No se lo ve cómodo. A sus 36 años, el calor de Río de Janeiro y la exigencia del partido, parecen superarlo. Miroslav Klose quiere quedar como el máximo artillero de los mundiales, marca que hoy comparte con Ronaldo con 15 goles, pero no le dan las piernas.
Al lado de Thomas Müller y Mezut Özil, el bombardero germano apenas entra en juego. Incluso sus compañero no quieren buscarlo demasiado para que reserve las energía en su zona predilecta, el área rival. Pero ni así alcanza. Levanta las manos, se mueve hacia los costados, pero clamente el partido desde el arranque le queda grande.
Löw había decidido guardarlo en los primeros partidos, precisamente porque no lo veía bien físicamente. Igual, como estába, le anotó un gol a Ghana, que le sirvió para alcanzar a Ronaldo en la cima de la tabla histórica. Pero ahí llegó. La posibilidad de quedar en el Olimpo hoy parece una quimera futbolística.
Más allá de lo que ocurra el martes en Belo Horizonte, Alemania sabe que le restan dos partidos en el Mundial. Tiempo suficiente para agrandar la leyenda del delantero de Lazio. Pero Klose sabe que las chances se le acaban. El tiempo inexorablemente ataca sus piernas, su mayor tesoro en el fútbol.