El renacer de El Bosque
Luego de la condena del Vaticano a Fernando Karadima, el nuevo párroco y los feligreses establecieron una política de "puertas abiertas" y de acercamiento a la comunidad.
Dos personas me ofrecieron pintar toda la iglesia. Yo les dije: ¿Pero para qué?, ¿qué culpa tiene la parroquia?”. Esta fue una de las anécdotas que el párroco del Sagrado Corazón de Jesús, más conocida como Iglesia de El Bosque, Carlos Irarrázabal, tuvo que enfrentar cuando asumió la comunidad, en 2011, por orden del Arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati. Aquel grupo de feligreses realizó de buena fe dicha propuesta, pensando que así se podría borrar en algo la triste herencia del anterior párroco, Fernando Karadima, condenado canónicamente por abusos.
La historia ya es conocida, pero durante los últimos meses el tema ha vuelto a la palestra pública producto de diferentes factores. Uno de ellos es el juicio civil que mantienen tres denunciantes del sancionado sacerdote contra el Arzobispado de Santiago. Otro resulta más mediático: una película en el cine y una serie de televisión que buscan retratar lo ocurrido entre esas paredes.
Allí, sin embargo, en El Bosque, la dinámica es otra, frontal, sincera, mucho más ajena a esos avatares. Nadie niega nada. También alegre, pero con algo de hastío respecto de aquel capítulo. Y ganas de que la página por fin dé la vuelta. “Hace ya tres años que ha habido un aumento grande de la gente que viene”, cuenta Elena Prieto, quien asiste a la misa de domingo.
Hacia el interior
Hoy, la comunidad se define como de “puertas abiertas”. Incluso literalmente. Varias entradas se cambiaron y se les puso vidrio. Se puede ver el interior de todas las oficinas. Si alguien nuevo pregunta sobre Karadima “se le cuenta lo que pasó”, dicen, sin rodeos.
Según Cristián Camero, ministro de comunión, la llegada de Irarrázabal provocó una renovación total. “De a poco ha ido levantando la parroquia”, cuenta.
Uno de los principales cambios tiene relación con el manejo de los dineros. Se formó un comité económico, en el cual participan personas religiosas y laicas, que asesora al sacerdote en temas administrativos. José Agustín Ross es miembro de ese comité: “Se establecieron procedimientos claros para hacer toda la gestión de acuerdo a las normas legales”. Todos los años, es el propio párroco quien hace una reunión y, gráficos en mano, da cuenta del uso del dinero.
El templo tuvo que combatir anécdotas, como aquella del ofrecimiento de pintura, que quería cambiar el estuco rojo tradicional de la iglesia. Surgieron mitos y rumores. Uno de ellos fue el que afectó a la campana central del recinto, la cual por un tiempo dejó de funcionar. Muchos se lo atribuyeron a algún castigo o determinación eclesial. “Era porque el soporte estaba malo; lo arreglamos y ahora suena”, cuenta, riéndose, el sacerdote Irarrázabal.
La comunidad dispone actualmente de tres presbíteros, pero en la casa parroquial, que funciona como hogar de ancianos para religiosos de avanzada edad, viven 19. Todas esas secciones se refaccionaron para brindar comodidades a los nuevos inquilinos. El comité de administración cuenta que los gastos son varios, lo que incluye luz, agua, sueldos de funcionarios y limpieza, entre otros. Por ejemplo, sólo la mantención mensual de los extensos jardines cuesta $ 600 mil.
Sobre cine y TV
La gran mayoría de quienes asisten al templo asegura que lo ocurrido con Karadima ya no es tema. No hay enojo en sus respuestas, pero sí algo de incomodidad. “No se habla mucho de eso”, detalla Camero. Lo mismo expresa Elena Prieto: “Ya nadie piensa en esa persona”. De hecho, según relatan los parroquianos, la película y la serie de televisión que surgieron durante el último tiempo, no les ha generado mayor interés. “No las vi por opción propia. Siento que es mirar al pasado y lo que me interesa ahora es pensar en el futuro”, asegura José Agustín Ross.
“Yo veo que el cura Carlos y los otros dos trabajan muy alineados y de cara a la gente, eso es lo importante”, subraya Andrea Araya, quien desde hace dos años asiste al templo. Agrega que el párroco Irarrázabal también ha dejado un sello social. Para las tragedias que azotaron a la zona norte “reunió gente para colaborar y se consiguió hasta camiones”.
Uno de los principales trabajos fue reencantar a los jóvenes y acercarlos. Según cuenta Elena Prieto, “los domingos va mucha gente joven con niños. Hay iniciativas para ellos”. Son las actividades de casi todas las parroquias. Existe un grupo de guía para parejas, otro de catequesis juvenil, confirmaciones, jornadas de adultos mayores y una pastoral de coro, entre otros.
El templo, obra del arquitecto Carlos Bresciani -Premio Nacional de Arquitectura- fue postulado al Consejo de Monumentos Nacionales por su línea. Y este año también abrió sus puertas para el Día Nacional del Patrimonio. “La idea era que la gente pudiera conocerlo y ver la obra pictórica de Fray Pedro Subercaseaux”, recuerda un feligrés.
Según el párroco Irarrázabal, su misión es que se avance, aprendiendo del pasado: “Tenemos un deber de restaurar lo que el escándalo produjo. La oración y Jesús nos mueve a ayudar”. Por decreto eclesiástico está destinado durante seis años a El Bosque, pero podrían ser diez. Para la comunidad, la vida continúa.
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