COMO Jesucristo está en tercer año de universidad llegó tarde al ensayo de la crucifixión. Se llama Alfredo Mesa (23) y desde hace un par de años se dejó el pelo largo y barba. Pregunta varias veces si la cruz no será demasiado pesada. A Jesús García, el párroco de Esmeralda, un pequeño sector de Colina que todavía conserva su iglesia de adobe y algunas casas coloniales, le costó convencerlo. Pero al verlo, sabía que este joven tenía que ser el Cristo. Lo convenció a comienzos de año. Otro vecino, Marcos Segovia, que en los años 90 muchas veces actuó de romano y Simón Zelote, el apóstol de los curtidores y madereros, ahora es el encargado de poner la amplificación, la luz y prácticamente el organizador de todo. Jorge, el mecánico del barrio, es el encargado de poner la energía eléctrica, ajustar los cables, controlar el audio y dar el vamos. Claudio Sánchez (30), como es agricultor, tiene fuerza suficiente para encarnar a un centurión romano que levanta a Jesús crucificado y lo asienta en la ladera de un pequeño cerro de Esmeralda, donde concluye uno de los últimos Vía Crucis vivientes de Santiago.
"Cristo va cansado, herido, no puede subir la cuesta tan rápido", ordena con un micrófono Sergio Meza, joven de 19 años que dirige un grupo de segundo año de Confirmación en una parroquia, de donde salen la mayoría de los soldados romanos, el pueblo de Jerusalén y los extras. Una treintena de personas actúan en este Vía Crucis viviente. Cristo aminora el paso en la loma llena de espinos y senderos de conejos. Se cae una, dos, tres veces; los soldados romanos lo levantan y empujan; lo azotan con látigos despiadados; María Magdalena llora más atrás, envuelta en un manto negro y una nube de polvo que va dejando la procesión. Es la décima estación del Vía Crucis: Cristo es despojado de sus ropas.
"Desde chico recuerdo que se hacía el Vía Crucis con actores", dice Sergio Meza. Antes se representaba en el cerro La Cruz de Esmeralda, que tiene una gruta en su ladera. Pero el lugar quedó chico en los últimos años por el exceso de público.
"Nadie veía nada", replica Marcos Segovia. "Todo el mundo se apelotonaba en las veredas y entre actores y público no cabían en caminos tan estrechos". Las angostas calles de Esmeralda todavía tienen gruesos árboles que levantan las veredas, casas coloniales y uno que otro portón de fundo. El Vía Crucis parte en la parroquia Sagrado Corazón y se traslada por dos kilómetros hasta el cerro con Cristo arrastrando una pesada cruz de madera.
La tradición comenzó en los años 60 o 70 en Esmeralda. Nadie tiene un recuerdo preciso. Todos saben que lo veían desde niños. Y aunque ha sufrido interrupciones en los 70 por la política y en los 80 por las protestas, se ha hecho casi todos los años, igual que el Cuasimodo a caballo.
Los Vía Crucis vivientes son una tradición medieval. El más antiguo y famoso es el de Oberammergau, un pueblito de Baviera -del que Walt Disney copió el casti- llo-, donde cada 10 años actúan este rito. Lo hacen desde 1633 para agradecer que no fue asolado por la peste. Participa el pueblo entero, hasta 2.700 actores. Y los personajes principales, Cristo, Judas, los apóstoles, Herodes y Pilatos son hechos siempre por las mismas familias que se heredan la vestimenta y el rol desde hace siglos.
En México y Brasil también son famosos. En Filipinas resultan macabros por el exceso de realismo y sangre. En Chile, son más humildes, hechos por vecinos y jóvenes, pero van mejorando.
"El Vía Crucis del 2010, después del terremoto, salió sorprendente", relata Marcos Segovia. "Justo ese año comenzamos a usar amplificación de la municipalidad y en la duodécima estación, donde Jesús muere en la cruz y la tierra tiembla, los equipos emitieron un zumbido muy bajo que hizo vibrar el suelo. Parecían sonidos subterráneos. Algunas personas gritaban de miedo. Pero fue sin querer".
Cuando bajan a Cristo de la cruz, llega a su apogeo. Debajo de un sauce, se ilumina el santo sepulcro y ruedan piedras de cartón y plumavit cerro abajo. Todo concluye cuando vuelan globos y se ilumina una cruz de cinco metros en la cumbre del cerro.
Año a año van mejorando detalles. Han incorporado iluminación, efectos especiales, amplificación y hasta antorchas.
"Las lanzas, espadas y los escudos de los centuriones hay que rehacerlos todos los años", dice Jorge, el mecánico encargado de la tramoya. "Los vecinos los dejan en cualquier parte. Los hacemos de plumavit forrado con tela metalizada, para que no vayan a herir a nadie".
Como gran parte de la obra transcurre en un cerro con pastizales, por precaución este año piensan hacer el camino de antorchas con lámparas Led de jardín. "Nunca se sabe la cantidad de gente que puede acudir, pero cada vez es más", apunta Marcos Segovia.
El año pasado encabezó el Vía Crucis de Esmeralda el arzobispo de Santiago, monseñor Ricardo Ezzati. "Nunca antes en mi vida de sacerdote ni de obispo había visto nada semejante, ni tan conmovedor", declaró Ezzati en esa oportunidad.
Hasta los años 90 eran tradicionales los Vía Crucis vivientes de la Gruta de Lourdes, en la Quinta Normal; en Pudahuel y en el sector de Chena, en San Bernardo. Pero paulatinamente se han ido haciendo más discretos. Los dos últimos, en Pudahuel y San Bernardo, han sido reemplazados por grupos de teatro amateur que interpretan Jesucristo Superstar en la versión de Camilo Sesto. También tienen su dramatismo y sus fans. El 2012 no se hizo el musical en Pudahuel y los vecinos protestaron.