El poder de las hombreras

<img style="padding-bottom: 0px; margin: 0px; padding-left: 0px; padding-right: 0px; padding-top: 0px" border="0" alt="" width="50" height="15" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200911/586904.jpg" />Símbolo de la moda ochentera, comenzaron a reaparecer tímidamente en las pasarelas de 2007 y hoy son golosina predilecta de muchos diseñadores internacionales.




Cualquier mujer que tenga edad suficiente como para leer este artículo se acordará de aquellos días en los que el cajón de ropa interior femenina no sólo tenía calzones y sostenes, sino también dos piezas de espuma de poliuretano. Gracias a la magia del velcro o la ayuda de unos simples broches, estos trozos se afirmaban en los breteles, para levantar los hombros de blusas y chaquetas. Con estas salvadoras hombreras de quita y pon, hasta la prenda más vieja ganaba vigencia y sus usuarias se sentían como unas reinas, poderosas, dueñas de sí mismas y con la cabeza, literalmente hablando, muy bien puesta sobre los hombros.

Eran los años 80 y las féminas tenían un gran deseo a la hora de vestirse: parecerse a los hombres. Empeñadas en competir de igual a igual en un mercado laboral que recién se abría para nosotras –no olvidemos que esa fue la era dorada de los yuppies, de Wall Street, de la Chica Material de Madonna–, le rindieron pleitesía al traje pantalón, símbolo de la vida ejecutiva. La muy masculina silueta triangular, de espaldas anchas, se impuso con tanta fuerza como el pelo con kilos de laca o mousse y el maquillaje de colores potentes. Todo el look parecía decir: "Soy fuerte, soy inteligente. Mi cerebro es lo importante".

En esos días, los diseñadores miraron hacia los años 40, cuando las mujeres, inmersas en el masculino mundo de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a usar prendas de aspecto militarizado. Su inspiración se tradujo en una propuesta que hoy se conoce como Power Dressing (vestimenta para el poder). Los franceses Thierry Mugler (Estrasburgo, 1948) y Claude Montana (París, 1949) fueron sus principales impulsores. Sobre las pasarelas, sus maniquíes eran unos triángulos perfectos, desde la manera en que se aplicaban el rubor hasta la silueta de las chaquetas o tops.

Sin embargo, una diseñadora más anónima tuvo tanta influencia como esta dupla a la hora de definir los parámetros imperantes en el clóset femenino de los 80. Se llamaba Nolan Miller y su función era vestir a las actrices de la serie de televisión ícono de su tiempo: Dinastía. Cuando le tocó crear ropa para Linda Evans, mujer de fina espalda, recogió esta tendencia cuando las hombreras aún eran algo elitista, sin más intención que reforzar la imagen algo frágil de la rubia actriz. Y, así, masificó el uso de las hombreras hasta convertirlas en el ícono de la moda, tal como en los 90 la serie Sex & The City convirtió los zapatos de Manolo Blahnik en objetos de culto.

Hoy, claro, las mujeres ya no tenemos interés en que nuestra vestimenta se parezca a la de los hombres, a menos, claro, que queramos jugar con un look andrógino. Sin embargo, las hombreras están volviendo a la moda, y cada vez se ven con más fuerza.

EL FENOMENO BALMAIN
El auge de las hombreras comenzó con cierta timidez en los desfiles de la temporada otoño-invierno 2007, cuando las colecciones de Christian Dior, Gucci, Marc Jacobs para Louis Vuitton, Martin Margiela, Nicolás Ghesquiére para Balenciaga, Ungaro y Dsquared comenzaron a recoger códigos propios de la moda de los 80, actualizados con parámetros del siglo XXI.

Entonces, el visitado blog de moda español Trendencias apuntó: "Lo temíamos más que la muerte y ha sucedido: las hombreras vuelven y van a imponerse como tendencia. ¿Estáis preparadas? La buena noticia (si es que la hay) es que no vuelven tal y como las conocemos. Los diseñadores han procurado reinventar el concepto, modernizar su look. En cierto modo, lo han conseguido. En algunos casos, hasta han logrado hacer algo interesante y llevable".

A diferencia de su fuente de inspiración, estas hombreras no eran demasiado levantadas ni exageradas; tampoco tenían extremos cuadrados. Lo que comenzó a verse eran simples almohadillas que levantaban un poco la tela sobre los hombros, cosa que permitía a los diseñadores crear un efecto de caída independiente del cuerpo de la mujer que llevara la ropa. En las versiones más osadas –de Cardin e Yves Saint Laurent– se levantaban en punta, como los techos de las pagodas orientales. Una tendencia que se ve hasta el día de hoy con bastante frecuencia y que ha tenido gran aceptación, porque da a las prendas un toque divertido, sin que pierdan elegancia o seriedad.

Eugenia de la Torriente, redactora de moda de El País, España, afirma que este fenómeno tiene que ver con que "una generación de diseñadores que tiene alrededor de cuarenta años vive una crisis de identidad y trata de que el mundo recupere los hitos estéticos de su adolescencia. Estamos ante una consecuencia más, talvez inevitable, de la actual obsesión por recobrar los antes denostados años 80".

El chileno Manuel Rojas, gestor de los encuentros de moda independiente, agrega que este renacimiento se debe también a la crisis financiera que nació en 2007. "Una silueta de hombros marcados demuestra poder, autoridad y seguridad. Los diseñadores quisieron poner el acento en el hecho de que todos estaban enfocados en combatir obstáculos en tiempos difíciles", explica.

Dos años más tarde, Christophe Decarnin (46), el genio creativo tras el revival de la marca Balmain, dio en el clavo con su chaqueta corta, con hombreras altas y redondeadas y barrocos adornos en su parte delantera, al estilo del fallecido cantante Michael Jackson. La fashionista Victoria Beckham, Carine Restoin (editora del Vogue francés) y Charlotte Casiraghi, la nueva reina de la noche europea, las compraron en varias versiones, pese a sus precios prohibitivos: uno de sus diseños se vendió en 11.410 dólares y se agotó en 24 horas. Hecho que, por supuesto, hizo que el modelito comenzara a ser imitado a destajo por el mundo del retail. Y coronó a la casa Balmain como la firma responsable de consolidar el reinado de la hombrera en la moda actual.

¿SI O NO?
Una de las chilenas ligadas al mundo de la moda que están contentas con el boom de las hombreras es Madgalena Jiménez, dueña de la consultora CazaModa y gestora de algunos de los desfiles más recordados de los últimos tiempos en Santiago. "En los años 80 no me gustaron las hombreras, porque su uso se exageró y no siempre fue un aporte al diseño final. Me gusta mucho más la lectura moderna que se le da hoy, con un toque futurista", opina.

María Eugenia Ibarra, diseñadora de vestuario y dueña de la tienda Engracia, prefiere no incluirlas en sus creaciones. "Las hombreras comenzaron a aparecer hace más de un año; ya no son una novedad en el mundo fashion. Pero, para las personas que no están obsesionadas con la moda y empiezan a olerlas ahora, es el más horroroso de los regresos. Ese look geométrico y deformador del cuerpo humano no me parece muy sentador. En mi caso, tengo los hombros anchos y llevar hombreras me incomoda", confiesa.

En los blogs de moda, cientos de mujeres anónimas han depositado sus opiniones sobre esta tendencia, que –en general– califican 'difícil de usar'. Con frases como: "Si eres baja te ves como duende; si eres flaca pareces triángulo"; "No le quedan bien a las más pequeñitas"; "Me da la impresión de que deben ser llevadas con taco alto" o "Sólo me atrevo a usarlas de noche", dejan claro que a la hora de la compra, la hombrera todavía permanece en un espacio reducido, por más que los diseñadores se esfuercen en actualizarla.

La solución, para quienes quieran vestirse a la moda pero aún no logran encariñarse con esta pieza, es la manga abullonada. "Aquí se recoge la tela en la manga, no en el hombro, para dar volumen. Es una opción más femenina y estilosa, al revés de las hombreras, que tienden a insinuar un corte masculino, rígido", explica María Eugenia Ibarra.

Otro camino, según el blog Trendencias, es optar por prendas que destaquen los hombros, pero de manera sutil. Al servicio de esta idea están las lentejuelas, los bordados y los flecos. O bien, elegir las hombreras pequeñas, redondeadas. Usadas con el escote adecuado, este tipo destaca la belleza de las clavículas y corrige sutiles imperfecciones de la postura corporal. Además, por supuesto, de mantener la imagen de una mujer poderosa, dueña del mundo, que no nos viene nada de mal.

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