Hay días transitorios, días que se golpean unos a otros, "los días se incorporan a la vida/ los circuncidan para asegurar su productividad", escribe Elvira Hernández (65) en Los trabajos y los días, que abre con el poemario La Bandera de Chile.
El libro es una antología de su obra poética publicada por el sello Lumen, donde la poeta nacional apunta sus registros como cronista de los días más oscuros del régimen de Pinochet hasta observaciones, por ejemplo, sobre la víspera de Navidad, donde "nos internamos en el día expectante".
Nacida como María Teresa Adriasola, en Lebu, en 1951, este año fue presentada al Premio Nacional de Literatura por docentes de la U. de Chile. Además, ha sido un año de consolidación literaria. El editor Vicente Undurraga la incluyó en el catálogo de Lumen, antecedida por las antologías de Germán Carrasco, Raúl Zurita y Claudio Bertoni; La Joyita Cartonera acaba de editar un libro doble, Santiago Waria & Santiago Rabia, y en noviembre fue invitada a la Feria del Libro de Oaxaca y a la de Guadalajara, en México.
En la edición de Los trabajos y los días, que hoy se presenta en Casa O (Villavicencio 395, barrio Lastarria), a las 19.00 h, los poemarios reunidos se disponen según fecha de escritura y no de publicación. Esto ya que por diferentes circunstancias, la relación entre ambas no siempre coincide. Por ejemplo, El orden de los días, escrito en 1982, se publicó en Colombia en 1991.
"Creo que mi poesía todavía exhibe marcas de lo que fue el tiempo de la dictadura. Una de esas marcas fue la economía de lenguaje. Tenía que decirlo, por la censura, ojalá todo en una palabra", dice Hernández, cuyo primer título circuló en copias mimeografiadas de manera clandestina en los 80, y recién fue publicado en Argentina en 1991. "La Bandera de Chile es usada de mordaza/ y por eso seguramente por eso/ nadie dice nada", se lee en el volumen.
Sobre su vínculo con los poetas mayores, el que intenta escribir "con seriedad tiene que relacionarse de manera crítica con su tradición poética en pleno", dice Hernández, quien leyó a Gabriela Mistral y Pablo Neruda "con atención de manera tardía". Y cuenta de sus años de formación: "Tuve el privilegio de oír y estar cerca de Nicanor Parra. Escucharlo entusiasmado cuando escribía El Cristo de Elqui". Sobre Gonzalo Rojas, agrega que leerlo fue clave para ella: "Impidió que me volviera antipoética, que fuera en búsqueda de mi propio lenguaje". Con respecto a las nuevas generaciones, comenta que "no hay agotamiento en nuestra poesía como alguna vez se pensó y con razones, sino ya un movimiento acelerado y no uniforme del que tendremos noticias".