En Chile, unos dos millones de personas presentan algún tipo de discapacidad. De esos dos millones de chilenos, poco más del 29% cuenta con trabajo, y todos deben enfrentarse a un entorno hostil, que hace más difícil su integración. Se trata de un grupo de personas con necesidades prácticamente desatendidas, excepto por la ayuda de algunas instituciones privadas y un aporte estatal parcial.
Con este panorama en mente, algunos emprendedores han orientado sus negocios hacia el ámbito social. Ya sea por experiencias propias o por una profunda empatía con las personas discapacitadas, decidieron, desde sus emprendimientos, tratar de subsanar algunos de los problemas que ellas enfrentan.
Víctor Sáiz, "nacido y criado en Temuco", es un apasionado por el deporte, pero hace 12 años, un accidente dejó esa pasión en suspenso. Buscando una solución que le permitiera seguir practicando alguna disciplina, desde su silla de ruedas, creó un mecanismo que convirtió su silla en una bicicleta, impulsada con las manos, permitiéndole un desplazamiento más veloz que con su silla de ruedas tradicional.
En ese tiempo estudiaba ingeniería y, tras armar su prototipo, decidió cambiarse a diseño industrial. Hace casi tres años, formalizó su diseño en un negocio que bautizó como Trüm Handcycles. Trüm, en la lengua madre de los pueblos originarios de la IX Región significa "ser igual".
Cuenta que la experiencia con Trüm "ha sido rica, porque vamos creando una cadena solidaria". Agrega que ya nombran al producto por su marca y que cada vez los clientes le van pidiendo más cosas para "enchularla".
A diferencia de Víctor, el vínculo de Rayén Alvarez con la discapacidad surgió del propio interés. Cursando la carrera de diseño industrial, siempre le llamó la atención el área ortopédica, y cuando por temas de estudio le tocó trabajar en el diseño de sillas de ruedas para Teletón, "me encantó y me permitió reafirmar la sensación de querer trabajar en el área de la discapacidad", dice.
Años después de terminar su carrera, llegó a trabajar a un centro de rehabilitación neurológica, y se dio cuenta que había mucho por hacer, sobre todo en el ámbito infantil y juvenil.
En 2006, Rayén decidió partir con Doi, que tiene como misión facilitar los aspectos de la vida diaria de las personas con discapacidad y ayudar en su rehabilitación a través de diversos productos, como bañeras, sitting posturales, módulos de espuma, entre otros implementos.
El catálogo de productos, incluye dispositivos traídos de Europa y otros lugares , y los que son diseñados en Chile se fabrican 100% aquí. "Ocupamos materiales que no se usaban en la discapacidad, como telas técnicas de deportes y espumas de poliuretano. La idea es dar otra mirada a la discapacidad, también a través de los colores, de algo amigable de usar y sacar tanto fierro gris".
Hoy la empresa y sus productos están en mejoramiento continuo, "desarrollando líneas paralelas como bañeras plegables de aluminio. También queremos ingresar al área deportiva. Hoy existe demanda de deportes en silla de ruedas, lo que implica abrir la mente de los papás hacia sus hijos, de pueden hacer deportes y ahí tiene que estar el apoyo de Doi".
Mario Ogalde se encontró con la discapacidad en 2010, cuando para un ramo de su carrera, en la Universidad Federico Santa María, tuvo que desarrollar junto a sus compañeros, una solución "para un problema real". Decidieron mirar hacia la discapacidad y se encontraron con una realidad desconocida. "Tuvimos la suerte de contar con mucha ayuda de la Teletón Valparaíso y de la Unidad de Tecnología Asistiva de Teletón Santiago, y fue ahí donde por primera vez pudimos interactuar con muchos jóvenes con diferentes discapacidades, sus familiares y sus terapeutas", cuenta.
En 2011, su trabajo se concretó en Lifeware, "una solución que permite el control total de un computador y sus aplicaciones a personas en situación de discapacidad que no pueden mover sus manos". Esto, a través de movimientos de la cabeza o de expresiones faciales, como un parpadeo.
Inició el negocio con capital aportado por su padre, pero para escalarlo, recurrió al 3IE (Instituto Internacional para la Innovación Empresarial), "la Incubadora de nuestra universidad, que nos dio todo el mentoring que necesitábamos en ese momento, y nos ayudó a adjudicarnos un capital semilla de Corfo, que fue lo que finalmente nos permitió desarrollar el negocio y lograr las primeras ventas". Hace un año y medio iniciaron la etapa comercial de Lifeware, que ya ha beneficiado a 70 personas, en su mayoría chilenas, y hoy trabajan en el diseño de nueva tecnología en el área de la rehabilitación física.
"Aun cuando hemos tenido algunas experiencias con nuestro producto en el extranjero, todavía no damos el paso de la internacionalización. Estamos trabajando enfocados en afrontar ese desafío el año que viene, así como la comercialización de nuevos productos desarrollados por nosotros", dice.
TRABAS Y REPAROS
Estos tres emprendedores están orgullosos de sus negocios y del aporte que realizan al segmento de la discapacidad, aunque algunos tienen sus reparos respecto de cómo se están abordando las necesidades de este grupo de la población.
El desplazamiento y la accesibilidad, afirma Víctor Sáiz, son fundamentales para el desarrollo laboral de las personas con discapacidad. "En una charla que di en Los Angeles, se me acercaron muchachos jóvenes, que se esforzaron y estudiaron, pero no pueden trabajar, porque las empresas no tienen ascensor o no pueden llegar con su silla de ruedas. Nuestra bicicleta no los va a llevar al cuarto piso, pero al menos, les va a poder permitir postular a un trabajo que les quede lejos".
Agrega que el Servicio Nacional de la Discapacidad (Senadis), "plantea que están en busca de tecnología para la interacción de las personas con discapacidad, pero cuando les fui a mostrar mi tecnología no me tomaron en cuenta, y de eso ya han pasado tres años. Cuando mando cartas y no hay respuestas, es preocupante. Alguien no está haciendo la pega", dice.
Otro punto a abordar es el del acceso a los aparatos. "La bicicleta no es barata y el 95% de mis potenciales clientes, son de bajos recursos", cuenta. Para lograr abarcar a más personas, trabaja con auspiciadores, que este año han sido más difíciles de conseguir, producto de la desaceleración.
Explica que también hay trabas legales, ya que "si voy a pedir auspicio a una empresa, a lo más me pueden pasar una factura y lo que a la empresa le sirve es la donación, y para que me puedan donar, tengo que armar una fundación. Yo, como dueño de una pyme, no puedo estar preocupado del negocio, de los trabajadores y, además, de crear una fundación", argumenta.
Para Rayén, la solución a algunos de estos temas pasa por asociarse entre empresas que aborden este segmento. "No importa si somos competencia. Siempre pienso en 'hagamos alianzas, aportemos', pero la verdad, cuesta".
Mario Ogalde tiene otra opinión. Si bien coincide que falta que la gente conozca el día a día de las personas con discapacidad, afirma que "todos los emprendedores estamos en la misma situación, nadie viene de la mano a hacer crecer el negocio de otro. No creo que seamos especiales por haber elegido trabajar en esta área". Agrega que "aún cuando las políticas del gobierno a través de Senadis son bastante buenas, hay otros países donde todos los sectores ayudan a mejorar la calidad de vida de estas personas, no sólo el gobierno, sino también la sociedad civil y los privados. Creo que es un objetivo de cada uno de nosotros como emprendedores, ver cómo damos vuelta la situación y logramos crecer bajo estas condiciones".