"El teatro es una vía de autoconocimiento y la mejor manera de conocer a los demás y, dentro de él, creo que el callejero está más cerca de la luz (...)". A mediados del 2000, Andrés Pérez volvía a las calles junto a la compañía Gran Circo Teatro con su versión de El Principito. Un año y medio después de conceder esta, una de sus últimas entrevistas, Pérez fue internado en el Hospital San José, donde falleció el 3 de enero de 2002, víctima del Sida. Sus palabras en aquella entrevista darían el título al documental Más cerca de la luz, de Martín Farías, estrenado esta semana en la Cineteca Nacional.

Considerado uno de los precursores del teatro callejero en Chile, su novedosa revisión de la obra de Saint-Exupéry fue una de las últimas innovaciones del creador de La Negra Ester. Su legado, según Farías, lo convertiría en leyenda y sería el puntapié para que varias agrupaciones siguieran en la senda del teatro popular y al aire libre. "Su contribución fue tremenda. Pérez fue un guerrillero del teatro, pues no solo lo sacó a las calles en dictadura, sino que impulsó a repensar el espacio público como el escenario de una gran fiesta", dice.

Sin embargo, Farías, musicólogo y autor de investigaciones sonoras en torno al teatro, cree que Pérez fue el rostro más visible de un fenómeno preexistente. "Desde fines de los 70, ya había compañías que intervenían las calles. En diciembre del 80, Juan Edmundo González, Rosa Ramírez y el mismo Pérez fundaron el Teatro Urbano Contemporáneo, pero también estaban el Teatro de Calle, de Juan Manuel Sánchez; Sociedad Anónima, de Roberto Pablo, y el Teatro de Feria, dirigido por Andrés Pavez, en Temuco", comenta.

El registro reúne el testimonio de 12 actores de la escena urbana de los 80, desde Horacio Videla hasta Rosa Ramírez. Luego, la cinta viaja a través del tiempo hasta dar con referentes posteriores, como el Teatro del Silencio (Mala Sangre o las mil y una noches del poeta), formada en 1989 por Mauricio Celedón y radicada en Francia años más tarde; La Patogallina (El húsar de la muerte), dirigida por Martín Erazo, que este año cumplió 18 años de vida; Mendicantes (Entransito), agrupación de 1997 que se encuentra en una pausa momentánea desde el 2012 tras itinerar con Juanche, y La Patriótico Interesante (La victoria de Víctor), que nació en 2002 durante una toma en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, encabezada por el actor y actual director del grupo, Ignacio Achurra.

Según Farías, había muchas investigaciones sobre teatro chileno, aunque pocas del callejero. "La academia tiende a mirarlo en menos y a tildarlo de amateur, pero estos grupos se consolidaron en Europa y Latinoamérica. Había que ponerlos donde se merecen", dice. Erazo agrega: "Todos somos distintos, a pesar de cruzarnos en las aceras. Celedón, por ejemplo, al igual que Andrés Pérez, provienen de la escuela de Ariane Mnouchkine, del Théâtre du Soleil, la compañía francesa que dictó pauta en la escena callejera local con la pantomima".

La Patogallina, en cambio, surgió de las espontáneas juntas en las cercanías del Parque Forestal en 1996, donde llegaban desde actores hasta malabaristas. Por ello, la mixtura entre circo y teatro se convirtió en su sello. También la música. "Nunca pensamos tener una banda de rock y otra para niños además", dice Erazo.

Para Achurra, en tanto, la apuesta está en la calidad de la interpretación y las bandas en escena. "Repetimos patrones, como las estructuras de gran tamaño y la música en vivo, pero somos un grupo de teatro, por eso actuamos y nos ocupamos de ello", dice.

Una mañana de enero de 2007, frente a La Moneda, dos micros yacían apiladas una sobre la otra, como vestigios de un fatídico accidente. El responsable era un enorme rinoceronte mecánico, articulado por la compañía francesa Royal de Luxe. Para cazarlo, La pequeña gigante, una muñeca de cuatro pisos de alto, se paseó por la capital entre aplausos y ante 100 mil almas. El éxito se repetiría en 2010. Claudio Vega, protagonista de El hombre venido de ninguna parte, de La Gran Reyneta, grupo que nació bajo el alero de los franceses, dice que "son sus únicos referentes, pues logramos darle una experiencia a la gente, más aún en regiones, cargadas de realismo, fantasía y que trascienden fronteras".

Pero si en algo coinciden todos, es que en Europa el énfasis está en lo visual y no en el contenido. Tanto Celedón, Pérez y Mario Soto, director La Gran Reyneta, recorrieron el Viejo Continente en busca de un lenguaje novedoso. Martín Erazo, de La Patogallina, gestor del Festival de Teatro Callejero (FITKA) junto a Achurra, que este año congregó a 7 mil personas en el Barrio Yungay, señala que "lograron importar la técnica, pero en Chile incorporamos lo político e histórico. Eso nos diferencia de los europeos".

Achurra concuerda: "Va más allá de si es callejero o no. El teatro chileno es más político que el europeo". El 18 de enero, a las 21 horas, en la Plaza Constitución, él y Erazo encabezarán el cierre del Santiago a Mil con El gramófono, los surcos de la memoria, un espectáculo de calle que tendrá un vinilo gigante girando sobre una tornamesa. "Revivirá la sonoridad del Chile invisible con escenas que conforman la historia no oficial del país, como la mapuche, la minera y pesquera", dice Achurra, "todo en un escenario que ya no es sólo una calle, sino un lugar de denuncia y discusión".