"No soy un converso. Detesto la visión del converso, de que yo vivía en el error y descubrí la luz, de pronto", afirma el sociólogo Ernesto Ottone al explicar su ruptura con el PC, donde militó por más de 15 años, llegando a ser un destacado cuadro a la cabeza de las Juventudes Comunistas mundiales. "Eso es como pasar de un extremo a otro, y siento que en ese joven que ingresó a las Juventudes Comunistas en 1967 y yo hay un hilo conductor: hay un hilo rojo, y es el hilo de la injusticia, de la desigualdad, con el cual me sigo sintiendo representado. Ahora de otra manera, ya no a través de la revolución, sino a través de la reforma", señala Ottone, quien abarca su experiencia de desafección con el Partido Comunista en El viaje rojo, la primera parte de sus memorias que se lanzará el 5 de agosto y que resume poco más de 15 años de militancia.
Tras su renuncia oficial al PC en 1983, su nombre pasó de ser el de uno de los militantes más destacados del partido a ser sinónimo de renegado. ¿Cómo vivió esa experiencia?
Eso fue así, pero a esa parte le sacaba el cuerpo por una cosa de sanidad mental, era muy duro. Leía muy poco por esa época, de repente me llegaban a las manos cosas críticas de mí. Pero fui muy cuidadoso. Por ejemplo, como se me acusaba de que iba a terminar de comunista italiano, decidí radicarme en París. En esos años me dediqué a reconstruirme profesionalmente, ya que había dedicado toda mi vida al PC. Así que concursé para Naciones Unidas y me quedé allí.
En el libro describe su ruptura con el partido como un proceso paulatino. Un desencanto continuo que se inició -según señala usted- con una visita al campo de concentración nazi de Treblinka, a fines de los 70. Toda una paradoja, ¿no?
Un totalitarismo, sea como sea, es inadmisible. Esa es la conciencia democrática que pasa a copar el centro de mi pensamiento. Primero esa visita y, posteriormente, un viaje a Camboya fueron determinantes para mi cambio. Yo pensaba que en el nombre del comunismo se había cometido un genocidio. Fue entonces que me puse a estudiar el estalinismo y llego a entender que hay millones de muertos en esta experiencia soviética. Ya la ruptura es muy fuerte. Y fue muy dolorosa.
Usted recuerda que había un fuerte negacionismo de los líderes comunistas...
La de Camboya fue una experiencia que tuve en compañía de un soviético. Y este decía: "Esto es fascismo, no comunismo".
Ya en 1979, los jóvenes comunistas comenzaron a oficializar sus primeros reproches a la experiencia de los socialismos reales. Usted cita una reunión en Hungría, donde se verbalizan las primeras críticas. Tras ello hubo una pequeña razzia entre los que criticaron, pero usted terminó ascendiendo al comité central del partido. ¿Cómo fue eso posible?
Yo estaba dentro de los críticos, naturalmente, pero esa fue una estrategia de rescate del partido. Algo así como decir "no lo perdamos", porque yo jugaba un rol importante en la federación mundial.
Sus críticas en esos años fueron calificadas de "desviaciones de derecha" y le costaron reproches de varios líderes comunistas, entre ellos Gladys Marín...
Al principio, cuando ella viajaba, me reprochó que tuviera un acercamiento tan grande a la experiencia de los eurocomunismos, que era un comunismo que renunciaba a la dictadura y que se acercaba mucho a la experiencia socialdemócrata.
¿Hubo acusaciones de deslealtad por quienes luchaban y caían en Chile?
Por supuesto. Pero entre los que éramos críticos y nos terminamos yendo del partido, muchos habían estado en Chile, habían tenido experiencias con la tortura, y quienes estábamos fuera teníamos disposición a ingresar a Chile si el partido lo decidía. Así que no hubo tanto ese reproche moral. Había desconfianza ideológica, una suerte de pensar que "el compañero se enfermó". Era un diagnóstico casi clínico.
Esa desconfianza tuvo expresiones concretas contra los críticos, como vigilancia permanente. ¿Fue su caso?
Sí hubo casos de vigilancia, pero yo no viví actos de agresión.
En 1981, el partido adopta oficialmente la política de la lucha armada. Usted no la comparte e inició una suerte de retiro...
Pasé a ser militante de base, que era lo que correspondía a alguien que estaba en desacuerdo con la dirección del partido. Pero mi reflexión me alejaba cada vez más, hasta que llegué a la conclusión de que no pertenecía al partido. Pero como todas las cosas en mi vida, lo hice con una cierta lentitud.
En 1983 envía una carta a Luis Corvalán renunciando al partido. ¿Qué le escribió?
Era una carta muy afectuosa, donde le decía que simplemente yo no me sentía reflejado ni en la teoría ni en la práctica. Que mis posiciones eran diferentes y que creía que no tenía que seguir siendo militante. No obtuve respuesta.
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Usted dedica su libro a una generación a la que "se le cayó el cielo sobre la cabeza", en alusión al Golpe Militar de 1973. ¿A qué se refiere exactamente?
El inicio del libro se fija en 1967, año en el que inicié mi militancia en el PC, años de la reforma universitaria. Veía una ética en esos cuadros y la verdad es que es difícil imaginar ahora lo pobre que era este país. Había un sentimiento de rebeldía y una cosmovisión que se dividía en un capitalismo del que veíamos sus injusticias y el socialismo real, un mundo revolucionario que nos generaba enorme atracción.
Por esos años conoció al ex Presidente Salvador Allende. ¿Cómo lo recuerda?
Lo conocí poco. Viví como dirigente de la juventud comunista, estuve en el gobierno, pero lejos del Palacio. La de aquel tiempo era una entrega al partido casi sacerdotal, entonces lo conocí poco, pero, después de leer también acerca de él, creo -como lo digo en el libro- que tenía dos almas: la republicana, la que muere en La Moneda, y otra influida por los tiempos, la Revolución cubana, el MIR. Todo lo que llevó a la pérdida de un horizonte reformador por uno revolucionario.
Conoció poco al ex mandatario, sin embargo, fue subsecretario de su gobierno...
(Se ríe) Ese fue un accidente. Yo lo supe hace poco, no más de cuatro años atrás, cuando me nombraron profesor en la U. de Chile y hubo un dictamen de la Contraloría señalando que yo ya había sido funcionario público. Esa fue una misión del gobierno que me encomendó Jacques Chonchol. Era un fundo que se habían tomado en la frontera con Argentina y había un lío. Yo tenía una cierta fama de buen negociador, me mandaron ahí y se logró un acuerdo. Años después me enteré de que para sellar esa misión, me habían nombrado subsecretario de Agricultura por unos días.
El Golpe Militar lo sorprendió en Hungría, donde cumplía labores como funcionario de las Juventudes Comunistas mundiales. ¿Recuerda cómo se enteró, quién se lo dijo, qué pensó?
Acababa de llegar de Estados Unidos, de una reunión. Ya sabía que las cosas estaban muy mal, pero uno tenía la esperanza de que no pasaría nada. Me avisaron de la embajada de Chile, por encargo del embajador. Primero hubo un sentimiento de no estar en Chile siguiendo la misma suerte de tus compañeros y, segundo, la sensación de no saber lo que estaba pasando realmente. Entonces supimos de la muerte de Allende y llegamos a la conclusión de que el Golpe se había impuesto, que no había resistencia.
¿Cómo fueron esos primeros años en el exilio?
Esos primeros años a mí se me fueron en un instante. Nos dedicamos por completo a generar solidaridad con Chile, a denunciar crímenes, a recibir gente. Fueron años muy rápidos. Se creó un movimiento mundial muy fuerte, porque en el mundo había mucha esperanza de lo que pasara en Chile de una revolución diferente. Y junto a ello había una gotera de dolor por los que iban cayendo, había un dolor político y un dolor personal.
Es difícil imaginar cómo el partido influía en sus vidas de manera tan radical...
Fuera de Chile me mandaron en febrero de 1973. Estaba trabajando haciendo clases en la universidad y me llaman de la comisión de Control y Cuadros, y me dicen que me tengo que ir a Hungría. Para nosotros, militantes, era normal una orden así y agarraba a la familia, dejaba su casa y partía.
Recuerda a los exiliados chilenos como muy disciplinados...
Eramos insoportables. Sentíamos la necesidad de trabajar las 24 horas. Cualquier minuto de descanso era no cumplirles a los compañeros que estaban en Chile. Mientras el partido no decidiera que te "ibas al interior" -es decir, a Chile-, te dedicabas a esas labores. En el exilio te pedían estudiar carreras cortas, no pasar vacaciones. Era una visión casi religiosa, donde predominaba la idea de que la dictadura iba a durar muy poco y había que prepararse para el regreso. Pero con el tiempo la vida se fue imponiendo y esas normas se relajaron, y la gente pudo rehacer su vida.
¿Cuál fue el sello que le dejaron 16 años de militancia y de conocer a los principales líderes mundiales del PC y sus experiencias de gobierno? ¿Qué le queda de comunista?
Una escuela de honestidad, rigurosidad y búsqueda de un mundo más justo. También el rechazo visceral a todo fanatismo, una visión laica de mis convicciones, la necesidad de lograr más justicia sin renunciar nunca a la libertad, la democracia y el pluralismo. Además, a hacer las cosas seriamente, pero sin tomarse demasiado en serio. Somos apenas un instante; sin humor, nos podemos volver ridículos a la vuelta de la esquina.
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Con su pasado comunista, la experiencia de la Nueva Mayoría y la incorporación del PC son algo que a usted le provoca simpatía...
Me produce simpatía y, sobre todo, alegría para la democracia chilena, porque yo creo que es bueno que el PC, que es un partido que tiene representación, que tiene una historia, más allá de errores que pudo haber cometido, tiene una historia larga y valiosa en la historia de Chile.
No ha sido, sin embargo, una experiencia fácil. La DC, principalmente, sigue mirando a los comunistas con desconfianza, ¿no cree?
Naturalmente. No es fácil porque, claro, han sido años de contraposiciones muy grandes. Pero creo que hay también una historia larga de relaciones de la DC con el PC. La falange, cuando recién se forma, apoya el gobierno de Pedro Aguirre Cerda junto con el PC. Cuando el PC es declarado fuera de la ley por la "ley maldita", la DC se opone. Hay un discurso de Tomic muy importante en eso y después, cuando se provoca la abolición de la ley, la DC participa muy activamente. Entonces, las contradicciones que existen son contradicciones que de pronto las vemos muy grandes, pero que son perfectamente vivibles.
¿Parece más incómoda la DC con el PC que viceversa?
Creo que en la medida que el PC recupere el estilo del viejo gran partido comunista, hay posibilidades de convivencia hacia el futuro. La historia lo dirá, es muy difícil en este momento.
Guardando las proporciones con la época de la UP que aborda en su libro, también existe un debate en el oficialismo acerca del ritmo y profundidad de las reformas...
Digamos las cosas en serio: el programa de Michelle Bachelet es un programa de reformas. No hay nada que proponga el gobierno actual que no exista en los países europeos. No es un programa revolucionario, digámoslo claramente.
¿Y algunos, cuando hablan con la metáfora de la retroexcavadora, confunden eso?
Esa es una pésima metáfora. Es un grave error, porque es la idea de que la historia no se construye y que todo lo que viene del período anterior son grandes errores. Yo no creo en eso. Creo que estamos en otro ciclo de la reforma, pero siempre dentro de un proceso reformador. Quien piense que esto es un proceso revolucionario, está equivocado. Está marcando ocupado. Hablar de retroexcavadora es una mezcla de confusión, de ideas algo populistas, porque ninguno de quienes hablan de esto tiene una visión alternativa. Digamos, como era lo del socialismo real. Aquí no se trata de que quieran eliminar la economía de mercado, etc. Nadie está planteando aquello, pero hay entre nostalgia y admiración a un cierto olorcillo populista que podría estar dando vueltas en alguna parte.
¿Es de los que creen que los grandes acuerdos generan estabilidad?
Existe la regla de la mayoría, hay que aplicarla, pero existen también los acuerdos, que son necesarios en democracia. Por eso creo que una contraposición entre estas posturas es un error, porque el método democrático contempla las dos cosas. El que gana, no lo gana todo y no lo gana para siempre. Eso es muy importante tenerlo en la cabeza. Es el respeto a las minorías, y la posibilidad de que las minorías se transformen en mayoría y respeten a las minorías. Ese es el alma de la democracia.