Apareció de pronto en el mapa chileno, pero desde el otro lado del Atlántico. Enrique Ramírez (1979) debió emprender un viaje físico y personal a Francia para que su obra comenzará a cobrar fuerza. Desde 2007, luego de radicarse en París, se a dedicó por completo al arte, y en pocos años su trabajo comenzó a posicionarse con éxito en la escena.
Primero llamó la atención con Brisas, un plano secuencia de 12 minutos -donde un hombre vestido de traje y completamente mojado, camina por el centro de Santiago hasta llegar a La Moneda, y cruza el edificio por dentro-, que se ha exhibido en festivales internacionales, entre ellos Rotterdam. Luego, en 2014, recibió el Premio de Amigos del Arte del Palais de Tokyo en París, donde posteriormente tuvo una muestra: Los durmientes, donde plantea diferentes metáforas visuales y sonoras sobre el tema de los detenidos desaparecidos que fueron lanzados al mar tras 1973. Al año siguiente la exposición llegó al Museo de la Memoria, y comenzó a hacerse reconocido aquí.
Sus obras pueden definirse más bien como poemas fílmicos; en ellos mezcla escritura, sonido e imagen, cruzando además la ficción y el documental, en pequeñas historias ancladas en la historia reciente de Chile. Sus temas recurrentes son el exilio, el éxodo y la pérdida de la memoria.
Hace unos días se conoció que el chileno era uno de los 120 artistas convocados por la curadora francesa Christine Macel para la Bienal de Arte de Venecia, el encuentro de arte más importante del mundo que parte el 13 de mayo. También estará presente la obra de Juan Downey, el videoartista fallecido en 1993, y uno de los referentes de Ramírez. El otro chileno es Bernardo Oyarzún, quien participa en el pabellón oficial organizado por el Consejo de la Cultura.
¿Qué puede contar del proyecto que llevará a la Bienal?
Es un proyecto realizado hace mucho tiempo en el altiplano chileno y boliviano, del que no puedo contar mucho. Es un filme que habla de una cierta espiritualidad, donde el cielo y la tierra se mezclan para convertirse en un solo lugar.
¿Está de acuerdo con la definición de "poemas fílmicos" para su obras?
Me interesa mucho la poesía y como ésta se conecta con nuestro imaginario. Esa relación imagen, texto y espectador es lo que crea el ambiente de mis obras; la poesía es algo que está implícito algunas veces y otras, explícito.
Uno de sus temas recurrentes es el Golpe de Estado. ¿Qué le interesa mostrar?
No es realmente el Golpe lo que me interesa, sino lo que dejó en nuestra sociedad y las huellas que comienzan a olvidarse, cómo un continente marcado por sus dictaduras vive hoy. Y yo soy de esa última generación que alcanzó a vivir en dictadura. Hoy vivimos en un mundo que comienza a volver atrás, es como una vuelta al pasado, nos hemos olvidado de todos los errores históricos y el mundo gira en círculo, es cosa de mirar lo que sucede en Estados Unidos, en Europa.
Por estos días Ramírez se prepara para ir a la Feria Arco Madrid, también para una exposición en marzo. Además, hasta el 16 de abril exhibe Mundial, una serie de instalaciones en el centro de arte contemporáneo Le Grand Café- Saint Nazaire, Francia. Tanto en sus instalaciones como películas, el mar siempre tiene un lugar principal.
Vives entre París y Santiago. ¿Cómo es su relación con esos lugares?
Soy latinoamericano, esa es mi tierra, yo no me siento ni parisino ni europeo. Estoy muy lejos de eso, todo mi imaginario viene de mi tierra, vivo en París porque me permite dedicarme a mi trabajo como artista, pero no dejo nunca de ir a Chile.
Su papá era fabricante de velas en la dictadura y ese símbolo está muy presente en su trabajo
Es muy importante, él hace velas aún y su trabajo ha marcado mucho mi trabajo plástico. Una vela es una cartografía, un objeto para viajar, una bandera de libertad… de guerra, de esperanza y también de sueños y perdición, una vela es un viaje.