La enfermedad podría haber interrumpido la carrera de Luis Poirot, pero lo que hizo fue darle más tiempo. En 2001, y luego de haber sufrido un infarto, el fotógrafo fue diagnosticado con un cáncer al lagrimal que casi le cuesta su ojo izquierdo. Se lo salvaron en una clínica de Miami, donde le pusieron una placa de titanio en la mitad de la nariz y rellenaron parte de su cara con silicona. "Un amigo me consolaba por lo duro que me ha tocado vivir, pero yo no tengo esa sensación, para nada. He sido un testigo privilegiado de la historia y eso que me pasó fue una segunda oportunidad", dice hoy el fotógrafo de 72 años.

Tras la recuperación, Poirot no sólo siguió disparando su cámara, también se volvió a enamorar: con su mujer Fernanda Larraín, 40 años menor, tuvo a Aurora e Isabel, de seis y tres años.

Hoy, el fotógrafo recorre emocionado una de las salas del Museo de la Memoria. Está cumpliendo 50 años de carrera y ha decidido desempolvar negativos para exhibir sus inicios, a través de 150 instantáneas que exhibe hasta diciembre en la muestra La sopa derramada. El trabajo ha sido arduo. Poirot, un defensor de la fotografía análoga en blanco y negro, se encerró por meses a ampliar él mismo sus imágenes. "Estoy mayor y sólo aguanto cuatro o cinco horas en el laboratorio. A veces puedo hacer siete fotos y otras veces sólo tres. Es mucho trabajo y ya nadie quiere hacerlo. Ha sido bien horroroso el recuerdo de ver estas fotos de nuevo y bonito al mismo tiempo el ejercicio de memoria. Si yo hubiese ido con un pendrive a un lugar para que me las imprimieran no habría sido lo mismo. Pero no confundamos, lo mío no es nostalgia, es lucidez", dice Poirot, quien en 2014 exhibirá en el Museo de Bellas Artes una serie de desnudos de estos últimos años.

La muestra es un viaje al pasado: parte en 1969, año en que, según Poirot, halló su propio estilo fotográfico en un viaje a EE.UU. "Yo era un monito copión, pero en Nueva York me puse a disparar sin pensar y cuando revelé las fotos supe que eso era realmente mío", dice el fotógrafo, que registró el barrio negro de Harlem.

Eso sí, años antes, Poirot ya se había hecho un nombre como fotógrafo en Chile. Trabajó para revistas de moda y para la editorial Zig-Zag, pero el mejor aprendizaje lo tuvo arriba del escenario: luego de estudiar Teatro y dirigir sus propias obras, en 1963 se inició fotografiando al grupo Ictus, al Teatro del Alma y al de la U. de Chile, donde hizo amistad con Víctor Jara. Parte de estas fotos ven la luz otra vez junto con imágenes de protestas y de los movimientos sociales de los 60, los que Poirot registró antes del Golpe de Estado.

El fotógrafo acompañó a Salvador Allende en su campaña presidencial de 1970, recorrió los barrios más marginales de Chile, retrató a los trabajadores y a Fidel Castro en su visita en 1971. El 24 de junio de 1973, Poirot fue, además, el único fotógrafo que entró a La Moneda para el llamado "tanquetazo". Quiso hacer lo mismo el 11 de septiembre, pero no pudo. Volvió al día siguiente, tomando una foto del Palacio de Gobierno bombardeado, que hoy está a la entrada de la muestra.

"Esos años fueron una época de mucha efervescencia. Por primera vez las cosas estaban pasando aquí y no en Europa, sentíamos una libertad de ser por primera vez protagonistas de algo grande. Todo eso se acabó de golpe", dice el fotógrafo, quien se va ese mismo año a Francia y luego a Barcelona. Volvería recién 12 años después.