El francés René Thomas fue un instructor de ski independiente, especializado en llevar a millonarios a montañas solitarias con nieve prácticamente virgen. Hizo excursiones en el Himalaya y también en la Cordillera de los Andes. Aparentemente, estuvo a pocos kilómetros de Santiago esquiando en Farellones. Cuando a fines de 2007 su hijo vino a Chile, pidió que lo llevaran allá. Ya no usaba el apellido Thomas, su nombre era Michel Houellebecq y era la figura más desequilibrante de la literatura francesa contemporánea. En noviembre, cuando vuelva a nuestro país, optará por un destino sin historia familiar y viajará a San Pedro de Atacama.

Provocador profesional, el autor de Las partículas elementales regresará a Chile invitado en conjunto por el seminario La Ciudad y las Palabras, del doctorado de Arquitectura de la Universidad Católica, y el Festival Puerto de Ideas, de Valparaíso. Vuelve completamente consagrado: el premio Goncourt que recibió en 2010 por El mapa y el territorio validó ante la academia gala su nihilista y feroz retrato de la sociedad europea contemporánea.

La primera actividad de Houellebecq en Chile será participar en La Ciudad y las Palabras, ciclo responsable también de su visita en 2007. A inicios de noviembre, en una fecha aún por confirmar, será entrevistado en un encuentro abierto al público por el escritor argentino Alan Pauls. El francés es el nuevo reincidente en el seminario de la UC, que hace dos semanas recibió al sudafricano J.M. Coetzee y que en lo que resta del año espera invitados, como el escritor estadounidense Tobías Wolff y el editor del sello Anagrama, Jorge Herralde.

Nueva poesía

Célebre por sus disputas legales con el islamismo y desatar el odio de feministas, cuando Houellebecq estuvo en Santiago hace seis años evitó las provocaciones. "No sé", repitió varias veces en una conversación que sostuvo con Gonzalo Garcés, en el auditorio abarrotado de gente en la Casa Central de la UC, ante unas 500 personas. Tímido y lejano, confesó que salvo Borges y Bioy Casares, no había leído literatura latinoamericana.

En aquella ocasión fue reservado y hasta esquivo: "No me parece que ser escritor sea una profesión", dijo a poco andar la conversación. Consultado por su chapa de provocador, aseguró que prefería hablar de sus personajes, calificó de "fracaso" su novela Plataforma y adelantó que no sería raro si terminaba lejos de todo: "La misantropía termina siempre por ganar al final".

Autor de novelas crudas, con sexo casi pornográfico, atentados terroristas y clonación, en 2010, Houellebecq frenó a su rabioso nihilismo. En la novela El mapa y el territorio, narró la vida de un artista patológicamente solitario, eco del vacío del mercado del arte actual y la soledad contemporánea. El guiño autobiográfico era inconfundible: en el libro un autor llamado Michel Houellebecq pasa sus días en la costa oeste de Irlanda, tomando vino y pastillas para dormir. A veces viaja a Tailandia para visitar burdeles. Ya no escribe.

Con seguridad, sabemos que lo último no es verdad. La semana pasada, lanzó Configuration du dernier rivage, un nuevo libro de poesía después de 14 años. "La vida gira en torno de una epifanía perdida y de la imposibilidad de hacer el duelo", dice el autor que ha sacudido la literatura francesa y que volveremos a ver en Santiago en noviembre.