El siglo de la mujer

Llega a librerías el segundo tomo de la Historia de las mujeres en Chile, editado por Ana María Stuven y Joaquín Fermandois.




SE puede hacer una historia de las mujeres? La pregunta se planteó hace 30 años en un libro de la francesa Michelle Perrot: L'histoire des femmes, est-elle possible? Poco después y en compañía de su colega Georges Duby, la académica comenzó a dar cuerpo a los cinco volúmenes de la Historia de las mujeres en Occidente (1987-1993), entendidos como un balance de las investigaciones desarrolladas a este respecto en el mundo anglosajón, a partir de los 60, y más tarde en Francia, Italia y otros países europeos.

La buena acogida legitimó esta área de estudio, ya se la entienda como parcela de la historiografía o de los estudios de género. "Sacó de las sombras", para usar la expresión de los editores, a los sujetos estudiados y a las vías para conocerlos. Sin embargo, al momento de presentar Mi historia de las mujeres (2006), constataba aún Perrot un déficit considerable: la presencia de la mujer "suele estar tachada, sus huellas borradas, sus archivos destruidos".

Lo saben los académicos Ana María Stuven y Joaquín Fermandois. A fines de la década pasada, la primera sugirió al segundo encaminarse por esta senda, de la mano de un proyecto editorial. Reclutaron a una decena de investigadores y editaron en 2010 el tomo uno de Historia de las mujeres en Chile. Ahora el camino termina con el segundo tomo: si el primero iba desde La Conquista hasta fines del siglo XIX, el nuevo se ocupa del XX (y lo que va del actual). Y no lo designan como la "era atómica", sino como el "siglo de la mujer".

La idea de este díptico, explica Fermandois, "fue poner al alcance del público interesado la investigación que se da en Chile en torno al tema de la mujer". Obras como la de Duby y Perrot, agrega, son una referencia insoslayable, "pero no se adoptaron de manera consciente sus supuestos metodológicos". Stuven, por su parte, destaca "la validación académica de la historia de las mujeres como aproximación historiográfica", que hace visible su aporte en la historia.

Había, de antemano, algunos inesquivables, como la habilitación para elegir al Presidente de la República, aprobada por el Legislativo en 1948. En su ensayo sobre la participación femenina y el rol en el sistema político, Diana Veneros y la recientemente fallecida María Antonieta Huerta recuerdan que, pese a los temores de una "desnaturalización de la feminidad", la iniciativa fue aprobada con sólo un voto en contra. También, que los rumbos de las luchas se modificaron -y su intensidad se moderó- en la medida en que el Estado fue ampliando su rango de acción.

Como complemento, Soledad Falabella ironiza respecto del hecho de que en 1945 Gabriela Mistral ganara el Nobel siendo una "incapaz relativa". Lo hace en un capítulo que examina las vías paralelas que recorrieron la poeta del Elqui (1889-1957) y Winétt de Rokha (1892-1951): ambas "debieron romper con una matriz normativa de la diferencia sexual" y tuvieron que "ganarse un espacio en una esfera pública que tradicionalmente excluía a las mujeres de labores activas y reconocidas como valiosas".

No muy distinto, mirando un conjunto más amplio, es lo que constata Isabel Cruz respecto de las mujeres en el arte. De cómo, entre 1880 y 1980, se pasa de la creación como pasatiempo intercalado con decoración doméstica y bordado, a la total consolidación de una profesión con sello particular. En ello inciden "rebeldes" como las pintoras Enriqueta Petit (1900-1984) y Laura Rodig (1901-1972) y, más que nadie, la escultora Rebeca Matte (1875-1929), "la primera artista en el pleno sentido de la palabra (…) artista moderna de filiación romántica, hipersensible, solitaria, atormentada y errante; ciudadana del mundo y de ninguna parte, que hace de su propia vida y de sus conflictos emocionales materia y forma de su arte".

Aunque los editores admiten ausencias -la mujer popular, la mujer y la experiencia religiosa, etc-, son visibles otros ámbitos: el espacio rural, la prensa, los servicios sanitarios, el comercio sexual. Y también la moda.

Pía Montalva, que la examina entre 1900 y 1940, comenta que "lo que define este período es la relación que se establece con los centros de moda como generadores de oferta indumentaria: la alta costura parisina, en el caso de la elite de comienzos de siglo, y la confección seriada estadounidense, en el caso de la naciente clase media desde los años 20".

No son todos los temas y pudo haber más. Queda registrada, eso sí, una denuncia de los editores: "Aunque intentamos recibir aportes de académicos masculinos, al final sólo uno se presentó" (un texto de Baldomero Estrada sobre las europeas que llegaron a Valparaíso). Tarea para la casa.

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