El triste final del Calypso
Lanzado por Jacques Cousteau como emblema de su cruzada medioambiental submarina, hoy el célebre barco se oxida en un astillero, en medio de un mar de disputas legales.
THOMAS Loel Guinness no sólo fue un político y empresario británico, sino también un activo filántropo, cuyo más famoso aporte fue arrendarle un barco de la II Guerra Mundial a Jacques Cousteau, para que lo transformara en su buque científico.
El millonario, que le cobraba la simbólica cifra de un franco anual, sólo le exigió que nunca revelara su nombre.
Cousteau aceptó, rebautizó la nave como Calypso y, fiel a la promesa, sólo develó el nombre de su financista tras su muerte, en 1988. En el barco, el investigador recorrió el mundo por más de medio siglo, descubrió nuevas especies submarinas y realizó 115 documentales.
Sin embargo, el barco hoy se deteriora en un galpón en medio de una triangular disputa judicial entre los hijos del oceanógrafo, su segunda esposa y un astillero, mientras particulares exigen al gobierno francés interceder y declararlo Monumento Histórico.
COMIENZA EL COLAPSO
El 8 de enero de 1996, el Calypso recibió su primer espolonazo. Una colisión con una barcaza en Singapur lo hundió parcialmente. En 1998 fue remolcado hasta el Museo Marítimo de La Rochelle, en Marsella, Francia, bajo la promesa de una restauración para una exhibición póstuma.
Pero una controversia por la propiedad entre Loel Guinness, nieto del dueño original, y Francine Cousteau, segunda esposa del oceanógrafo, trabó la restauración, lío legal que hizo que el municipio de La Rochelle retirara el apoyo financiero prometido. El Calypso se iba a pique.
En 2002, Alexandra, nieta del primer matrimonio de Cousteau, intentó organizar la restauración, pero la Sociedad Cousteau, controlada por Francine, no deseaba que la familia del primer matrimonio de su esposo interviniera.
Patrick Schnepp, director del Museo de La Rochelle, resumió la disputa en una frase. "Todo esto me da asco... Todo lo que no está roto está podrido, y todo lo que no está podrido, se rompe".
Finalmente, en 2006, Guinness llegó a un acuerdo con Francine y transfirió la propiedad del Calypso a la Sociedad Cousteau y, tal como su abuelo, sólo cobró la simbólica suma de un euro. El proyecto de restauración volvía a salir a flote. En 2007, la nave fue trasladada a los astilleros Piriou, para ser convertida en "embajadora de los mares".
Pero todo se detuvo en 2009. Piriou demandó a la Sociedad Cousteau, alegando una deuda de 850.000 euros, del 1.737.000 de la reparación total del barco. La Sociedad contrademandó, reclamando "trabajo defectuoso". "Detectamos irregularidades en su reparación, que fueron confirmadas por expertos judiciales. El fallo judicial suspendió el contrato y estableció que la sociedad no le debe dinero al astillero", explica a La Tercera Francine Cousteau.
El fallo estableció también que el equipo Cousteau debe sacar el barco del astillero antes del 11 de febrero de 2014. "Estamos analizando los posibles lugares dónde repararlo", dice Francine.
En septiembre, una iniciativa privada pidió que el barco fuera nombrado Monumento Histórico, pero la sociedad no quiere, pues ello dejaría al barco en tierra, como museo, y "el comandante Cousteau deseaba que el Calypso fuera un embajador del océano", argumenta Francine.
Celine Cousteau, nieta del explorador, no está de acuerdo. "Esta declaración significaría que sería totalmente restaurado, y le daría acceso a un amplio público para visitar la mítica nave y honrar el legado de mi familia", dice a La Tercera.
"Cualquier cosa sería mejor que la situación actual del Calypso. Dejar que se pudriera nunca fue el deseo de mi abuelo".
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