"La palabra 'lunes' debería ser un insulto". Esos 41 caracteres que hace un tiempo alguien publicó en Twitter -así de ambiguo, así de anónimo- les gustaron a tanta gente, tantas personas los replicaron y complementaron, que el autor apareció en la página de inicio de la red social. Eso, para los desentendidos, es como el Hall of Fame de los 140 caracteres: si los tuyos gustan mucho, tu avatar -o foto de perfil, para los mismos desentendidos- aparece junto a otros "twitteros destacados", que suelen ser personas como Steve Jobs, Pamela Anderson, el activista cool del momento y algún otro usuario anónimo igual que éste que odiaba los lunes.
Cómo no empatizar con esa idea. Cómo no querer que esa mañana no exista todavía, que el domingo se alargue, que haya un paro o una condición climática que imposibilite empezar la semana cuando se debe. La relación de 5x2 entre trabajo y ocio -por convención social más que por ley, ya que sólo los domingos se marcan con rojo en los calendarios-, nunca es suficiente. Y el que se lleva el enojo por esa proporción no es el viernes, sino el lunes.
Teorías y estudios sobre por qué la mayoría de los humanos detesta ese día hay varios. Incluso se habla de un síntoma que tiene nombre de canción, Monday blues ("Tristeza de lunes"). Y lo que es peor, para algunos empieza antes: también existe -y se combate- el Sunday blues. Porque la modorra de quien salió el sábado, el optimismo de esos deportistas ocasionales y el estoicismo de los que pasan las primeras horas comprando en una feria o supermercado, retrasan esa bofetada de realidad que es el domingo.
NO TRABAJE MUCHO (RECOMIENDAN LOS EXPERTO)
Se supone que la culpa no es del lunes mismo; ni del trabajo ni de la resaca ni del taco. Es de que el lunes nos recuerda que, como la mayoría en cualquier rincón del mundo, nunca se es tan libre como un sábado en la tarde.
Según el primer estudio sobre la variación diaria del ánimo, publicado en el Journal of Social and Clinical Psychology el año pasado, lo que nos hace tan felices el fin de semana es la satisfacción de tres necesidades sicológicas: autonomía, competencia y vinculación con lo que se está haciendo. Y claro: por usar un lugar común del fin de semana, cualquiera es más independiente en la toma de decisiones, se siente más capaz y está más interesado cuando está a cargo del asado con los amigos. Pero exigir ese nivel de compromiso y desempeño en una tarea que no sea la favorita, solicitada -o exigida- por quien esté al mando y para la que no nos sintamos los más idóneos, es mucho pedir para un día lunes. ¿Acaso no vendría bien al menos un día de tregua, entre hacer lo que uno quiere y hacer lo que se le exige?
De hecho, eso es lo que recomiendan algunos especialistas para hacer menos dolorosos los días lunes. Dejar esa reunión eterna para el martes y no exigirse mucho en la mañana. Y el consejo va para todos: según el mismo estudio, a cargo del sicólogo y profesor de la Universidad de Rochester, Richard Ryan, la insatisfacción al empezar la semana es la misma para quienes aman y detestan su trabajo, independiente del cargo que desempeñen y el sueldo que ganen.
Gretchen Rubin, abogada de la Universidad de Yale y autora del bestseller The Happiness Proyect, comenta en un artículo de la revista Psychology Today lo que hacen algunos de sus amigos para evitar, a su manera, el karma universal del día lunes -tan universal, de hecho, que el 78% de los trabajadores encuestados a nivel mundial por la consultora Monster (Luxemburgo) asegura que "la ansiedad del lunes por la mañana" evita que puedan dormir bien el domingo.
Lo paradójico es que las maneras de sobrevivir al "síndrome del lunes" llegan a ser totalmente opuestas. Hay quienes evitan "trabajar de verdad", hasta después de almuerzo y se limitan a contestar correos y leer newsletters. Otros, en cambio, se toman las dos primeras horas del día para dedicarse únicamente a tareas que ellos mismos se asignaron. Nada de recibir órdenes ni resolver problemas de terceros -no todavía. Una especie de mimetización pasiva con el resto de tipos vestidos con Dockers y las demás mujeres con tacones que jamás usarían un sábado en la tarde.
También se puede dedicar de lleno a una tarea realmente importante, en algo tipo de "terapia de shock"; aprovechando que en el cerebro el área cognitiva funciona mejor en la mañana que en la tarde. O programar algo entretenido para el lunes, como un almuerzo con amigos, para esperar con ansias -o con menos angustia- el inevitable comienzo de semana. A mí, al menos, lo que mejor me ha funcionado hasta el momento -sin haberle puesto mucho empeño en probar otras técnicas- es la primera opción. Procrastinar los asuntos importantes y mientras se me pasa el sueño y la nostalgia del fin de semana -porque sí, uno se acuerda de lo bueno que estuvo cuando lo amerita- escribir en Twitter cuánto odio los lunes. Y compartir los comentarios de gente como el anónimo usuario, que decía que "lunes" podía ser un buen insulto.
Pero hay que ser sinceros: el día corrió con mala suerte. El lunes es como el queso de un equipo pichanguero o el paria de un sistema cualquiera. Lo mismo pensaríamos del miércoles si se cambiaran los lugares. "Lunes", incluso, ni siquiera es una palabra tan fea. Hasta suena a nombre de un hijo de una pareja moderna y rupturista: perfectamente, lunes podría ser un hermano de Apple (manzana), la hija del vocalista de Coldplay y la actriz Gwyneth Paltrow. Si se empezó con las frutas, ¿por qué no seguir con los días de la semana?
Sea por azar o por tradición, el lunes es el día más odiado de la semana y poco queda por hacer para cambiar esa actitud. Ese sentimiento generalizado, esa cara al llegar a la oficina en la mañana, ese litro de café que es necesario para despertar ante el hecho de que quedan cinco días para el próximo fin de semana. Literalmente, el lunes es la antípoda del sábado. Y aunque esta semana pasó inadvertido por ser feriado, acuérdese de este artículo pasado mañana: no habrá consejo que le funcione para quitarse el "síndrome del lunes".