vrandecic (58 años) abandonó su hogar en silencio. Su familia conocía las intenciones del patriarca, sabían que a las 8 de la mañana iba a correr, por lo que nadie se extrañó con los ruidos que hizo en la cocina mientras desayunaba, a las 4 de la mañana. A las 6 tomó su bolso de deportes y, vestido de corto, condujo en dirección a La Moneda convencido que al regresar a su hogar lo haría transformado en un ganador.

Jarpa se juramentó a sí mismo que, aunque fuese una locura, completaría los 42 kilómetros del Maratón de Santiago. Lo recordó en todo momento. Cuando amarró sus zapatillas y durante el calentamiento la promesa se repetía en su cabeza como un mantra, mientras, en la casa, su mujer y sus dos hijos seguían creyendo en que ese domingo el papá sólo correría una distancia menor. "No quise avisarle a nadie que iba a correr los 42 mil metros. Mi señora me iba a decir que estaba loco y mis hijos se reirían. Preferí dejarlo en secreto hasta el regreso", confiesa el ingeniero comercial y docente universitario.

Y claro, fue descabellado pues realizó lo impensado: en 6 horas, 12 minutos y 53 segundos logró cruzar la meta, transformándose en el penúltimo en completar la carrera.

"Me preparé durante seis meses para esta prueba. Fue mi primer maratón. La verdad es que estuve muy bien al principio, completé los 21 kilómetros en poco más de dos horas", comenta Jara sobre el comienzo de la hazaña. Él, al igual que muchos otros corredores, llegó al fondismo desde otro deporte; en su caso el fútbol. Jara se preparó de forma autodidacta, corriendo en distintas superficies, pero nunca guiado por un instructor.

Su hija, Melanie, fue quien lo introdujo al running. Fue en una corrida de 5 kilómetros. De ese momento la distancia fue creciendo paulatinamente, hasta llegar a los 21k. "Nunca hice más que 21 kilómetros para correr Santiago, pienso que ése fue mi gran error", reconoce ahora, a casi un año de la experiencia límite.

A su juicio, la exigencia del maratón comienza después de la mitad. "Cuando vas corriendo en la rotonda Quilín hacia Vitacura es la parte más desgastante del maratón porque ahí está la pendiente más extensa. Ahí veía cómo los chicos jóvenes me pasaban y yo subía apenas", rememora. Y continúa: "Sabía que el cuerpo aguantaría hasta los 25 ó 30 kilómetros, y que el resto sería pura cabeza, puro corazón. Ahí  tuve que parar (kilómetro 30). Me dieron unos geles energéticos, pero vomité; luego pedí comida a la gente, y volví a vomitar".

La accidentada carrera debía finalizar. Jorge lo tenía claro y, junto a otros dos corredores, se empeñó en llegar. "Íbamos corriendo los tres, y pasaba el bus de la organización diciéndonos que paráramos, que ya no valía, que no iba a haber nada al llegar. Era desmotivante", comenta. Uno se bajó. Él, junto al otro compañero, terminó. Y es irrisorio porque no quiso ser el último y remató a cinco metros del final, superando al último por sólo dos segundos.

Lo primero que pensó cuando llegó fue la simbólica presea: "Lo único que me preocupé era de la medalla. Ya habían guardado todo y tuvieron que desembalarlas para entregármela... Después me preocupé de hidratarme y todo lo demás".

Corriendo Santiago, Jorge Jarpa Vrandecic perdió  5 kilos de peso corporal, vació sus reservas de glucógeno y se deshidrató. Pero ganó una experiencia que atesora, una locura para toda la vida.