Al fondo queda un año inolvidable en Benidorm, que es como si lo vislumbrase hoy. Una amplia habitación de 12 metros cuadrados en un piso compartido, enfrente de la playa, con vistas al Mediterráneo. Allí despertó cada mañana el sueño de Esteban Salinas en España, poseído por la buena voluntad. El destino le ha premiado. Hizo las prácticas en Zamora, "donde la vida era distinta", y luego fichó por el Benidorm, donde se declara "un hombre feliz y un jugador mejor". Acepta que "no se puede pedir más a la vida" y no deja de mirarse en el espejo de su hermano mayor, Rodrigo, que juega en el Nantes de Francia y que, en la Final Four, estuvo a punto de alcanzar el cénit en la Copa EHF. "Fui a verle, y es un orgullo, ver de dónde vinimos y dónde estamos". Toda una declaración de principios para justificar esta conversación con Esteban Salinas, que ya se prepara para el Panamericano de balonmano de Buenos Aires, que para la selección chilena arranca hoy frente a México.

¿En qué época de su vida se encuentra?

Tengo que completarme como jugador, como persona, dar el siguiente paso. Fui a Europa y maduré. Aprendí a vivir solo y por mí mismo, a prepararme la cena, a ir al supermercado, a ordenar la ropa en mi propia habitación… Hoy, que he logrado todo eso, no dudo de todo lo que puedo por avanzar como jugador. Tengo 24 años.

Entonces cada día que pasa es como una incertidumbre.

Sí, porque tiene que ser así. Quiero aprender, no quiero dejar pasar ningún entrenamiento. Necesito a mi cabeza, porque la paciencia  está en la cabeza.  Cuando llegué a Benidorm creía que no me iba a adaptar. El entrenador quería otra cosa de mí. No era lo que estaba acostumbrado en Zamora. Pero el tiempo me ha demostrado que podía.

La paciencia no daña a nadie.

Soy un ejemplo. Yo llegué a España a jugar en la serie B, en Torrevieja, en el equipo de mi hermano, y ahora estoy en la Liga Asobal (Primera división), séptimo clasificado… Y todo esto, que ahora parece tan fácil, yo sé que ha costado y que me ha costado mucho.

 ¿Tan duro fue?

Sí, pero no es mi vida. Es la vida del deportista, en general. Sabes que esta profesión es así y que no va a durar más de 15 años. Sabes que en cualquier momento una lesión te fastidia. Yo he tenido suerte, pero hay gente que no. Sin ir más lejos, uno de mis compañeros de piso, Víctor Recio. Ha pasado dos años rehabilitando las dos rodillas y ahora ha vuelto; ver lo que te cuenta y verle jugar ahora…, eso te hace estar muy contento.

 ¿En la vida todo es estar contento?

No todo, no. Hay momentos para la seriedad. No vas a ir a un entrenamiento a reírte o hacer el loco. Hay días en los que si no estás concentrado no eres nadie. Pero en mi caso siempre me recuerdo a mí mismo que hago lo que me gusta. De otra forma no me hubiera movido de Chile, estaría ahí tranquilamente, con mi trabajo en Viña del Mar.

¿Qué hubiera sido de usted?

Terminé el bachiller y supongo que hubiese estudiado Educación Física, Fisioterapia, algo relacionado con el deporte, quién sabe. Pero resulta que  cuando en casa dije que quería ser jugador de balonmano mis padres se dedicaron a apoyarme. Todavía recuerdo esa frase mítica de mi madre: "hijos, querer es poder".

¿No se puede vivir sin el deporte?

En mi familia es así. No podemos engañarnos. Mi padre fue jugador de balonmano en Universidad de Chile, mi madre hizo voleibol amateur, mi hermano mayor es surfista, mi hermana, ahora se ha casado pero nunca dejará el deporte, la gimnasia, el surf…, y aquí estamos Rodrigo y yo peleando en Europa, viviendo un sueño, peleando por lo que soñamos en la infancia…

Vive en un piso compartido.  ¿No quedó tiempo para hacer una familia?

Claramente, hay tiempo, pero no ha llegado esa mujer que me robase el corazón, y no será fácil. Mire, mi hermano ya lleva una relación de cuatro años con una chica brasileña, que es jugadora de balonmano y que ahora está en Rumanía. Pese a la distancia, porque él está en Francia, lo llevan bien. Pero yo lo veo tan difícil…

 ¿El balonmano le obsesiona?

No. Sé dividir. Sé apartarme cuando hace falta. Sé que hay otra vida y que no puedo cerrar los ojos ante lo que le pasa a mi familia o a mis propios amigos…, hubo algunos que, como yo, vinieron a Europa y tuvieron que volver a Chile, porque aquí no podía ser.

 Sin embargo, aquí sigue usted.

No es fácil, no ha sido fácil. Al principio, mis padres tuvieron que apoyarme mucho económicamente. No podía ser de otra forma, pero fue posible. Tuve esa suerte.

 ¿Ha dejado de ser mileurista?

Sí, ahora ya puedo decir que sí, en Benidorm, sí.

 ¿Se da grandes lujos?

No, nunca. Si acaso, salir a cenar a veces. Pero más de eso, no. Soy de ahorrar el dinero, porque tengo la aspiración de comprar algún día mi casa.  Pero no tengo prisa, sé que hay que ir poco a poco. Recuerdo cuando llegué a Europa y le decía a mi hermano que quería ser el mejor del mundo. "Aquí te va a costar", me decía;  "hay mucha gente persiguiendo lo mismo que tú".

¿A los 24 años, ya comprendió que no será el mejor del mundo? 

No, ¿por qué? Nunca se sabe. Desde luego, yo no voy a renunciar. Nadie me obliga a hacerlo: ya logré lo más difícil. Juego de pivote en una Liga tan competitiva con una estatura baja como la mía (1,80). Pero de ahí he sacado lo positivo. Soy más rápido, tengo más facilidad de movimientos. No puedo dejar de ser ambicioso.

¿La ambición está en su genética?

Supongo que sí, en mi familia siempre buscamos más, son los retos de la vida. Logras una cosa y buscas más. La motivación  te ayuda en todas partes, hasta en el gimnasio, donde uno también tiene que prepararse. Aquí todo sirve, uno nunca puede pararse. Jugamos al máximo nivel.

 ¿Será olímpico algún día?

Seguro. Estamos trabajando duro para lograrlo. Somos muchos los que tenemos el mismo sueño en Chile. Ya podía haber sido en Río, pero no hemos de desanimarnos. Tenemos tiempo, un aire, un entrenador nuevo, cada día estamos mejor armados física y tácticamente. Va a llegar nuestro momento; tiene que llegar.

 La magia sería compartirlo con su hermano, Rodrigo.

Lo hablamos y coincidimos en que esta vez debe ser sí o sí, no se puede quedar en solo palabras. Cada vez estamos más cerca de Brasil o de Argentina. Cada día nos sentimos más seguros y tenemos jugadores repartidos por toda Europa que están tan convencidos como nosotros. Sin ir más lejos, de cara al Panamericano.