Pasó de teatro a una caldera. El Camp Nou, como en pocas ocasiones, estaba en ebullición. El penal bien ejecutado por Lionel Messi marcaba un 3-0 soñado para Barcelona. Le quedaban 40 minutos para hacer lo que mejor ha hecho en este largo ciclo de buen fútbol y triunfos. La épica mezclada con belleza individual y conjunta con el fin de seguir haciendo historia ante el apoyo de 98 mil almas.
Pero hoy, como alguna vez lo hizo el Inter de Milán o el Chelsea,el que aguantaba fue el París Saint-Germain. Los franceses le cedieron toda la iniciativa a los favoritos de siempre, y la pasaron mal. Sin llegar mucho, el dominio era único de los culés durante el primer tiempo. Suárez aprovechó una jugada rara en el área de Trapp para abrir la senda de la remontada, y Kurzawa, uno de los más aplicados de la defensa parisina, marcó un autogol que antecedió el tempranero penal de Lio en el segundo tiempo. Con el 3-0, parecía inevitable que un equipo compuesto por la mejor delantera del mundo no fuera capaz de sellar una llave que les estaba resultando favorable.
Entremedio, Neymar buscaba insaciablemente. De hecho, él generó el penal para el tercer gol, y fue el hombre más activo en la ofensiva. Rafinha no justificaba su presencia por la derecha, Rakitic volvía a demostrar que algo le falta en este tipo de partidos trascendentales y Messi, ahora como enganche, se perdía entre decenas de piernas visitantes. A la Pulga la marcaron escalonadamente, y en la mayoría de sus duelos, terminaba perdiendo por su incesante intento de arreglárselas por su cuenta.
Barcelona puso una retaguardia de tres hombres, suficiente para controlar los poquísimos intentos del PSG por romper la monotonía.
Emery, raramente mezquino para su estilo equilibrado, contó con ese personaje que te resuelve todo. Edinson Cavani sacó partido de su derecha fulminante y acabó con todo. Porque si había un equipo en el mundo capaz de remontar un marcador tan adverso, era este conjunto de Luis Enrique herido, provocado. Humillado en la ida, y con ganas de demostrarle al mundo que seguía vigente. Pero el uruguayo, paciente como él solo para sacarle partido a su permanente soledad, parecía liquidar la serie.
Parecían todos muertos. El Camp Nou volvía a ser el teatro silente que se paraba para jugadas puntuales. Pero el hombre de la llave fue Neymar. Un tiro libre para sacar aplausos y un penal inexistente para poner el 5-1 volvían a revivir al Camp Nou.
Porque si había un equipo capaz, era Barcelona. Y fue un actor de reparto, Sergi Roberto, que fue el que se ganó los abrazos. Cuando los centros al área ya eran cualquier cosa, el lateral derecho concretó un centro largo y generó un grito en todo el mundo.
Porque, aunque muchos no quieran, el mundo ama al Barcelona. Un equipo que ha marcado una década, y que es capaz de contar estos mitos que quedarán para la posteridad. Como el pie derecho de Sergi Roberto.