El Colegio Santa María Eufrasia está ubicado al interior del Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín, el que reúne a autoras de delitos como tráfico de droga, homicidios y robos. Ahí, en el colegio, las reclusas entran y salen libremente de las salas. Sólo en el patio se ve a algunas mujeres con chaquetas verdes de Gendarmería, son las instructoras de los talleres quienes, a diferencia de sus compañeras en el resto del penal, las usan sobre su ropa de civil.
Paulina Vergara se llama la encargada del taller de literatura, que llega con una lista de 46 internas que se inscribieron para escuchar a Álvaro Bisama, escritor invitado por la Fundación Plagio, junto con Metro de Santiago y Minera Escondida BHP-Billiton, a dar una charla sobre cómo crear una historia para el concurso Santiago en 100 palabras, que desde el 2001 funciona con mucho éxito.
El año pasado postularon más de 46 mil cuentos, entre ellos, No más al revés de Juan Díaz, quien está preso en la Penitenciaria Santiago Sur, el que quedó seleccionado y se incluyó en el libro de 2016. "Este tipo de iniciativas también incluye a los recintos penitenciarios porque nos interesa recoger el discurso de la totalidad de los habitantes de la ciudad", asegura Carmen García, directora y fundadora de Fundación Plagio.
En los muros de la sala a la que hacen pasar a Bisama hay pegadas cartulinas de colores con textos y poemas escritos por distintas reclusas. "La vida siempre te hace pasar las cuentas pendientes y me tocó a mí. Estoy presa, en los primeros meses solo lloraba separada de mis hijos, madre y esposo. El que más está sufriendo es él, se siente solo y no está a su lado su compañera. Yo lo llamo a diario, él llora y me dice: 'Mamita, te extraño. Me haces mucha falta'. Yo igual lloro de saber que lo estás pasando mal y que los niños me extrañan. Él sabe que pronto estaremos juntos pero desde aquí no puedo hacer mucho, sólo darle ánimo", dice uno que se llama precisamente Darle ánimo.
"Soy muy malo enseñando cómo se escribe", parte diciendo con una inusitada timidez Bisama y saca algunas risas de las 19 mujeres que finalmente llegaron al taller. El escritor pregunta si tienen una historia que contar y todas se miran avergonzadas. "Tenemos más historias que el chapulín colorado", contesta finalmente una y de a poco se va quebrando el hielo.
Bisama les explica que escribir cuentos como los de Santiago en 100 palabras es una zona donde la ficción permite que alguien ponga su propia historia en relación a la ciudad, a las calles, a la propia memoria, a los paisajes que les son conocidos y que quieren atesorar. "Poner su historia por escrito es capaz de revelar cosas que no sabemos o cosas que nos permiten entendernos mucho mejor", agrega.
"Recién llevo siete años acá y aún me quedan muchos más. ¿Cómo puedo contar algo si no sé lo que está pasando en la ciudad? ¿Hablo del pasado o me la imagino?", pregunta Ximena Benavides (34), quien está presa por homicidio. Se sonroja fácilmente y tiene las uñas pintadas de rojo, el mismo color de su pelo. En su pantorrilla derecha se asoma un tatuaje de un león. "Pero esa historia existe en tu cabeza", le responde Bisama. "Ahí está la verdad de ella", explica.
Ximena sonríe: "Soy de la población La Bandera, en San Ramón. Nunca me gustó ir a las discos, así que siempre iba a distintos bares. Me gustaba mucho ir al 777, el que quedaba en San Antonio con la Alameda. Hace poco me enteré que había cerrado y me dio mucha pena porque nunca podré ir de nuevo", cuenta y sigue: "También me gustaba La Piojera, recuerdo que cuando murió Gladys Marín fui con cinco amigos. Compramos una cerveza y sacamos una guitarra. Siento que ese día celebramos en honor a ella, como si hubiésemos tomado 50 cervezas, además que la guitarra fue nuestra mayor motivación. La gente la quería mucho", agrega.
Esas son las historias que se anda buscando, dice Bisama, antes de darles 20 minutos para que cada una trabaje en un cuento.
Yenia Núñez (28), quien cumple una condena por microtráfico, es una de las primeras en terminar y se anima a leerlo en voz alta. Habla sobre sus días en San Antonio donde pasó parte de su infancia. Cuenta cómo se tiraba piqueros al mar desde el sector de las grúas y de las innumerables veces que la Armada la sacó porque era una zona prohibida para el baño. "Es lo que me marca como persona, yo crecí en la playa y siempre he estado ligada al mar. La fauna marina me apasiona", dice.
Apoyado en el marco de la puerta, Bisama la escucha atento, le pide que vuelva a leer su cuento y le aconseja eliminar algunas partes y ser más específicas en otras. "Debes situar el lugar", le pide. "Siempre leo libros de la biblioteca, ya sea de literatura o culturales. Son los que más me gustan porque me ayudan a distraer la mente", dice Núñez.
¿Enviarás tu texto al concurso?
Sí, porque siento que la gente se merece saber un poco más de nosotras, de las que estamos privadas de libertad. Independiente de lo que diga el cuento, nosotras también tenemos derechos y debemos aprovechar estas oportunidades de ser escuchadas.
Si quedaras seleccionada entre los finalistas. ¿qué sentirías?
Estaría orgullosa. Un logro más en mi vida.
Una de las últimas en leer su trabajo es Ximena Benavides, la joven que se sonroja fácilmente. Escribió sobre el venusterio, que significa hablar de sexo, de las visitas íntimas en la cárcel y lee sobre la vez en que un hombre llega a visita a la cárcel por primera vez después de que han entablado una relación por teléfono. Se emociona y reconoce que es un texto muy personal, que quizás el resto no lo entiende o le moleste. El escritor le dice que cuando alguien plasma una experiencia en un texto, deja de ser suya, y le pertenece a todos. Ximena lo mira y rápidamente le responde: "Le pertenece a la sociedad".
Finalmente, este año el concurso cerró con más de 40 mil cuentos postulados. Quince son de estas reclusas.