¿Qué es lo que subyace tras la salida del gabinete de Alejandro Foxley? Buena parte de los analistas de la plaza han destacado varias razones: desde el cansancio individual en la posición de canciller, hasta las infaltables luchas palaciegas interpretadas a través de teorías conspirativas (por definición, nunca completamente convincentes), en donde el denominador común ha sido la crítica a la gestión de Foxley.
Sin embargo, existe otro trasfondo sobre el cual vale la pena detenerse. Alejandro Foxley forma parte de aquel selecto elenco de dirigentes políticos que se encontró en el origen de la Concertación. Aquel elenco fue totalmente excepcional, desde varios puntos de vista. En primer lugar, porque su génesis nos retrotrae a comienzos de la década de los 80, período en el cual comienza a gestarse un diálogo entre políticos y académicos opositores que se extenderá durante años. Es en esos círculos en donde se reconstruyeron distintos tipos de confianza: entre la intelectualidad democratacristiana y la renovación socialista, entre el centro y una parte de la izquierda, pero también entre política y ciencias sociales.
En segundo lugar, porque ese prolongado diálogo originó importantes consecuencias en las políticas de alianza de los partidos, desembocando en una coalición inédita. En tercer lugar, porque se lograron articular las bases racionales de un programa de gobierno y de un futuro personal gubernamental, a partir de relaciones de cooperación entre dirigentes políticos y cientistas sociales forjadas durante años.
Si cabe hablar de alguna clase de "excepcionalidad chilena", es porque la oposición a la dictadura pudo dotarse, como en ninguna otra parte del continente, de un numeroso grupo de actores políticos específicos: los technopols, entre quienes precisamente sobresale la figura de Foxley.
Por "technopols" cabe entender un contingente de actores, transversales a los partidos, en quienes convergían simultáneamente dos tipos de recursos: por una parte, capitales "tech" (destrezas y habilidades disciplinarias certificadas por diplomas otorgados por universidades de prestigio mundial), y por otra parte capitales "pol" (los que les permitieron incidir crecientemente en las estrategias de sus respectivos partidos políticos).
Casi naturalmente, la gran mayoría de este elenco de actores formó parte del gabinete del Presidente Patricio Aylwin, prosiguiendo algunos de ellos durante la administración Frei Ruiz-Tagle, para enseguida permanecer como reserva política de la Concertación, sin jamás perder influencia en los destinos de la coalición. El efecto perverso de esta emigración hacia la esfera gubernamental fue el duradero debilitamiento de las ciencias sociales, el que hace tan sólo unos pocos años ha sido posible revertir.
La salida de Foxley del gabinete expresa el término de una generación de actores fundacionales de la Concertación, algo así como la "gran fatiga de la existencia", como escribía Céline. Pero más allá de ello, consagra un verdadero divorcio entre la actividad política y el oficio intelectual.
No es una casualidad si pocos días antes de su salida, Foxley dirigió y presentó un libro sobre países afines exitosos, verdadero manual para una nueva e improbable generación de technopols, el que sintetiza estudios y conocimiento comparado para gobernar a través de las ideas. ¿Podrá la Concertación reconstituir el vínculo perdido entre política y saber?