A COMIENZOS de junio de 1992, la profesora Lilian Aguayo recibió una carta certificada en su domicilio de Temuco. En la misiva, la Junta Electoral le anunciaba que había sido designada vocal de mesa para las municipales que se desarrollarían a fines de ese mes. "Estaba llena de emoción, recién se vivía la democracia en el país y estaba interesada en participar", recuerda. Aquel espíritu lo mantuvo por años. Volvió a ser convocada para las presidenciales del 93, en las municipales del 96, en las parlamentarias del 97 y, por última vez, en la primera y segunda vuelta de las presidenciales del 99. En total, seis veces.
"Después de eso, nunca más me llamaron y sentí que ya había cumplido con mi deber cívico, pero en esta elección miré en internet y me di cuenta que fui convocada otra vez. Sería mi séptima elección. Sigo pensando que es un proceso importante, pero no sé si quiero ser parte activa. Esta vez me siento obligada", agrega.
Casos como el de Aguayo se repiten. Existen varios votantes que han sido designados para su cuarto o quinto proceso eleccionario como vocal, aunque en el Servicio Electoral (Servel) detalla que cerca de un 60% de los 206.745 vocales nombrados en esta elección son nuevos. "La ley estipulaba antes que una persona podía ser llamada durante tres elecciones consecutivas. Ahora, con la nueva norma que incluye inscripción automática y voto voluntario, la norma establece que un vocal puede ser llamado para todos los procesos que se desarrollen por cuatro años", afirma Andrea González, jefa de la Unidad de Asesoría Jurídica del Servel: "Puede ocurrir que las Juntas Electorales convoquen a personas que ya fueron vocales hace años, porque en esas mesas la gente se ha cambiado de domicilio o ha fallecido", dice González.
La labor del vocal, que desde las municipales pasadas se remunera con un bono de $ 15 mil, es fundamental en el proceso y demanda tiempo: se debe asistir a una capacitación y llegar a las 8.00 horas al local de votación, el día de la elección. Eso, además de contar los votos, que en esta ocasión incluirán el de los candidatos presidenciales, de senadores, de diputados y de consejeros regionales. "A veces, cuando las elecciones son muy ajustadas, hay que pelear con los apoderados de los candidatos que discuten los votos", dice Marcía González (47) vendedora de antigüedades.
Ella será vocal de la mesa 35 de la Escuela Palestina de La Reina, aunque durante años realizó esa labor en el Colegio La Salle. Esta es su sexta elección: "Me escribí cuando tenía 20 años, pero mi mesa es de gente mayor, creo que me llaman porque soy una de las más jóvenes".
González asegura que participar era "entretenido", pero que desde que pagan, aumentó la exigencia. "Antes se constituía la mesa temprano, se esperaban las ocho horas y se cerraba. Ahora me angustia: hay que esperar hasta que vote un cierto porcentaje de electores, lo que lo hace más tedioso", dice.
Asegura, eso sí, que tiene trucos para hacer la jornada más llevadera: traer comida y compartirla con los demás integrantes de la mesa, además de una radio a pila para seguir el proceso. "Ahora son muchos candidatos, creo que será un día largo", lamenta.
No cualquiera puede ser vocal de mesa. De hecho, antiguamente los registros electorales conocían la profesión de los electores y se elegían en relación con la capacidad de estos. Según la asesora jurídica del Servel, los ministros, subsecretarios, parlamentarios candidatos o familiares de estos, no pueden ser vocales: "Sin perjuicio de que la inscripción es automática y el voto es voluntario, el desempeño continúa siendo una carga pública. Quien no participe y no tenga fundamento será multado".
Para Francisca Artaza (35), las quejas no corren. Este domingo participará como vocal en la mesa 112 del Instituto Luis Campino de Providencia, por quinta vez. Una labor que disfruta: "Si no estuviera participando como vocal lo haría como observadora o apoderada", cuenta. "Me ha tocado ser presidenta de mesa y es algo que me gusta y me interesa ver que es un proceso limpio".
Artaza, sicóloga de profesión que regresó con sus padres a Chile en 1988, luego de que estos se exiliaran en Washington DC durante el régimen militar, cuenta que con el ingreso de hombres a su mesa -la mayoría jóvenes- el promedio de edad disminuyó bastante. "Las mujeres, aunque mayores, conocían el proceso. Luego, con los hombres, como en su mayoría era primera vez que participaban, hubo que enseñarles todo, como la forma de doblar los votos", resume.