Louise Banks se ha transformado en la persona más importante del planeta Tierra. No lo quería ni lo buscaba y nunca pensó que su sobrio oficio de lingüista pudiera ponerla en esa posición: la única capaz de descifrar lo que los extraterrestres quieren decirle a los terrícolas en su primera y tal vez última visita a nuestro planeta. Esa es la premisa de la película La llegada, donde, como suele suceder en las buenas historias de ciencia ficción, un personaje común y silvestre entra acá a una nueva fase vital, enfrentado a circunstancias extraordinarias.
Los acontecimientos que dinamizan la vida de la profesora Louise Banks se parecen en algo a los que se cernían sobre la rutina de Roy Neary, el ingeniero eléctrico que a duras penas le daba sentido a su vida familiar en Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), la pionera cinta de ciencia ficción de Steven Spielberg. Allí, como acá, un factor "deus ex machina" ( inesperado hecho fuera de lo común) determina el destino del protagonista. Allá, como acá, tal vez los alienígenas no sean la raza malvada a la que nos acostumbró la literatura de H.G. Wells (La guerra de los mundos) y las películas del cine B norteamericano.
Las pretensiones y la ambición de La llegada, en cualquier caso, van mucho más allá de las referencias a Spielberg. Por ejemplo: si es que hay alguna película a la que busca tributar es a 2001: una odisea del espacio (1968), la influyente producción de Stanley Kubrick que también lidiaba con los tópicos del paso del tiempo y el enfrentamiento a lo desconocido. Es más, uno de los monolitos flotantes interplanetarios que aparecen en la película es llamado Stanley Kubrick.
Basada en el relato La historia de tu vida (ver ficha) del autor estadounidense Ted Chiang (1967), La llegada va contando a grandes rasgos el primer contacto que la humanidad establece con los extraterrestres. Es tiempo presente y cerca de 12 naves con aspecto ovoide se encuentran levitando sobre distintos puntos del planeta. Uno de ellos, como siempre, es Estados Unidos y a esa localidad, en Montana, es llevada Louise Banks (Amy Adams), quien debe hacer pareja investigativa con el físico Ian Donnelly (Jeremy Renner), un hombre bastante más racional y menos intuitivo que Louise. El tiene, afortunadamente, humor y decide que los dos monolitos-naves que llegaron a Norteamérica se llamarán Abbott y Costello. Ambos, Banks y Connelly, están bajo las órdenes y la mirada del mando militar de Estados Unidos y más vale que se apresuren en saber que quieren decir los alienígenas. Tanto los rusos como los chinos creen que vienen en son de guerra y la patria de Lincoln tiene que dar en el blanco de sus motivaciones.
Con 10 nominaciones a los premios Critics' Choice Awards (que la crítica de televisión y radio de EE.UU. y Canadá entrega hoy) y elegida una de las 10 mejores películas del año por el American Film Institute (AFI), La llegada es el último ejemplo de una serie de películas que han renovado el género de la ciencia ficción en los últimos años. Ubicadas más allá de las sagas fílmicas de cómics de superhéroes (de Batman a Doctor Strange), de las fantasías de origen literario (de Harry Potter a El señor de los anillos) o de las llamadas space operas (de Star Wars a Star Trek), las cintas de ciencia ficción tienen un inocultable origen literario y suele recurrir a aquel dispositivo del hombre ordinario enfrentado a situaciones asombrosas.
En un buen filme de estas características, nadie nace mago o superhéroe. Por el contrario, Louise Banks apenas puede lidiar con la pérdida de su hija cuando es llamada a descifrar el lenguaje alienígena. A su vez, el mencionado Roy Neary es incapaz de entenderse con su esposa al momento de tener un encuentro cercano del tercer tipo. O, para ir más lejos, el muy cultivado doctor Floyd de 2001: una odisea del espacio enfrentaba el monolito en la Luna con el mismo desconcierto que sus antepasados, los hombres-simio, lo hacían millones de años antes en la Tierra.
La misma angustia vital de Louise Vital corría por las venas del piloto de la NASA Joseph Cooper (Matthew McConaughey) en Interstellar (2014), la película de Christopher Nolan que pregonaba la posibilidad de que un padre viudo viajara en el tiempo para salvar a la humanidad de la inminente extinción. Como Louise Banks, Cooper era un americano medio, hombre de familia y capaz de interpretar los signos como nadie: descifra el significado de una extraña figura de polvo en su casa y la entiende como un código binario de coordenadas espaciales. De ahí al viaje intergaláctico a través de un agujero negro habrá sólo un paso.
Hombres y máquinas
Entre las películas que en forma inquietante (y hasta romántica) se entrometen con lo que en un futuro no muy lejano puede pasar entre un humano y la inteligencia artificial destacan al menos dos recientes: Ella (2013) y Ex Machina (2015). En la cinta de Spike Jonze, el oficinista y redactor de cartas de amor Theodore (Joaquin Phoenix) le encontraba un nuevo sentido a su vida al relacionarse con una computadora personal llamada Samantha (voz de Scarlett Johansson). En Ex Machina, el magnífico debut del novelista y guionista Alex Garland en la dirección, el ingenuo analista de sistemas Caleb Smith (Domhnall Gleeson) es invitado por un multimillonario de la informática a conocer su último invento: Ava (Alicia Vikander), una mujer androide de perfecto aspecto y razonamiento humano. Las cosas, en el mejor de los casos, no saldrán como lo desea el platónico Caleb.
También hay algo de romance (aunque correspondido) en Pasajeros, película de Morten Tyldum (El código Enigma) que tiene algo de Gravedad, The martian e Interstellar y que se estrena el 29 de diciembre en Chile. Como las dos primeras, se trata de un filme de suspenso y supervivencia en el espacio. Y, como la última mencionada, hay un viaje de larga duración. En la trama, una periodista (Jennifer Lawrence) y un ingeniero (Chris Pratt) viajan criogenizados en una nave que llegará a puerto dentro de 120 años. Algo sale mal y los dos pasajeros despiertan 90 años antes, en pleno trayecto. Como pasa en el género, hay un tercero a bordo y no es ni menos ni más que un robot de aspecto humano.
Hace 34 años una pandilla de androides forajidos fueron la pesadilla del detective Rick Deckard en Blade runner (1982). También sabemos que había otro miembro de los llamados Nexus-6 que sería el consuelo afectivo de Deckard: la replicante Rachel. Basado en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, el clásico de Ridley Scott tendrá en el 2017 su secuela. Se trata de Blade runner 2049, película que transcurre tres décadas después de la historia original y cuyo director es el propio Denis Villeneuve de La llegada. Hasta ahora poco y nada se sabe de una trama que se mantiene bajo siete llaves.Las expectativas son altas considerando que el reparto es encabezado por Ryan Gosling y que Harrison Ford volverá a hacer de Deckard.
El 2017 será también el año de estreno de Alien:Covenant, la cinta de Ridley Scott que funciona como secuela de su anterior Prometeo (2012) y como precuela de Alien: el octavo pasajero (1979). En la producción con estreno fijado para mayo, la tripulación de la nave Covenant llega a un lejano y paradisíaco planeta habitado apenas por un androide. Para ser exactos es David (Michael Fassbender), el hombe-máquina que en Prometeo quedaba a la deriva. Es probable que Alien: Covenant vuelva a probar la vieja tesis de Ridley Scott: que un robot, por insensible que sea, siempre será preferible a un alienígena con aspecto de reptil.