Los grupos radicales islámicos vinculados a Al Qaeda han tomado fuerza en la últimas semanas en países inestables como Irak, Nigeria, Afganistán o la vecina Pakistán y causan cada vez más preocupación en la comunidad internacional, incapaz hasta hora de frenar esta amenaza.
El ataque del denominado Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS) en Irak, donde hoy se ha hecho con el control de Mosul, la segunda ciudad del país, es solo una muestra del rápido avance de estos grupos radicales en países con profundos conflictos internos.
"Los yihadistas entienden que cualquier vacío político puede ser aprovechado para intentar imponer su régimen" y muchos países sufren inestabilidad tras unas fallidas "primaveras árabes" que ahora son capitalizadas por estos grupos para implantarse, señala Barah Mikail, experto en Oriente Medio del centro de estudios FRIDE.
En el caso iraquí, el origen del ISIS es el llamado Estado Islámico de Irak, una alianza de organizaciones radicales islámicas nacida bajo el paraguas de Al Qaeda en territorio iraquí en octubre de 2006 durante la ocupación estadounidense.
Las tensiones entre sunitas y chiitas y la falta de un Ejecutivo sólido en Bagdad dio aire a este grupo que anunciaba el pasado año que comenzaba a operar también en Siria, lo que ha aumentado la confusión y violencia en el vecino país, sumido desde hace tres años en una guerra civil con decenas de miles de muertos.
Siria es uno de los principales escenarios de combate de estos grupos radicales, cada vez más activos y dispares, donde luchan entre sí y, al mismo tiempo, contra el régimen autocrático de Bashar al Assad, en una espiral que no ha logrado una postura unánime de la comunidad internacional para una hipotética intervención.
Mikail opina que Siria es además "un símbolo para los yihadistas", es el origen de la dinastía Omeya y su control "enlaza directamente con la estrategia" de estos grupos para, desde ahí, extenderse por el mundo árabe.
Expertos en yihadismo aseguran que muchos de los integrantes de estos grupos radicales proceden del extranjero, y en gran número de Europa, y utilizan a terceros países como Marruecos, Argelia o incluso Arabia Saudita, para llegar hasta el frente en Siria, Irak o la más lejana Afganistán.
Allí crean "semilleros de integristas" para engrosar las filas de los que actúan en Libia, Mali, Mauritania o Yemen, donde los grupos cercanos a Al Qaeda mantienen constante su actividad contra los endebles regímenes oficiales.
Precisamente, los ministros europeos de Interior ya han incluido en sus debates el combate contra el yihadismo al ser conscientes del importante número de ciudadanos comunitarios que han decidido combatir en países en conflicto como Siria y regresan radicalizados.
La UE trabaja desde hace un año en una serie de medidas para la prevención de este fenómeno de los llamados "combatientes extranjeros", la detección de desplazamientos sospechosos, la persecución judicial y la cooperación con países terceros.
Si la situación del yihadismo en Oriente Medio es preocupante para la UE o Estados Unidos, no lo es menos la fuerza que movimientos islamistas radicales están adquiriendo en países del África Subsahariana, como Nigeria, en un continente más acostumbrado a enfrentamientos tribales que religiosos.
En una de las principales economías de la región africana, la secta Boko Haram secuestra a decenas de niñas para someterlas, comete atentados con cientos de víctimas en el mismo corazón del país y mantiene una guerra abierta contra el gobierno nigeriano que desangra el país.
Mientras, en Asia, en el enquistado conflicto afgano los talibanes encuentran oxígeno con la llegada del verano y aumentan su actividad contra el titubeante Gobierno y las fuerzas de la coalición militar internacional (ISAF) que, liderada por EEUU, trata de estabilizar la zona desde hace doce años.
Según expertos, el conflicto se halla en uno de sus momentos más sangrientos, después de que las tropas internacionales comenzaran a retirarse en 2011 y a transferir por fases la competencia de la seguridad al Ejército y Policía afganos.
Las víctimas aquí, entre civiles y militares, se cuentan ya también por miles.
El vecino y poderoso Pakistán, muy permeable y asequible para los talibanes, ha sufrido el pasado fin de semana uno de los atentados integristas más graves, cuando uno de sus comandos atacó durante 12 horas el aeropuerto de Karachi, la mayor ciudad del país, causando 38 muertos.
Otro comando atacó hoy la Academia de las Fuerzas de Seguridad Aeroportuarias (ASF) de esa ciudad, en el sur de Pakistán, mientras grupos tribales mantienen sus constantes ofensivas y atentados en las fronteras con Afganistán.
En este contexto, algunos analistas creen que el avance del radicalismo islámico en el mundo se ve favorecido por la inacción de los países occidentales, cada vez más preocupados en su estancamiento económico que en las amenazas exteriores.
"Los occidentales han desarrollado una estrategia que no ayuda a llenar el vacío político en la región, ni sus perspectivas sociales, económicas o en infraestructuras, lo que hace pensar a los yihadistas que este es el momento de dirigir" sus respectivos países, afirmó el investigador de FRIDE, con sede en Madrid.
A ello hay que añadir el resurgir del enfrentamiento entre la dos grandes potencias, EEUU y Rusia, que han llevado su nueva Guerra Fría a la falta de acuerdo para actuar en cualquiera de los países afectados por el radicalismo islámico.