Hacienda Juntas en Monte Patria
Si el primer dueño de la entonces llamada Estancia Monterrey, el conquistador Pedro de Cisternas, se asomara hoy por alguna de sus ventanas, vería el mismo río Grande juntarse con el Rapel, y un paisaje de viñas, y mucho ganado. Sólo faltaría, como dicen los registros de la época, los "esclavos que omito por notorio". Casi 200 años después nosotros, los huéspedes de una de las únicas haciendas centenarias que quedan en pie en la Región de Coquimbo, vemos ese mismo río Grande, las montañas de piedra y roca enrojecida por la luz del atardecer, el picadero, sendos corredores salpicados de bugambilias y una tranquilidad que parece haber traspasado los años y las turbulencias de la Colonia, de la Reconquista y de la Patria Nueva. La Hacienda Juntas no fue una espectadora pasiva de esos sucesos fundacionales, sino que se involucró activamente aportando hombres a la denominada Legión Patriótica después de la batalla de Rancagua. Se cree que por ahí pasó el oficial a cargo de la columna norte del Ejército, Juan Manuel Cabot, invitado por el entonces dueño, el genovés Felipe Masnata, a alojarse y cambiar de caballos en la hacienda después de cruzar por el paso de Tulahuén en febrero de 1817. El mismo Masnata peleó en la batalla de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, en la cual combatió el Ejército de los Andes, formado por tropas de las Provincias Unidas del Río de la Plata y chilenas exiliadas en Mendoza, contra las tropas realistas, momento en que se consolida el camino hacia la independencia y que para algunos marca la verdadera fecha en que deberíamos celebrar la de Chile. Pero pocos conocen que al mismo tiempo ocurrió la batalla de Salala, que aseguró el flanco norte. El tema es tan actual que en febrero de este año se recreó parte de ese viaje de dos semanas por el paso de Guana, y la Hacienda Juntas volvió a ser el epicentro de jinetes chilenos y argentinos. De hecho, parece que los caballos siempre han estado en ese lugar, donde aún resuenan sus cascos, gracias a que la familia propietaria desde 1892, los Claussen, mantiene una cancha de salto con caballos criollos, aunque sea para cabalgatas tranquilas por el cerro San Juan.
El hotel está en Monte Patria (camino Ovalle a Carén km 38) a 30 minutos desde Ovalle. Tiene 18 piezas de distinto tipo, además de una piscina, juegos infantiles, capilla para matrimonios, sala de juegos, cancha de tenis, noches de cine, tinajas de agua caliente, masajes, caminatas y observación de estrellas. Los precios empiezan en 74 mil pesos por noche y hay un 30 por ciento de descuento por promoción de Fiestas Patrias.
The Singular Patagonia en Puerto Natales
La Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, mejor conocida como Frigorífico Puerto Bories, es un emblema de la arquitectura industrial posvictoriana –hoy rescatado por el hotel The Singular Patagonia– que permite conocer la historia de Magallanes, la Patagonia y la inmigración europea que llegó a Chile desde fines del siglo XIX. Así, mientras en la zona central aún se trabajaba con bueyes, en el fin del mundo, ya por 1915, se forjaba la tierra con un temple distinto, mezcla de acero, ingeniería de avanzada y ganadería ovina a gran escala.
Gracias a la carne congelada de nuestra Patagonia, además de la lana, el cuero y la grasa, se abastecieron cientos de soldados durante las dos grandes guerras mundiales. También gracias a Bories nace Puerto Natales y este recuerdo podría haber quedado sólo en las historias orales que muchos de los natalinos tienen del frigorífico si no fuese por el rescate que, tras su cierre, en los años 70, realizó la familia McLean en 1995. Gracias a su empeño la construcción -ya en ruinas- fue declarada patrimonio nacional en 1996. Luego de grandes reformas y de añadir un sector de habitaciones al hotel, hoy es posible visitar este singular museo de sitio sin necesidad de alojarse ahí. El tour guiado se realiza todos los días, desde el 28 de septiembre al 15 de noviembre y desde 16 de marzo al 2 de mayo, previa reserva al mail expeditions@thesingular.com.
En el recorrido, las máquinas y hornos provenientes de Liverpool, Inglaterra, aún resuenan entre las paredes de ladrillo y no hace falta demasiada imaginación para recrear el ajetreo que invadía el muelle cuando comenzaba la faena en febrero: el impacto de la luz eléctrica que emanaba del edificio en medio del fiordo de Útima Esperanza, la salida de los vagones del tren cargado de lana de primera calidad o el sistema de turnos que le permitió emplear a más de 400 personas. El pasado también se siente en otros espacios como el actual asador, ubicado donde antes funcionaron las salas de tren, la herrería y tornería del frigorífico, donde hoy se asan corderos al palo, una de las especialidades culinarias de la región. Para alargar la visita guiada y la memoria, también es posible tomarse algo en la zona del comedor y bar, disfrutando del viento y de las nubes, también patrimonio de la Patagonia.
Son 54 habitaciones single y tres suites. El hotel ofrece transfer a aeropuertos, menú de expediciones The Singular con guías, piscina temperada, sauna, masajes, restaurante, bar, asador, biblioteca, y la visita el museo, habilitado para discapacitados.
Hotel Antumalal en Pucón
Sólo el empecinamiento de la familia Pollak, venida de Polonia tras la Segunda Guerra Mundial y propietarios del hotel hasta hoy, pudo convertir una ladera de bosque valdiviano, sin caminos de acceso, en un ejemplo de arquitectura sustentable con reminiscencias Bauhaus que sigue dando que hablar en las escuelas de arquitectura.
Sin falsas modestias, Antumalal fue uno de los pioneros en la hotelería local. Recibió el primer crédito Corfo de la historia de Chile y tuvo la visión de apuntar –hace 70 años y por el empeño de Guillermo Pollak- hacia un terreno empinado al que sólo se accedía en lanchón. Así abrió el camino para que Pucón se convirtiera en el polo turístico internacional que hoy conocemos.
En sus paredes plagadas de fotos se puede ver, por ejemplo, a unos jovencísimos Isabel y Felipe de Inglaterra; al actor James Steward o a su compatriota el astronauta Neil Armstrong, visitas ilustres a las que se suman decenas de familias anónimas que han pasado veranos tras veranos admirando sus paredes enchapadas en madera de araucaria, esperando cómodamente que pase una tormenta, mirando atardeceres del sur, jugando cacho hasta las "tantas de la noche" o secando toallas en la terraza de alguna de sus cabañas. Israel San Martín, el barman del hotel famoso por sus pisco sours, es un emblema del Chile que no debemos olvidar.
Este tradicional lugar tiene 15 habitaciones (dos suites familiares, una habilitada para discapacitados y una suite familiar), tres chalets y la cabaña Casa Lago Antumalal para seis personas. Hay restaurante, sauna, piscina temperada y de hidromasaje, masajes, caminatas, bar, playa, muelle, late check out sin costo y asado chileno el día 17 de septiembre. Los precios en esa fecha empiezan en 264 dólares por noche (más IVA).
Hacienda Histórica Marchigüe
¿Qué tiene que ver la localidad de Marchigüe, en pleno secano de Colchagua, con la calle Loreto en Santiago? Mucho. En 1865, cuando Vicuña Mackenna organiza el primer concurso de belleza del que se tiene registro, Loreto Iñiguez Vicuña, una de las siete hijas de Pedro Felipe Iñiguez, entonces dueño de la hacienda, gana el cetro y, como parte del premio, recibe un puente y una calle con su nombre. Fue nuestra primera reina de belleza y su familia, los Iñiguez, quienes bautizaron a la hacienda San José de Logroño y fueron sus primeros propietarios civiles a fines del siglo XVII.
Una historia que comienza con los jesuitas dedicados a la encomienda de tierras y posta de cambio de caballares. Un lugar de tránsito que imaginamos efervescente y ruidoso, un ejemplo de organización que ya se quisiera el Transantiago o cualquier taller mecánico en la actualidad. Los caminos reales de la costa estaban organizados de tal forma que, al cabo de tres días de viaje, los jinetes podían llegar a una posta, dejar sus caballos al cuidado de los jesuitas, retomar el camino con animales descansados y así continuar, posta tras posta, hasta llegar a destino. De regreso, pagaban los servicios y recobraban sus caballos. Así transcurrió el transporte hasta que en 1767 los jesuitas fueron expulsados de los territorios españoles. Pero esta presencia aún puede rastrearse en el hotel, en los nombres de las habitaciones que siguen el orden en el que se organizaba la vida religiosa: La capilla, ocupada por el padre superior, es la habitación 1; luego venía la enfermería, la secretaría y el actual salón principal del hotel, que era la herrería. Pero hoy la historia no la cuentan los jesuitas, tampoco Guillermo Ovalle, quien cuida los jardines que disfrutamos hoy, ni tampoco su dueña actual, Vivian Jonnes, sino Diego Vergara Lira, heredero de la familia que estuvo a cargo de la hacienda desde 1773 hasta el 2003 y ofrece visitas guiadas por la propiedad y sus alrededores. Un lujo que no hay que perderse.
El lugar está a 40 minutos de Santa Cruz y cuenta con 23 habitaciones y tres departamentos con instalaciones familiares. Además hay una piscina, un restaurante, una huerta y salones de juegos, además de servicios como cabalgatas, senderismo, masajes y asado al palo. Para Fiestas Patrias hay una promoción de 3 o 4 noches -del 15 a 19 de septiembre– que incluye un brindis en la cava con charla histórica, cordero al palo, paseo en bicicleta y caminatas guiadas, competencias de volantín y carreras de sacos, entre otras actividades familiares. Tarifas: 243 mil pesos p/p en habitación tradicional y departamento para cuatro personas $ 199.300 pesos.
Hotel Casa Real en Buin
La historia de Chile no puede contarse sin unas cuantas botellas de vino, sin una heroína y una rima. Para empezar por los vinos, quizás ningún lugar, menos tan cerca de Santiago, permite descorchar tantos recuerdos como esta casona de la Viña Santa Rita que perteneció a Domingo Fernández Concha, banquero y senador conservador, que la compró en 1879.
Antes que él, Antonio Chacón Quiroga, alcalde de Santiago en 1647, había tenido la idea de plantar las primeras viñas para hacerse de vino y aguardiente, pero Fernández Concha impulsó la producción, plantó cepas francesas, trajo encorchadoras y prensas de Francia e hizo cubas y bodegas con tanto entusiasmo que ya en 1882 vendía vino. Para tener una idea de la importancia de Santa Rita en la economía nacional, en 1947 sus 359 hectáreas, incluyendo la casa patronal que data de 1882, la convertían en la propiedad más extensa del país después de Casablanca de Lontué.
La heroína de esta historia es Paula Jaraquemada, quien se dice que en marzo de 1818 alojó en lo que hoy es el hotel a 120 soldados malheridos que regresaban de la derrota de Cancha Rayada. Por eso, 120 es la insignia de uno de los vinos más tradicionales de la viña.
Las rimas son, en cambio, las de Vicente Huidobro Fernández, el autor de Altazor y nieto de Domingo, quien pasó los veranos de su infancia en esos jardines.
Hasta 1979 la numerosa familia celebró almuerzos y matrimonios, y seguramente muchos asuntos políticos se fraguaron entre la casona y la capilla. Gran parte de la distribución actual del hotel mantiene los espacios originales: el recibo, el salón rojo, el comedor, la galería y la sala de billar se mantienen igual al original, incluyendo el mobiliario. Las pinturas y frescos del comedor y otros espacios siguen siendo los que se instalaron originalmente. Y lo que hoy son las salas de estar eran antiguamente los dormitorios de los dueños de casa, don Domingo Fernández Concha y María Luisa.
En este hotel admiten niños a partir de los 12 años y cuenta con 16 habitaciones (5 suites). Los visitantes pueden escoger entre el restaurante Casa Real y el restaurante Doña Paula, además de caminatas, bicicletas, piscina, sauna, sala de billar, y por supuesto un tour a la bodega con degustación de vinos, con una visita al Museo Andino. Los precios en temporada baja (hasta el 30 septiembre) empiezan en 210.800 pesos.