Fue el último fresco que pintó en el Vaticano y no quiso terminarlo sin inmortalizarse antes a sí mismo. A Miguel Angel Buonarotti se le encargó en 1542 la realización de La crucifixión de San Pedro, una obra que decoraría la Capilla Paulina, sala donde los cardenales rezan diariamente y en la que se reúnen antes de elegir un nuevo Papa. Restringida para el público general, y en un eterno segundo lugar en comparación con la popularidad de la Capilla Sixtina, hoy esa obra, y la que la acompaña, La conversión de San Pablo, viven un momento de insospechada atención: durante la restauración que desde 2004 se realiza en el lugar, los expertos descubrieron un autorretrato del famoso artista italiano.

La imagen en La crucifixión de San Pedro de un hombre con rasgos de anciano, cuya cabeza está cubierta con un turbante, es indicada por los expertos que realizaron la restauración como un autorretrato de Miguel Angel, entonces de 75 años. "Ambos frescos estaban cubiertos por tierra y mugre de cinco siglos, el trabajo de restauración fue difícil y demoró cinco años", explicó Maurizio De Luca, que encabezó el equipo de 20 expertos que realizó los trabajos en el Vaticano.

En total, el costo de la restauración se elevó a unos 4.5 millones de dólares. "Pero valió la pena, ya que nuestro descubrimiento es de un valor extraordinario", dijo De Luca, quien explicó además que los expertos identificaron el autorretrato luego de comparar el rostro pintado con otras imágenes de Miguel Angel, de la misma época. Esta no habría sido la primera vez que el italiano se plasmaba a sí mismo en sus obras. Justo antes de comenzar La crucifixión de San Pedro, el artista había terminado El juicio final, en la Capilla Sixtina. Allí, según los expertos, se retrató en la piel arrancada del mártir San Bartolomé, que cuelga de su mano. El pintor moriría 14 años después, en 1564, a los 89 años.