Ya casi extinguió a la humanidad en El Día después de Mañana, y ahora el cineasta Roland Emmerich vuelve con una película sobre catástrofes en 2012, de la que hoy pudieron verse unos extractos en Tokio.

El filme, que se estrena en noviembre, eclipsará a todos los anteriores sobre escenarios del fin del mundo. "Estoy fascinado por las profecías, las creencias de que el mundo desaparecerá", dijo el director del Día de la Independencia sobre el tema recurrente en su obra.

2012 aún no está terminada, pero unos 300 invitados y periodistas pudieron ver hoy en la capital japonesa un pequeño fragmento de nueve minutos.

"Se trata de un escenario catastrófico de dimensiones épicas. La película se basa en la profecía maya, cuyo calendario acaba el 21 de diciembre de 2012 y que ha inspirado toda una serie de profecías del fin del mundo.

El público no se verá decepcionado si espera imágenes espectaculares: un escenario tras otro es devastado, toda la ciudad de Los Angeles queda destruida por un terremoto de 10,5 grados en la escala de Richter y el parque Yellowstone sepultado por una enorme explosión de lava.

El mayor desafío fueron los diferentes tipos de efectos", dijo Emmerich. La cantidad de efectos es la mayor hasta ahora alcanzada, mucho más que los de otras de sus películas, como El Día de la Independencia.

Pero aunque las imágenes del desastre son el principal atractivo de 2012, Emmerich y el coautor Harald Kloser ofrecen un drama con varios hilos narrativos. Están los políticos, que saben que se acerca el fin del mundo, y aquellos que no tienen ni idea.

John Cusack encarna a Jackson Curtis, un padre divorciado que recibe una pista acerca de una posible salida para sobrevivir. Junto con su ex, encarnada por Amanda Peet, sus hijos y la pareja de su ex, Cusack se lanza a un viaje por todo el mundo para llegar hasta unos barcos salvadores que se están construyendo en el Himalaya.
El director de origen alemán aprovechó el eclipse que se vio hoy en Asia para promocionar 2012 en Tokio. El plan inicial era que él, los invitados y periodistas siguieran el fenómeno desde la Torre Mori, de 238 metros, un elegante templo del consumo en el barrio de moda Roppongi. Pero no fue posible, porque las nubes taparon la vista del cielo.