Hubo un tiempo en que la música sólo existía en vivo y en que las melodías de una sala de cine sólo eran posibles en la medida de que las interpretara un pianista bajo la pantalla. Poco se hablaba de derechos de autor para los creadores de música en esos días y, a diferencia de lo que ocurría con la propiedad intelectual de mapas y de libros, poco se protegían. Pero cuando se volvió común grabar canciones en formatos físicos o cuando se pudo incluir, literalmente, una banda sonora en un rollo de celuloide, el tema fue cobrando tal relevancia que pasó a ser parte fundamental del negocio de la música. La industria como la conocemos sería inconcebible sin el derecho de autor. Así de simple.

En Chile el tema se instaló tarde: la primera ley robusta de propiedad intelectual es de 1970, y recién en 1987 los músicos crearon una entidad colectiva: la Sociedad Chilena del Derecho de Autor (SCD), que cinco años más tarde comenzaría a recaudar dinero por conceptos de derechos y a distribuirlos entre sus afiliados. Lograr que paguen quienes usan la música como parte de su negocio no ocurrió de la noche a la mañana; es un proceso que, de hecho, dura hasta hoy.

La televisión, por ejemplo, se demoró mucho en Chile en ponerse al día en esta materia, a pesar de que usa música intensivamente. Por ejemplo, la teleserie Machos debió remusicalizarse entera cuando se exportó, puesto que no había pagado por las canciones que utilizaba.  Y pese a que la ley obliga a cualquier local comercial que utilice melodías a tener una licencia y pagar, la tónica es que casi nunca lo hacen por iniciativa propia.

A la par con la creciente importancia de los derechos, reflejada en que cada año la SCD recauda más para sus músicos, la industria vivió el huracán de la digitalización e internet, que hizo volar el eje en torno al cual se estructuraba: la venta de discos. Esto hizo que los músicos pasaran a ganarse la vida tocando en vivo, pero también mediante la gestión de sus derechos, especialmente los compositores, que reciben más que los intérpretes.

El desarrollo del tema localmente tiene relación con lo que sucede en el mundo: los ingresos por derechos aumentaron un 19% el último año registrado (2013), según la Federación Internacional de Productores de Música.  "En los 90 no era un tema tan relevante para los músicos, porque las lucas de los discos eran superiores a lo que podían ganar por derechos de autor, los que todavía no eran pagados por canales abiertos ni de cable", explica el abogado Rodrigo Velasco, especialista en propiedad intelectual.  "En Chile es verdad que este tema se ha desarrollado en los últimos años. Pero también es verdad que si tú consideras la recaudación per cápita, Chile está en los últimos lugares de los países de la OCDE. Por eso hay un tremendo espacio para seguir creciendo",  dice Juan Antonio Durán, director general de la SCD.

Por conceptos de derechos hoy la SCD recauda unos 18 mil millones de pesos, el doble que hace seis años. Eso sí, menos de dos mil millones se quedan en Chile, y la mayoría se remesa a sociedades de otros países con los que la SCD ha ido generando convenios mutuos y que representan a autores extranjeros, los que más suenan acá. La entidad local tiene más de ocho mil socios afiliados, entre compositores, intérpretes y herederos (familiares o fundaciones que se quedan con los derechos de quienes fallecen). Además, tiene más de 14 mil usuarios, como se le denomina a quienes pagan por poner música.

En este último grupo están, naturalmente, radios, canales de TV, cines, discotecas, productoras de conciertos y sitios de streaming. Pero la gran mayoría -más de 12 mil- corresponden a malls, supermercados, tiendas, casinos, hoteles, restaurantes y un largo etcétera de "usuarios generales permanentes", que en su conjunto aportan el 35% de la recaudación general. Más que la radio (6,8%), la TV abierta (12,7%), el cable (25,2%) o los shows en vivo (10,8%).

"La explosión más grande de crecimiento de las entidades de gestión en el mundo tiene que ver con esos usuarios", explica Velasco. Un dato importante es que pese a lo que ellos representan en conjunto, gran parte de su peso económico se traspasa a lo que se escucha en las radios. Esto porque a diferencia de los locales comerciales, las radios sí están obligadas a llevar un registro de las canciones que programan, y esa información se usa luego para distribuir el dinero. De ahí que lo que sea que se escucha en el dial es vital en términos de derechos autorales.

FUNDAMENTALES PARA LOS MÚSICOS

¿Ha aumentado la importancia de los derechos para los músicos locales? "En mi caso sí, absolutamente", responde  Nano Stern, que el próximo viernes debuta en el Festival de Viña. "Porque hay una proporción directa entre cuánto uno difunde su trabajo, cuánto te tocan en la radio y tocas en vivo, y los derechos que te llegan".

"Son fundamentales para mí y forman parte de mi flujo de capital", dice la cantante Javiera Mena. "Son ganancias que me salvan todo el tiempo. También sirven para invertir en videos y otros gastos", añade. Francisca Valenzuela -que al igual que Mena y Stern interpreta canciones de su propia autoría- tiene una opinión similar y celebra que estén cobrando mayor relevancia. "La mayoría de nosotros tiene carrera radial en Chile principalmente y, de forma secundaria, afuera. Son ingresos relevantes porque te dan continuidad y proyección. Eso sí, se complementan con muchas otras cosas. El show en vivo es primordial", añade.

Curiosamente, fue componiendo para otra cantante fuera de Chile que Javiera Mena le tomó real peso a ese tema: hizo la canción "Agüita" para Danna Paola, tema principal de la serie  de MTV Niñas mal. "Ahí realmente me di cuenta de lo que puede generar una canción pop mainstream en México, muy distinto al caso mío, que vengo del pop independiente", cuenta.

"Los músicos hoy están más conscientes de sus derechos", apunta Velasco. "Es un área económica que está pasando a ser tan o más relevante que lo que eran los discos. Hoy no sólo inscriben las obras esperando que les llegue un cheque, sino que están mucho más encima viendo cuáles son los usos que tienen sus canciones".

Una consecuencia directa de la ley que obligará a las radios en Chile a programar al menos 20% de música nacional (que de ratificarse en el Congreso podría entrar en vigencia en menos de dos meses), será que crecerán los ingresos por derechos para los músicos locales. Las radios, que hoy emiten casi 16% de música chilena,  seguirán pagando lo mismo a la SCD (el 3,75% de sus ingresos mensuales), pero una porción que antes se iba al extranjero, ahora se quedará en casa. "Aunque no es su fin principal,  desde este año la cantidad de derechos que se recaudan para autores nacionales aumentará", dice Durán.

Un dato singular es que pese a que las grandes radioemisoras pagan altos montos y las más chicas, bastante menos, todo lo recaudado va a un fondo común que luego se distribuye equitativamente entre cada ejecución radial, sin importar en qué radio ocurrió. Es decir, a un autor le es indiferente si su canción se escuchó en la Rock&Pop, de alcance nacional, o en la radio Arcoíris de Aysén: por concepto de derechos, recibirá exactamente lo mismo. Esa naturaleza redistributiva no se aplica a otros rubros, como la TV, donde el monto que pagan los canales a la SCD sí se reparte entre las canciones que cada uno programó.

EL VALOR DE SINCRONIZAR

Cuando una canción suena en contextos como la radio, las noticias en TV, un recital o una tienda, el derecho de autor que aplica se llama  derecho de comunicación pública. En ese ámbito, a una radio le cuesta lo mismo programar "Hey Jude" de The Beatles que "Hay un límite" de Aleste, y los autores e intérpretes detrás de ambas canciones reciben los mismos montos por cada ejecución. Distinto es cuando una canción suena en un producto de ficción como una serie, una película, un comercial o un videojuego: ahí se entra en el plano de los derechos de sincronización. Su gestión está a cargo de los publishers, empresas cuya importancia ha crecido considerablemente en la industria. Eso sí, un músico también puede sacarles partido por su propia cuenta.

El músico y productor Vicente Sanfuentes ha tenido ambas experiencias y está muy al tanto del tema. Ha explotado comercialmente varias canciones suyas, como "Se puede", de Los Mono, que sonó en la serie estadounidense Weeds, y también ha colaborado a que Francisca Valenzuela, que es su pareja, se desarrolle en ese ámbito. "Hay amplio espacio para la mejora en el caso de estos derechos. Hoy existe más información asequible y las redes están completísimas. Hay un libro fantástico que se llama Michael Jackson Inc., que habla de cómo él con sus primeros cheques compraba derechos autorales, cuando era súper loco hacer eso. Hizo unas movidas para comprar el publishing de los Beatles y eso lo convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo".

Radicado en Los Ángeles, California, dice que siempre está atento a ver qué cosas pueden funcionar con su música. "Si sé que viene una serie con música electrónica y tengo conocidos en el mundo del publishing, mando cosas que pueden funcionar.  Siempre me junto con gente que ha tenido experiencias fructíferas en ese plano. Hay que salir y vender la pescada; no tener miedo a que tres personas en un foro te vayan a decir vendido. Prefiero que me digan vendido a que me digan loser".

Andrés Nusser lidera la banda Astro y canciones de su autoría han aparecido en películas, spots y en el videojuego de fútbol Fifa. "No fue una plata tremenda, pero nos dio gran exposición", dice. "Lo importante de tener un publisher es que cuando empiezas tienes cero poder de negociación. Por otro lado, te dan un adelanto. Para los músicos es difícil tener cuenta corriente, es difícil pedir un préstamo y esto igual es bastante atractivo", agrega.

Para el abogado Rodrigo Velasco, los publishers tienen una importancia equivalente a la que tuvieron los sellos en los 90. "Son ellos los que hacen que tu canción salga en HBO o en un reality", sostiene. "Pesquisamos dónde están siendo usadas las obras y dónde podemos colocarlas también", dice Carmen Valencia, gerente general de Universal Music Publishing y presidenta del gremio que agrupa a estas empresas locales, subrayando el rol fiscalizador que tienen. "El autor debe dedicarse a su talento de forma tranquila, a crear. Cada día hay más formas de explotación de las obras, como aplicaciones y juegos y también usos no autorizados y ahí es donde focalizamos nuestros esfuerzos", explica.

MÁS CONCIERTOS, MÁS DERECHOS

La música en vivo no es un ámbito que se asocie automáticamente a derechos de autor, quizás porque la transacción más evidente es la del productor que contrata al artista y luego vende entradas. Pero las obras que se interpretan siempre son de un autor y allí entran las sociedades de gestión colectiva a velar porque ellos sean recompensados.

En Chile, la SCD cobra a los shows un 8% de la venta de entradas (que se reduce a 5% si el productor paga en un plazo estipulado). El total lo distribuye dividiéndolo en partes iguales entre los autores de todas las canciones que fueron ejecutadas. Así, por ejemplo,  una canción de U2 recibe por derechos lo mismo que una de Santa Locura, el grupo local que abrió el primer show de los irlandeses en Chile, en 1998.

"Desde luego que el auge de los conciertos ha generado más derechos", dice Juan Antonio Durán, de la SCD. "En los últimos cinco años, la industria de espectáculos musicales en Chile ha crecido casi 50%. Eso significa que los derechos distribuidos a los autores chilenos y extranjeros de estos espectáculos ha crecido en la misma proporción".

La primera vez que Nano Stern tomó conciencia de la importancia de los derechos en la música en vivo fue en 2012, cuando teloneó a Silvio Rodríguez en el Estadio Monumental, concierto donde el cubano congregó a 35 mil personas. No le pagaron por tocar, dice, pero eso se  compensó con lo que recibió después a través de la SCD. Stern cree vital que los derechos se protejan en ese plano. "Si un día hago un tributo a Víctor Jara y lleno tres teatros Caupolicán es irracional que su Fundación (que tiene sus derechos) no reciba ni un peso", afirma. Y entrega un argumento válido para la protección del trabajo del autor en general: "Sin ese espacio íntimo de creación no existe ninguno de los otros eslabones de la música".

Una iniciativa que se conecta con este tema es la que en enero presentó la Comisión de Cultura y las Artes de la Cámara de Diputados: La idea es que los conciertos de artistas internacionales en Chile estén obligados a incluir teloneros locales si quieren seguir beneficiándose de la exención tributaria que hoy tienen. Tal como ocurrió con la discusión de la ley del 20%, la noticia dividió el debate entre quienes aplauden esta medida a favor de la música nacional y quienes la ven como intervencionismo innecesario.

De aprobarse, la medida supondría también mayores beneficios para autores nacionales en términos de derechos. Aunque la medida desnudó una realidad no tan conocida: la mayoría de los conciertos internacionales en Chile no paga IVA. Los productores de shows como los de Lady Gaga llevan años acogiéndose a una ley (la N° 825 Sobre Impuesto a las Ventas y Servicios, de 1976) que exime del pago del impuesto a cualquier espectáculo que haya obtenido la calificación de cultural en el Ministerio de Educación. "Cuando se concibió era para fomentar la realización de actividades de carácter menor o mediano y así potenciar el emprendimiento cultural. No magnos eventos", dice el abogado especialista en temas de cultura Juan Carlos Silva, quien se pregunta por qué los espectáculos en vivo gozan de un privilegio que los libros no tienen.

"El tema de fondo es la exención del IVA", dice Nano Stern, quien apoya completamente la iniciativa. "Cuando tienes a Shakira o Paul McCartney, OK, sí, es una actividad cultural, pero al mismo tiempo es un negocio gigantesco. Y sobre todo con las tarifas de entradas en Chile, las más altas del mundo".