Sampaoli es cabecera de mesa en un desayuno con periodistas, de esos que sostiene clandestinamente. Le queda poco tiempo en la Selección, lo sabe, pero igual ocupa parte de su exposición para proyectar las Eliminatorias para Qatar 2022. Después de plantear su preocupación por la falta de recambio en la Roja, el casildense le coloca nombre y apellido a una luz de esperanza: Felipe Mora. "Es el delantero del futuro en el fútbol chileno", lanza el hoy adiestrador de Argentina. El resto de los comensales manifiestan su sorpresa con unos segundos de silencio.
"Lo he seguido mucho, me gusta cómo juega. Lo voy a ir a sumando poco a poco a la Selección", agrega Sampaoli. De hecho, compara a Mora con Chupete Suazo. "Si sigue mejorando, puede incluso superarlo", sentencia. El DT ilustraba lo que, por estos días, comienza a tomar forma de realidad.
Porque en estas líneas no se hablará de niños prodigio, talentos innatos ni genios precoces. Esos que en las crónicas más manidas figuran condenados a ser los mejores. Tampoco habrá esa cota de drama que tantas veces tiñe esos mismos relatos, para sobredimensionar los logros como coartada de los errores. Ésta es, a fin de cuentas, una historia normal, protagonizada por un niño que a la edad de 12 años decide inscribirse en la escuela de fútbol más cercana a su casa para hoy recoger los frutos de su trabajo paciente. Y un premio, el del mejor jugador del Clausura 2017, concedido por sus propios pares, los capitanes y técnicos de los clubes de Primera.
Un galardón -obtenido además con la mayor ventaja en la encuesta que realiza La Tercera- para premiar un semestre prácticamente perfecto que, en un principio, parecía condenado a no ser el suyo. Pero si hay algo que Felipe Andrés Mora Aliaga (23) ha sabido hacer durante toda su vida es trabajar para torcer el destino.
"Era el año 2004 ó 2005 cuando llegó Felipe. Ingresó como un alumno más a la escuela de fútbol, sin pasar ninguna prueba. Era un niño bien introvertido, bueno para trabajar y muy regular en su asistencia a las clases. Con el tiempo empezó a mostrar sus cualidades, pero nosotros a los chicos siempre les decimos que Felipe Mora empezó exactamente en las mismas condiciones en las que están ellos", relata hoy, en relación a los inicios en el balompié del hoy delantero de la U, Gilberto Reyes (61), jefe de la escuela de fútbol de Audax Italiano.
Pero el despunte del joven Mora dentro de la prolífica factoría audina también tuvo que esperar. Así lo rememora Alejandro de la Fuente (55), técnico del ariete durante toda su etapa de cadetes y miembro hoy -ironías del destino- del área de captación de Universidad de Chile: "Felipe llegó a una serie en la que Audax no había competido nunca. Tenía 12 años y llegó pasadito de peso, llegó gordito. Y aunque se veía que tenía muy buenos movimientos tácticos, empezó siendo un chico suplente. Pero nunca abandonó el trabajo. Nunca puso una mala cara. Nunca hizo un mal gesto". Y nunca, claro, pensó en darse por vencido.
"A medida que empezó a consolidarse físicamente empezó a destacar. Fue siempre o casi siempre el goleador de su serie y en 2008, en la Copa Nike, fue elegido como uno de los mejores jugadores. Y eso era ya un Mundial. Jugamos contra los mejores equipos. Le ganamos al Real Madrid y con el Manchester nos fuimos al alargue", rememora De la Fuente, con incontenible orgullo. Su progresión, la del chico callado de la Villa Los Copihues, era ya una realidad.
Tanto, que el entonces técnico del primer equipo de Audax Italiano, Omar Labruna (60), no tardó demasiado en poner los ojos en él. Corría el año 2011. "Lo fui a ver entrenar en las juveniles y decidí subirlo al plantel profesional. Era un chico muy abierto a escuchar las indicaciones y veías que iba a llegar a hacer algo importante porque tenía hambre de gloria", sentencia el hoy DT del Platense argentino, responsable de su debut profesional en Primera a los 17 años. "Audax era, en ese tiempo, un equipo muy bien armado y a él le tocó seguir trabajando y esperar su oportunidad. Pero sabía que iba a llegar su momento porque aunque a lo mejor no lo transmite tanto, Felipe es un jugador con una gran personalidad y una confianza tremenda".
Felipe Mora fue futbolista del plantel adulto de Audax durante un lustro. Disputó 139 encuentros con la verde, anotando 44 goles. Y todo lo hizo en silencio.
Tras un torneo de Apertura condenado al ostracismo (saldado con un más que meritorio registro de cinco dianas en 11 encuentros) y cuatro largas fechas como suplente de la Gata, al Pipe le llegó su momento. Ése del que hablaban Reyes, de la Fuente y Labruna. Y especialmente Sampaoli. El premio al esfuerzo de 12 años. "Y menos mal que la U se dio cuenta a tiempo y que la Gata se fue, porque si a Felipe no le llegan a dar la chance a lo mejor en vez de ser campeones estábamos peleando el descenso", denuncia De la Fuente.
Pero la U se dio cuenta a tiempo y Mora, siempre fiel a su estilo, decidió no perder ni un instante. En las 11 fechas que siguieron a su primera titularidad puso su rúbrica a 13 tantos. Rebautizado por gracia de su entrenador como MoraVilla, fue el esperado goleador de un torneo que la U ganó tal vez sin esperarlo. Fue elegido el mejor ariete del Clausura e investido como el primer máximo realizador azul del Siglo XXI. Y es que desde que Pedro Heidi González se proclamara mejor artillero del campeonato chileno en 2000, habían transcurrido 39 torneos y 17 años sin delanteros laicos en lo más alto del podio de anotaciones. Trece goles, los mismos que le valieron a Castillo un pasaje de avión a México.
"Hace poco me mandó un mensaje preguntándome si me acordaba de él. Y yo le dije: 'Claro, Felipe, cómo no voy a acordarme'. Y él me dijo: 'Es que yo sí que me acuerdo, profe. Tengo buena memoria y le estoy muy agradecido'. Eso habla de su calidad humana", desclasifica Labruna. "A él se le inculcaron la disciplina y el trabajo y hoy está donde está. Jugadores con puro talento son un 1%, el 99% restante es trabajo", concluye, por su parte, Alejandro de la Fuente.
Y mientras hoy la U trata por todos los medios de retenerlo y otros conjuntos más poderosos aún por llevárselo, algún niño de 12 años de alguna olvidada población chilena decide inscribirse en la escuela de fútbol más cercana a su casa.