La medida anunciada hace dos semanas muestra que las cosas no caminan como se esperaba. De otra forma no se explica que el "zar de las reformas", Marino Murillo, el mismo que estuvo al frente del Ministerio de Economía entre 2009 y 2011, tras lo cual ascendió a jefe de la Comisión Permanente para el Desarrollo y la Implementación de los lineamientos (a cargo de las reformas), regrese como titular de esa cartera, pero con mayores atribuciones. Eso, en momentos en que hay pocas señales de que la economía cubana gana dinamismo y cuando se apuesta al siguiente paso en las reformas y quizás uno de los más difíciles: la unificación monetaria en la isla (actualmente existe el peso cubano y el CUC, o peso convertible que tiene paridad con el dólar).
Murillo es un economista de 53 años que pertenece a la generación de jóvenes dirigentes comunistas, igual que el primer vicepresidente del Consejo de Estado, Miguel Díaz-Canel, señalado como un fuerte candidato para relevar a Raúl Castro en 2018. Nació en febrero de 1961, es decir, dos años después del triunfo revolucionario. Asistió al Colegio de la Defensa Nacional, donde se especializó en Economía, y buena parte de sus estudios universitarios los hizo en la ahora desaparecida Unión Soviética.
De "funcionario de base", tuvo una progresiva carrera en el aparato estatal, con varios cargos en el Ministerio de Industria Alimentaria. Pero sus verdaderos ascensos los logró cuando en 2006 fue designado viceministro de Comercio Interior y en 2009, cuando fue nombrado titular del Ministerio de Economía y Planificación. Esos nombramientos se dieron en momentos de fuertes cambios en la cúpula del poder cubano. En 2006, Fidel Castro -quien fue operado a consecuencia de una grave enfermedad- fue relevado por su hermano Raúl. Dos años después, el nuevo gobernante isleño asumió en propiedad como jefe de Estado y poco a poco puso a hombres de su confianza en los cargos ejecutivos.
El desafío con el que Murillo asumió era impulsar la apertura económica, hacer rentables las empresas estatales y sentar las bases para que la economía cubana fuese viable y no sucumbiera en la falta de recursos y la inoperancia, después de décadas subsistiendo gracias a la ayuda soviética y después plenamente dependiente del sector turístico.
Con ese objetivo se recortaron puestos en el aparato estatal y se permitió la aparición de pequeños negocios particulares, muchos de los cuales ya funcionaban en forma clandestina o sumergida. Se aprobó la compra y venta de viviendas y vehículos y se eliminaron muchas de las trabas para viajar al extranjero. Además, Marino Murillo fue la cara visible de iniciativas como la Ley de Inversión Extranjera, que busca atraer capitales foráneos.
A Murillo no se le atribuyen ambiciones políticas y tiene fama de administrador pragmático y tecnócrata meticuloso. Quizás por eso no afectó a su carrera la huida de su hija a Estados Unidos en 2012.
Pero los ansiados beneficios de esas reformas no se traducen en una mejora en las condiciones de vida y el gobierno ahora se enfrenta al desafío de terminar con la duplicidad monetaria, que en opinión de algunos analistas ha sentado, durante años, las bases para el establecimiento de una doble economía ficticia.
Murillo, pese a regresar a ser ministro de Economía -con la apuesta de "armonizar e integrar a un nivel superior el proceso de actualización del modelo económico", como sostuvo el comunicado oficial-, mantiene los puestos que acumuló en estos años: vicepresidente del Consejo de Ministros, miembro del Politburó del Partido Comunista y jefe del equipo económico.
Lo cierto es que los números no son auspiciosos. La desaceleración de la economía es mayor a la esperada; los ingresos por turismo bajan; los de las exportaciones de níquel no crecen, pese al aumento del precio; buena parte del presupuesto nacional se va en importaciones de alimentos, y pese a los esfuerzos, la industria nacional no despega.
En marzo, Murillo declaró ante el Parlamento local que Cuba aspira alcanzar un ritmo de crecimiento anual de entre el cinco y el siete por ciento, "y para conseguirlo se hace necesario alcanzar tasas de acumulación (de capital) del 20 al 25%, mediante créditos e inversión extranjera directa".