EL VERANO de 1992 un misterioso VHS llegó a los videoclubs locales. Se trataba de una película editada por VideoChile, compañía no muy dada a la experimentación, titulada Crimen pasional. En la carátula sólo se veía la cabeza de una mujer con los ojos cerrados, granos de arena en la frente, cubierta por algo que podría ser la tela de un vestido o un pedazo de plástico. La mujer se llamaba Laura Palmer y la película era el piloto de una serie de televisión, Twin Peaks, promocionada como el debut en la TV del laureado autor de hitos cinéfilos como El hombre elefante y Terciopelo azul, David Lynch.
Son los raros 90, la era pre-HBO, 20 años antes de Breaking Bad y de lo que algún día quizás recordaremos como "la fiebre de la ficción televisiva". Hasta este momento existen el sitcom, la serie de una hora tipo Los años maravillosos, la película para la tele (las extintas MOV o movies of the week) y, por supuesto, la soap-opera (esas telenovelas norteamericanas sin final y cuyos elencos van rotando década tras década, como The young and the restless y Days of our lives).
Twin peaks presenta a un David Lynch en su etapa más juguetona y energética, justo después de Corazón salvaje, tal vez su película más rockera. Asociado con Mark Frost, la otra cabeza de la serie y responsable de sus momentos menos lynchianos y narrativamente más "normales", esta vez se entrega sin pudores a la escritura de una obra mayor, una travesía imposible hacia el origen del mal, pero circunscrita a los códigos supuestamente menores del melodrama para la pantalla chica. Utilizando un batallón de referencias cinéfilas -no todas ellas reveladas en el sorprendente box-set The entire mystery (ver recuadro)-, Lynch y Frost deciden plantear dos ideas claramente televisivas: el pueblo chico y el whodunit? El primero remite directamente a La caldera del diablo (Peyton place), un hit de la ABC de los 60. El whodunit? (o ¿quién lo hizo?) es una forma de relato muy común por las novelas de Agatha Christie, donde una pregunta (por lo general, ¿quién mató a fulano(a)?) se resuelve a lo largo de la historia. Nadie estaba descubriendo la pólvora, pero como bien señala Lynch en uno de los documentales incluidos en el pack, "la propia historia quería ocurrir".
Para estructurar el relato, la extraña muerte de Laura Palmer se convirtió en la columna vertebral, el árbol del que van creciendo todas las ramas de la narración, que no son pocas. Como en toda buena telenovela y/o serie, aquí esas ramas se asoman de a poco. No hay apuro ni esa desesperación que a menudo encontramos en nuestra TV por desmenuzar el pollo antes de sacarle las plumas. El guión del piloto, una pequeña joya digna de análisis y que Lynch filma como si fuera la mejor de sus películas, presenta a los personajes de este pueblo fantasma con una sola pincelada, con leves toques de humor que a veces parecen desconcertantes y sin evitar el tono de melodrama puro, como en la secuencia en que el paradigmático Leland Palmer (el sólido Ray Wise) se entera de la muerte de su hija y no es capaz de articular una frase para contárselo por teléfono a su mujer, Sarah (la gran Grace Zabriskie, el personaje más aterrador de esta galería de monstruos). Estas secuencias, herederas del mejor cine de Douglas Sirk, pero pasadas por la demencia de Lynch, están acentuadas con nervio -y sobre todo, sin pudores, lo que se agradece- por la extraordinaria e imperecedera música incidental de Angelo Badalamenti. El cine negro, género que se huele en Lynch desde sus primeros cortometrajes, también se respira en cada esquina de Twin Peaks, en especial a través de la mirada del extraño/extranjero, el agente especial Dale Cooper, magníficamente interpretado por un muy joven Kyle MacLachlan (quien ya encarnó a otro extranjero de paseo por los infiernos en la seminal Terciopelo azul).
Todo cambió con Twin peaks. La serie se convirtió en la fuente a la que uno recurre en tiempos de sequedad mental, la referencia perpetua, el mapa de ruta, el oráculo. Lo insólito de esta devoción no es un guión magistral, que a ratos lo es. Lynch siempre ha sido mejor cineasta que escritor y eso queda claro: la serie deja muchos cabos sueltos, la segunda temporada es casi una parodia de la primera y hacia el final se nota el agotamiento de los creadores al punto de repetir las mismas escenas con diferentes escenarios, defecto común hasta en las mejores producciones, incluyendo, por cierto, las locales. Lo que más obsesiona de la serie no es la palabra escrita, sino el mundo creado a su alrededor, el universo y la atmósfera construidos con una sola idea matriz, un personaje con un pasado oculto -la insondeable Laura Palmer, a estas alturas un verdadero estado de conciencia- y una pequeña localidad donde todos sus habitantes están poseídos por uno u otro demonio. BOB, el monstruo que puede (o no) estar detrás del horror de Laura, debería estar junto a Drácula, Frankenstein, Michael Myers, Leatherface, Freddy Krueger y Jason Voorhees en el museo de los grandes villanos de la historia. Aunque para eso habría que demostrar su existencia, hecho que es puesto en duda por el propio David Lynch en Twin Peaks: Fire walk with me, película/precuela de la serie donde se describen los siete últimos días de Laura Palmer, incluida aquí por primera vez en Blu-Ray y con 90 minutos de escenas inéditas.
The entire mystery es una pieza descomunal e infaltable en la colección del fanático, pero el que quiera encontrar respuestas concretas a las interrogantes que quedaron abiertas se sentirá engañado. No existen. Buscar una explicación plausible o una línea cronológica de los eventos que rodearon al crimen de la joven reina de la secundaria de Twin Peaks es una pérdida de tiempo. Para Lynch, dilucidar el enigma significó "una profunda tristeza". Por eso, mejor quedarse con lo sensorial: los alaridos de una madre enloquecida, la mirada perversa de una colegiala o los árboles meciéndose con el viento helado del norte.