Aldo Brunelli no es un personaje inventado, es el trasunto de un viejo profesor italiano que vivió en Lima en los 50 y que convirtió su cruzada por la protección de los balcones tradicionales de la ciudad -amenazados de muerte por la taladradora de las nuevas edificaciones- en una de esas quimeras propias de un loco, pese a estar cargadas de razón. Mario Vargas Llosa era entonces un estudiante, y el profesor Bruno Roselli, el verdadero nombre de El loco de los balcones, era un personaje encendido y extravagante que le llamaba la atención. Roselli murió, pero su personaje subió el miércoles al escenario del Teatro Español -hasta el 19 de octubre- encarnado por el actor español José Sacristán, quien ve en él un personaje "quijotesco", uno de esos hombres ebrios de idealismo, capaces de cabalgar por la Lima colonial o cualquier otro rincón del mundo con su utopía a lomos. "Solo es que aquí, en lugar de molinos, tenemos balcones", dice el actor.
"Escribí la obra años después de haber conocido al profesor Roselli, ya en mis años en Europa, cuando sentía nostalgia de mi adolescencia y juventud en Lima", recuerda Vargas Llosa. "En aquellos años el profesor era muy conocido por sus charlas de arte y por su defensa de los balcones, en los que él veía la fusión entre la tradición española y la indígena. Eran objetos mestizos que condensaban ambas culturas. A mí me conmovía el personaje, porque aunque era evidente que su campaña iba a ser un fracaso, él seguía adelante con su empeño quijotesco". La historia acabó en tragedia: una mañana, la corrala en la que el viejo italiano almacenaba los balcones condenados a muerte por el progreso acabó en llamas. "Nunca se supo quién lo provocó, dicen que pudo haber sido un constructor o el propio gobierno", explica.
El loco de los balcones es la tercera obra de teatro de Vargas Llosa en subir al escenario del Español después de La Chunga y Kathie y el hipopótamo. Un rescate continuado de la obra dramática del novelista hispanoperuano que le ha obligado a revivir una de sus pasiones de juventud. Un corpus dramático que ahora que sube a escena se enfrenta al veredicto del paso del tiempo. El Nobel asegura que ha vencido la tentación de rehacer o retocar los textos: "Lo he pensando, pero no, creo que al final el efecto podría ser más bien destructor".
Dirigida por Gustavo Tambascio, la obra gira alrededor de un asunto sin edad e, incluso, de actualidad: la ensoñación y el delirio de un hombre condenado a la marginalidad por su defensa de la tradición y la belleza. "Es uno de los papeles más difíciles que yo he leído", asegura el director. "Pero Pepe lo resuelve de manera fantástica". Para Tambascio, que ya dirigió a Sacristán en El hombre de la Mancha, el "enigmático" teatro de Vargas Llosa abre las puertas a diferentes caminos de creación y de expresión.
En esos caminos se sitúa el trabajo de su protagonista, que apenas necesitó una conversación con el autor para asaltar al viejo Aldo Brunelli. Escritor y actor se conocían de los 70. "Siempre pensé en Pepe Sacristán para encarnar al profesor Brunelli. Ha hecho una lectura de la obra y del personaje que coincide milimétricamente con la idea que yo tenía al escribirlo", dice.