La reserva marina islas Choros y Damas, en la Región de Coquimbo, comprende 3.863 hectáreas en las que desde 2005 están protegidas nueve especies, entre moluscos, plantas, aves y mamíferos marinos, y donde el pingüino de Humboldt (Spheniscus humboldti) es uno de sus representantes emblemático.
Se estima que en el país, donde habita cerca del 75% de la población mundial de estos pingüinos, hay entre 28.642 y 35.284 individuos, según la última estimación disponible (estudio liderado por Roberta Wallace, en 2015). En islas Choros y Damas, de acuerdo al mismo censo, había entre 1.364 y 2.341, y al contrario de lo visto en la zona central, junto a la isla Chañaral, son lugares en que el número de individuos se ha recuperado desde los 90, cuando la cifra de ejemplares en isla Choros cayó a unos 500 (según un estudio liderado por la U. Católica en 2014), por el fenómeno de El Niño. De ahí la importancia de su conservación, destacan los investigadores.
"Toda la cadena de islas que hay al norte de Coquimbo (islas Pájaros, Choros, Damas, Chungungo, Tilgo, Chañaral) funciona como una gran unidad interconectada en la cual sus pingüinos se dispersan de unas a otras. Si bien la especie es muy filopátrica (vuelve a nidificar en la isla donde nació), muchos van a mudar de plumaje a islas vecinas, e incluso, algunos se dispersan a otras islas y se establecen ahí", dice Alejandro Simeone, investigador de la U. Andrés Bello. "Cualquier cosa que impacte negativamente el lugar compromete severamente el futuro de la especie, pues aquí está su gran reservorio poblacional", agrega.
Como la reserva marina es parte del sistema de islas al alero de la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt, el lugar tiene la protección de la Conaf, que ha sido clave, regulando el acceso y removiendo especies invasoras que amenazaban a los pingüinos. Carla Louit, jefa de la sección de conservación de Conaf en Coquimbo, señala que el equipo está monitoreando las poblaciones, aunque aún no tienen un número definitivo. Asegura que la erradicación en 2014 del conejo europeo permitió restaurar los hábitats, lo que repercutió en las poblaciones de yunco (Pelecanoides garnotii), "que ha regresado a isla Choros, donde tiene una de las pocas colonias de reproducción", dice.
Chungungos (Lontra felina) y cormoranes guanay (Leucocarbo bougainvillii) también han vuelto, además de lobos marinos comunes (Otaria flavescens) y de dos pelos (Arctophoca australis), y una pareja de leones marinos, cuenta Carlos Gaymer, investigador del Núcleo Milenio Ecología y Manejo Sustentable de Islas Océanicas (Esmoi). "Había muy pocos chungungos y han recuperado su número", señala.
Gerardo Cerda, encargado del Departamento de Gestión Ambiental del Servicio Nacional de Pesca (Sernapesca) Coquimbo, dice que las evaluaciones efectuadas indican una mejor condición de las poblaciones de las especies objetivas de la reserva marina, e incluso de las que no eran sujeto de protección, como el lobo marino común (protegido por veda), que pasó de 363 ejemplares en 1995 a 1.682 en 2013.
Sobre el delfín nariz de botella (Tursiops truncatus), especie en peligro de extinción en la zona, se estima una población de entre 35 y 45 individuos, y aunque en los 80 y en 2010 se hablaba de 50 a 55 individuos, Cerda explica que no son cifras comparables, por lo que no se puede hablar de descenso y sólo podrá saberse con nuevos censos, que se comenzarán a hacer como parte del plan de administración.
Donde sí se ve una diferencia notoria es en los recursos pesqueros. En 2005, cuando se estableció la línea de base, no había erizos (Loxechinus albus), pero en 2015 la densidad llegó a 0,042 individuos por metro cuadrado. También ocurrió con las macroalgas, como el huiro, y moluscos como el loco y las machas, cuya densidad y tamaño crecieron. "Los datos muestran que los recursos están mejor que antes. La densidad y tallas adultas son indicación clara de que la población está teniendo baja presión extractiva", señala.
El compromiso de las comunidades fue clave, pues aún pudiendo continuar la extracción, cumplieron su compromiso. "Se ha respetado la prohibición, porque cuando quieren se pueden meter, pero no lo están haciendo", dice.
Gaymer concuerda en que el control del acceso a las islas y de la pesca ha sido fundamental y que las especies hoy no sólo se recuperan, sino que dejan de temer al ser humano y se dejan ver. Si bien el turismo tiene impacto, se está trabajando en buenas prácticas y hay un reglamento de observación que determina las distancias mínimas a las aves y mamíferos, además de capacitación a prestadores de servicios y más investigación, aunque reconoce que permanecen "algunos vicios", como la pesca ilegal y bucear sin permiso para hacer extracción. Por ello espera algunas correcciones, por ejemplo, que Sernapesca tenga oficina y embarcación permanentes.
Advierte, eso sí, sobre el delfín, que por el alto nivel de visitas se estresa. "El turismo estacional está concentrado en enero y febrero, hay una presión enorme en esa época. Además de la amenaza potencial de megaproyectos que se han pensado y planificado para zonas inmediatamente al sur. Son amenazas gigantescas", enfatiza.