El Enano gana la guerra de Cavancha
Buonanotte se lleva los peores gritos de la hinchada local y los mejores elogios de la suya. Su partido fue simplemente memorable.
Son las 15:00 horas en la capital de la Primera Región y las inmediaciones de Cavancha se encuentran ya atestadas de hinchas celestes. Un extraño silencio dramático, como el que precede siempre al fragor de la batalla, domina la escena. El fuerte despliegue policial se hace notar en la avenida Arturo Prat. Los controles de seguridad son constantes. Después de una semana marcada por la polémica y las suspicacias generadas por la autorización del estadio, todos se sienten un poco sospechosos frente a sus puertas. Incluso el propio Jaime Vera, a quien le es solicitada la documentación en su solitario arribo al estadio, al filo de las 15.30. "Soy el entrenador del equipo", explica, sonriendo, el estratega.
A las 16.00, el plantel de la UC hace su entrada, por el sector sur, y el circo comienza. "Asesino, asesino", le gritan a Buonanotte desde un minoritario sector de la tribuna Andes. El menudo centrocampista agacha la cabeza y prosigue con su camino hacia los camarines pensando, tal vez, en Pavez, que abrió la caja de los truenos.
La primera gran ovación de la tarde en el abarrotado feudo iquiqueño se produce con la salida a la cancha de los Dragones Celestes. El reloj marca exactamente las 16.21. La banda de bronce de la Fiel del Norte, la barra local más animosa y radical, los recibe con música y honores. "Se la come, Toselli se la come", vociferan ahora. No ha comenzado aún y el duelo, enturbiado a fuego lento durante ocho días, amenaza con volverse insostenible.
"¡No han salido campeones en la vida!", entonan ahora desde la tribuna Pacífico el centenar de hinchas cruzados presentes, en tono provocador. Envueltos en humo y pólvora saltan a la cancha los 22 protagonistas, y tras guardar todo el estadio un respetuoso minuto de silencio por la tragedia del Chapecoense, el cielo se tiñe de globos verdes. "Descansen en paz, campeones", proclaman por los altoparlantes. Con cinco minutos de retraso sobre la hora prevista arranca por fin el partido.
La frustrada volea al aire de Riquero, en los compases iniciales, consigue levantar a los 2.488 espectadores celestes -que realizan también el ademán de rematar esa pelota- de sus asientos. Hasta que en el minuto seis se instala el delirio, con el zurdazo teledirigido de Dávila, el 1-0. Cavancha casi se viene abajo.
Pero en la pesadilla de Iquique comienza a aparecer el rostro de Nicolás Castillo, autor del 1-1. Y en la de Castillo, el de Riquero, con quien tendrá sus más y sus menos durante el choque. Pero la guerra empieza a decidirla el más pequeño, el ultrajado Buonanotte, que festeja el 1-2 con rabia precisamente frente al sector del que procedían los insultos. Los visitantes reciben una lluvia de objetos en su celebración. Buonanotte enseña una moneda que le alcanza.
Cuando Villalobos restablece la igualada, la fanaticada local vuelve a creer. En realidad, nunca ha dejado de hacerlo. Y ahora es la exigua hinchada visitante la que se queda sumida en el más completo silencio. La música vuelve a sonar con fuerza en el norte. "Ahora corrís, chancho conchatumadre", le gritan a Ramos, con desprecio, los fanáticos de la franja, recordándole su discreto pasado cruzado.
Con lanzamiento de objetos desde la tribuna Andes y constantes cánticos discriminatorios contra Buonanotte, termina el primer tiempo. El árbitro del partido se guarda un proyectil en el bolsillo.
Con la llegada del segundo acto, tan tenso y friccionado como el primero dentro y fuera de la cancha, el empate a todo con el que terminaron los 45 minutos iniciales, termina de romperse. Buonanotte, todavía perseguido por hinchada y jugadores rivales, toma los mandos de la revolución cruzada. Le regala otro gol a Castillo (que terminará haciendo un póker) y firma el cuarto. La hinchada de la franja se pone definitivamente a sus pies y le despide con eufóricos cánticos cuando abandona la cancha. El partido está visto para sentencia gracias al Enano, al jugador atacado al que llamaron asesino y que terminó por liquidar buena parte de la ilusión de Iquique por conseguir su primera estrella.
Con el duelo decidido, la entregada hinchada celeste vuelve a cantar y dedica una calurosísima despedida al chancho Ramos, porque ya con el pitazo final, el orgullo sigue siendo celeste, pero la fiesta es ahora cruzada. Los abrazos sobre el polémico pasto de Cavancha son los de un equipo campeón. Casi.
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