En 1989, un año antes del lanzamiento al espacio del telescopio espacial Hubble -que aún se encuentra en órbita-, en la Nasa ya se discutía sobre la nueva generación de telescopios espaciales. Sin embargo, las limitaciones técnicas que existían en ese momento frenaban las ideas que se planteaban sobre la mesa. Siete años más tarde (en 1996) salió humo blanco: la Nasa, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial de Canadá se embarcaron en un proyecto para construir la punta de lanza de esta segunda generación: el telescopio espacial James Webb (JWST).

El 2011, los recortes presupuestarios a la Nasa amenazaron el proyecto, pero no lograron desestabilizarlo. De hecho, ayer Charles Bolden, director de la agencia espacial, mostró los avances en la construcción y confirmó que la idea es que entre en operaciones el 2018.

El desafío es grande. Catarina Alves (PhD), científica de ESA, asegura a La Tercera que el Webb será el mayor telescopio científico jamás enviado al espacio. No sólo por su peso y tamaño, sino por los "retos tecnológicos y enormes avances que traerá a la ciencia".

James Webb destaca por su espejo primario, seis veces más grande que el Hubble, lo que permite captar mayor luz del Universo. Tiene una apertura óptica de 6,5 metros, lo que deja entrar siete veces más luz que su antecesor. Asimismo, sus instrumentos funcionan en infrarrojo (de 0,6 a 28 micrómetros), lo que proporciona una visión más profunda del espacio y permite captar la formación de las primeras estrellas y galaxias que ahora es muy difícil de observar por una polvareda espacial.

Debido a su tamaño, JWST tiene que ser compactado dentro de una cápsula ubicada arriba de un cohete, para luego desplegarse en la posición en la que permanecerá por al menos 10 años. Después de esto, el telescopio emprenderá camino hasta posicionarse en el segundo punto Lagrange (lugar donde un objeto puede estar quieto en el cosmos), a unos 1,5 millones de km de la Tierra. Ahí empieza el proceso de enfriamiento del telescopio y, entre el tercer y cuarto mes, se activará el espejo primario para empezar a operar de manera normal a seis meses de su lanzamiento. Alves explica que esto permite que el telescopio mantenga su temperatura baja y sea mucho más eficiente en las observaciones, debido al calor generado por la luz infrarroja.

Si Hubble logró más de lo que se esperaba de él, las expectativas con el JWST son aún mayores. La misión tiene cuatro ejes principales:

El fin de la era oscura: buscar e identificar los primeros objetos brillantes que se formaron al comienzo del Big Bang y seguir la historia de la ionización del Universo.

Formación de las galaxias: determinar cómo nacieron las galaxias y la materia oscura, incluyendo gases, estrellas, metales, estructuras físicas hasta nuestros días.

El nacimiento de estrellas y de los sistemas protoplanetarios: revisar el nacimiento y desarrollo de las primeras estrellas y la formación de los planetas.

Sistemas planetarios y los orígenes de la vida: estudiar las propiedades físicas y químicas de los sistemas solares (incluyendo el nuestro) y buscar dónde podría encontrarse vida.

Paul Geithner, subdirector técnico del proyecto en el Centro Goddard de la Nasa y que trabaja desde 1996 en el telescopio, explica a La Tercera que "el Webb está pensado y equipado para poder estudiar estos campos que permanecen sin ser explorados como deberían".

El año pasado, la Nasa destinó cerca de ocho mil millones de dólares para el desarrollo del telescopio, lo que se repetirá este año. Gran parte de las piezas están construidas y, según cuenta Geithner, "el foco ahora está en armar y probar", a medida que las piezas se van ensamblando. Si todo marcha como está planificado, el JWST comenzará en 2018 a aprender de lo desconocido.