Ocurrió lo mismo con México y Chile, después Colombia, Uruguay, Inglaterra, Francia y Estados Unidos, por nombrar los más fervientes y de aficiones más numerosas.

Es que desde chica siempre me hechizaron los himnos nacionales. No porque sea una patriota ferviente, sino porque provengo de una familia de aficionados de fútbol; esto, combinado con el amor por la música y mi inclinación general por cualquier cosa un poco sentimental, han generado en mí una inevitable afición por los buenos himnos.

Además, estoy casada con un galés. Como sabe cualquiera que esté familiarizado con el rugby sabe que los galeses se toman muy en serio su hermoso himno nacional.

Mi experiencia con los himnos nacionales comenzó desde temprano, cuando mis dos hermanos mayores me sentaron a ver la final de la Copa de la Asociación en Inglaterra.

Tenía alrededor de cinco años, y todos cantamos juntos (en mayor parte inventando la letra), con todas nuestras fuerzas, antes del comienzo del partido.

Una década más tarde, durante la Eurocopa en el año 1996, asistí al estadio de Wembley cuando Inglaterra le dio una paliza a Holanda venciendo 4 a 1. El fútbol fue fantástico, por supuesto, pero cantar el himno nacional a todo pulmón junto a 80.000 personas fue lo que me quedó grabado en la memoria para siempre.

En el año 2001, viví en París durante un año antes de comenzar la universidad. Mi equipo de fútbol preferido, Arsenal, tenía varios jugadores franceses en ese momento y yo había adoptado a Francia como mi selección nacional.

Incluso viajé a Rotterdam para ver a Francia vencer a Italia en la final de la Eurocopa, y canté La Marsellesa junto con la mitad roja, azul y blanca de la tribuna. Esa experiencia me resultó muy emocionante, a pesar de que mi cuerpo no tiene ni un solo hueso francés.

Una década después de París, viví en Nueva York, donde mi marido trabajaba para Naciones Unidas.

Nunca olvidaré la experiencia mágica de apilarme en una sala de televisión repleta de banderas, en el emblemático edificio de la ONU, para mirar la Copa del Mundo de Sudáfrica en vivo junto a una docena de empleados de la organización de todo el mundo.

Dudo que alguien haya trabajado demasiado durante el transcurso del torneo, pero sospecho que fue el mejor momento para las relaciones internacionales: los diplomáticos de todos los países se aglomeraban a ver los partidos de fútbol en medio de vuvuzelas.

"Los himnos que no encajan en este formato los que tienden a ser brillante. Las canciones que se originaron en la calle, en lugar de aquellas impuestas por el estado, pueden ser mágicas y verdaderamente emocionantes"

Uno de los momentos más recordados de ese verano fue el escuchar, de primera mano, cómo las personas de tantos países diferentes cantaban su propio himno nacional, desde Ghana a Paraguay, desde Costa de Marfil a Nueva Zelanda.

Y por supuesto, viviendo cuatro años en Estados Unidos he escuchado varias interpretaciones de la "Bandera tachonada de estrellas", un himno clásico que nunca podría dejar de cantar, ya fuera con la ironía de ser una británica en la barbacoa del 4 de julio -día de la independencia en EE.UU.-, o con la pasión que merece un juego de béisbol, un deporte que tiene una conexión inextricable con ese himno.

Nacionalismo sónico

En los Juegos Olímpicos de Londres 2012, los himnos fueron tocados por miembros de la Orquesta Filarmónica de Londres, y el compositor y violonchelista Philip Sheppard fue el responsable del arreglo de 205 de ellos.

"Ciertamente hay una fórmula para llevar a cabo un himno nacional", le dice Sheppard a la BBC. "Y es siguiendo un formato occidentalizado, como si al repasar un himnario metodista se escoja una marcha con ritmos puntuales, a menudo en bemol mayor y con melodía de trompeta cliché".

"Los himnos que no encajan en este formato son los que tienden a ser brillante. Las canciones que se originaron en la calle, en lugar de aquellas impuestas por el estado, pueden ser mágicas y verdaderamente emocionantes", agrega.

Un ejemplo es mi himno adoptado, La Marsellesa, dice Sheppard: "Viene de un lugar auténtico y tiene una verdadera motivación, es una pieza revolucionaria del pueblo francés".

"Es lo contrario a los himnos que están deliberadamente comisionados por el estado, y que podemos confundir entre sí, generando una situación extraña en la que el himno de un país de África Central (como el de Camerún) se confunde con un himno de Europa Oriental".

Sheppard reconoce que los himnos son difíciles de juzgar con objetividad desde un punto de vista musical.

"La razón por la cual a menudo muchos himnos son marchas, es porque ese es justamente el origen de su existencia: literalmente son para que las personas se congreguen", señala Sheppard.

"Desafiar un himno conlleva un riesgo, porque la gente vivirá y morirá por él. Sería como tener una opinión acerca del oxígeno. Es la sangre que corre por las venas de una nación"

"Entonces, como una bandera, se convierte en un instrumento del Estado. Y eso es potencialmente dinamita: desafiar un himno conlleva un riesgo, porque la gente vivirá y morirá por él. Sería como tener una opinión acerca del oxígeno. Es la sangre que corre por las venas de una nación. ¿Quién puede juzgar si tiene algún mérito musical?", apunta.

Por esta razón, Sheppard -quien recibió amenazas de muerte en 2012 luego de que un artículo sobre los "10 peores himnos", en el cual lo citaban, se convirtiera en viral- no quiere mencionar melodías nacionales que no califican. Pero cuando le pregunto por sus favoritos, menciona el de Rusia.

"Me gusta mucho. Putin restableció el antiguo himno soviético (de la década de 1940) y es una pieza de música impresionante. Suena como una canción revolucionaria de trabajadores, pero tiene una elasticidad harmónica que lo hace hermoso", explica.

También alaga el himno de Brasil, del cual dice "se ajusta perfectamente al estado de ánimo social del país, ¡que en mi experiencia tiene un 50% más de energía activa que cualquier otra parte del mundo!"

Latinoamérica suena

Dejando de lado a la sede de la Copa del Mundo, Sheppard es fanático de varios himnos nacionales latinoamericanos.

"En América del Sur tienen una tradición de ópera de estilo italiana", explica. "Muchos de sus himnos no estarían fuera de lugar en La Scala, son fabulosos. Son como obras de Verdi completas y quedan muy bien en eventos deportivos".

"Si uno escucha alguno de esos himnos, Brasil, Bolivia, Uruguay, ¡se pondrá de pie sin duda!", opina.

"¿Uruguay?", le pregunto horrorizada, pero Sheppard no puede dejar de admitir que aunque hayan dejado a Inglaterra fuera de la Copa del Mundo en tiempo récord, es un admirador de su himno.

"Tiene una duración de seis minutos y 50 segundos, y tiene alrededor de seis melodías diferentes, ¡es como una obertura completa de Verdi!", se ríe. "Así que me temo que además de ser vencedores en el fútbol también lo son en himnos…"

Recientemente se anunció que el gran cantante de ópera Plácido Domingo actuará antes de la final de la Copa del Mundo el 13 de julio.

"Siempre he pensado que la música y el deporte son dos de las grandes cosas que pueden ser comprendidas por mucha gente aún sin conocer realmente el idioma", dijo la leyenda de 73 años de edad cuando le preguntaron por qué quería participar.

Sheppard, como yo, está completamente de acuerdo. "¡Es el pegamento social!", exclama. "La música y el deporte son los dos grandes unificadores del mundo".