En los últimos días de su vida, Julio Grondona le anticipó a varios lo que hoy es una evidencia: dirigió el fútbol argentino de tal manera, que su desaparición se convierte en un problema mucho más complejo que si hubiera muerto un dirigente de otro estilo.

"¿Nada hice bien? Ya me van a extrañar cuando no esté...", deslizó durante aquellos días en Brasil, en el que sería el último Mundial de su vida.

A Grondona lo van a extrañar en su país, porque el fútbol argentino es un caos que sólo él ordenaba, aunque fuera con modos polémicos, autoritarios y muchas veces contraproducentes. Y también en el fútbol latinoamericano, al que lideró y defendió dentro de una FIFA a la que entendió como pocos. Y sin hablar una palabra de inglés.

"Solo hablo español, es cierto; pero tengo una ventaja: hablo muy bien el idioma del fútbol. Y ese idioma no todos lo saben hablar", dijo años atrás, en una entrevista con la revista "El Gráfico".

La alianza que trabó, primero, con el brasileño Joao Havelange y, luego, con el suizo Joseph Blatter le dio a la Argentina un poder dentro de la FIFA que era equivalente -y, por momentos, mayor- a los éxitos de su selección.

Grondona se jactaba, y muchos miembros de la FIFA dijeron a través de los años que no exageraba, de haber sido la clave para el triunfo de Blatter sobre el sueco Lennart Johanson, en la elección presidencial de 1998.

"Y a este me lo echás ahora mismo", aseguran periodistas haber escuchado decir a Grondona durante el congreso de la FIFA en Seúl 2002. "Este" era el suizo Michel Zen Ruffinen, que había denunciado corrupción en los manejos de Blatter y Grondona en la FIFA. El argentino dijo eso mientras mantenía abrazado a un Blatter al que acababa de estamparle un beso en cada mejilla.

Grondona no dejó un sucesor claro ni formado para la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), y por consecuencia, tampoco a un hombre del país dos veces campeón del mundo que pueda aspirar a recorrer su camino en la FIFA.

Lo más parecido a Grondona en el comité ejecutivo -el órgano clave del ente rector del fútbol mundial, integrado por 24 miembros- es el español Ángel María Villar. Se parecieron por estilo y astucia, aunque Villar es europeo y, en determinados momentos, sus intereses son opuestos a los de la Conmebol.

En ese comité ejecutivo está Marco Polo del Nero, a partir de 2015 presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), aunque sin recorrido para intentar acercarse a la influencia de Grondona. El uruguayo Eugenio Figueredo intregra ese comité y preside la Conmebol, pero tiene los mismos 82 años con que murió Grondona.

Un Grondona que en los últimos tiempos se había distanciado de los problemas que podían complicarlo en exceso. En aquellas febriles horas del 25 de junio, en que Uruguay intentó moderar lo que se perfilaba como una durísima sanción al delantero Luis Suárez, el poderoso argentino optó por escabullirse.

"Si la FIFA se reúne en Río, yo me voy a Belo Horizonte", le dijo a un alto funcionario argentino durante la victoria albiceleste sobre Nigeria en Porto Alegre.

Argentina ganó aquel partido por 3-2 jugando al mediodía, y el Grondona de otros tiempos quizás hubiera volado a Río de Janeiro por la tarde, para controlar la situación. No lo hizo, se alejó de un tema que desbordó a los uruguayos durante una larguísima noche, que desembocó al día siguiente en una contundente sanción.

El argentino ya no tenía ganas de desgastarse. Feliz con el muy favorable sorteo para su selección, soñaba con el tercer título mundial albiceleste, algo de lo que quedó a sólo un paso.

Andrew Jennings, un periodista británico que enloquece desde hace años a la FIFA con sus investigaciones, dijo alguna vez que Grondona era "uno de los dos únicos miembros" del organismo que sabía "cuánto gana Blatter por su cargo".

Sibilino e irónico, Jennings añadió que el otro era el triniteño Jack Warner, caído en desgracia ya hace años. Sin contrapesos en una FIFA, en la que se encamina hacia un quinto mandato consecutivo, Blatter estará en Buenos Aires despidiendo, a sus 78 años, a un hombre al que siempre vio como par, nunca como subordinado.