El verdadero precio de la historia

[docureality] El programa de History, convertido en fenómeno y que estrena nuevo ciclo, se hace en una tienda pequeña y con sus dueños refugiados de la fama.




Rick Harrison, uno de los protagonistas de El precio de la historia, detalla que en la tienda Gold & Silver, donde trabaja desde 1988 y que da vida al espacio, le han ofertado cráneos, espadas de la Edad Media y Biblias impresas en 1600. Pero, hace siete meses, llegó un artefacto que giró su atención: un premio Emmy.

"Fue muy chistoso, porque lo miramos y dijimos: 'puedes ser pionero en un género televisivo que mezcla historia y entretención, tener imitadores y lograr rating altísimos... pero nunca te darán uno de éstos'. ¡Y eso es lo que nos pasa! Fue lo más cerca que estaremos de uno de ellos. Todo el mundo nos da mucho crédito como programa, menos la gente del Emmy", reclama a La Tercera el estadounidense, ante el menor reconocimiento que ha recibido el docureality por parte de la industria oficial, pero que, como reverso, luce una creciente popularidad, sobre todo en Latinoamérica y Chile, a través de History Channel, señal que esta noche, a las 20 horas, estrena su nueva temporada.

Hoy, el programa que muestra el negocio del local de empeño más célebre de Las Vegas, atendido por tres generaciones de la familia Harrison (el abuelo Richard, el padre Rick y el nieto Corey), se ha alzado como el más visto en la historia de la estación, con cinco millones de espectadores por capítulo y una huella que lo tiene como el faro de ese formato algo bastardo, que otorga lecciones de historia despachadas desde oficios casi extintos, y que ha saturado la TV de restauradores, cazadores de tesoros y toda clase de fetichistas por la memorabilia en desuso.

"El público quiere ver a gente simple triunfando en TV", postula Corey Harrison, el menor del linaje, arrojado sobre el sillón de un hotel que está a un puñado de cuadras del negocio y mientras apunta una gigantografía con su imagen: "Ahí aparezco muy gordo y no me gusto, pero la gente quiere ver un mundo reconocible y familiar. A veces ves personas medio míticas y no conoces a nadie. La audiencia ya está aburrida que sólo a las Kardashian les vaya bien".

Es muy probable que ninguna de las modelos y socialités del clan Kardashian vaya alguna vez a Gold & Silver. Se trata de una tienda de dimensiones moderadas, muy menores en relación a lo que se ve por pantalla, y anclada en una de las zonas más céntricas de la ciudad. Igual, su presencia salta de inmediato: una larga fila de turistas aguarda hasta cerca de 30 minutos para entrar por su estrecho acceso principal. Desde ahí, la puerta remata en un pasillo pequeño y atiborrado de merchandising, como poleras, tazones, calcomanías y, sobre todo, figuras de Chumlee, el empleado estrella del programa y que encarna un rol a medio camino entre la torpeza y el candor. Está claro que el reducto, pese a seguir funcionando como casa de regateo, hoy está consagrado a rentabilizar la fama del espacio.

Eso sí, el clan Harrison ya no está tras las vitrinas y ha delegado la atención del local a otros subalternos más anónimos, aunque en TV aún aparecen negociando con clientes y batallando por el precio más bajo. "Siempre estuvimos en el local, es parte de nuestras vidas, pero ahora tenemos que tomar resguardos. Para grabar, alguien que quiera vendernos algo interesante se contacta con nuestro equipo, llega a la tienda, cerramos las puertas, sacamos a los turistas y ahí aparecemos nosotros", expone Rick Harrison.

En el sitio, hay un total de 20 mil productos, gran parte de ellos guardados en las bodegas. Entre todos, el más caro es una caja de habanos de John F. Kennedy, la que se ofrece en US$ 125 mil. Luego le siguen una licencia de conducir del cantautor Johnny Cash, a U$ 95 mil. Para demostrar el carácter melómano de sus dueños, las paredes muestran una decena de imágenes de Jimi Hendrix, empeñadas por su fotógrafo oficial. Otro tramo está consagrado a las joyas, los cuchillos, los uniformes bélicos y las espadas.

"Lo que más me gusta comprar para mí son los libros, sobre todo los antiguos", subraya Rick. "Yo prefiero los relojes", acota su hijo. Eso sí, hay algo que jamás adquirirían: "Los objetos nazis. Nos han ofrecido muchos, pero los hemos rechazado todos", cuentan los propietarios de una tienda que hoy asoma como fenómeno televisivo con principios propios.

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