Si tuviera que definir áreas de interés para la mujer chilena, ¿usted qué diría? Hoy la respuesta de Cema Chile en su página web es: "patchwork, mosaicos, pinturas, repostería, cocina, bordados, etc.". Esa concepción de los centros de madres no ha cambiado mucho en los últimos años. Es noviembre de 1986, hay estado de sitio, y cuatro mujeres están empleadas en una de esas áreas de interés, cosiendo uniformes escolares en un taller de corte y confección. Podría ser otra tarde más de agujas y pedales, pero la supervisora les informa que la directora de la organización asistirá a la exposición de fin de año. Lucía Hiriart estará ahí para ver su trabajo. Ese anuncio cambia todo para ellas y la tarde en que eso ocurre es Bello futuro.

Este viernes se estrenará en la Sala de la Universidad Mayor el montaje que lleva a escena a Cema Chile, la organización de centros de madres que tras el golpe se hizo emblema del régimen bajo la dirección de la entonces Primera Dama, Lucía Hiriart, quien aún hoy lidera la institución. Escrita por Gerardo Oettinger (El otro baño), la obra se inspira en testimonios de la época. Hay uno particularmente determinante en su historia: el de un grupo de mujeres que quemó su centro de madres como forma de protesta durante el régimen de Pinochet.

"No pienso prestarme pa' esta cuestión. Ojalá no nos hagan leerle poemas, como cuando fuimos al Portales". Es con frases como esas que los personajes de Bello futuro empiezan a manifestar su resistencia a la visita. Ellas están ahí por necesidad, pero no quieren ser utilizadas. "Toman conciencia de que algo tienen que hacer, que tienen que reclamar, que tienen que recuperar la libertad de expresión", explica Oettinger. De ahí pasan a la burla, al delirio de asesinato, a la idea de pasar a la historia con el crimen y a la posibilidad del incendio.

Aunque con personajes de ficción y actrices profesionales, la obra se monta con características documentales gracias a la dirección de Paula González, conocida por montajes de esta línea como Ñi pu tremen y Galvarino. Ella investigó textos e imágenes y acudió a su historia personal, acompañando a su abuela a un centro de madres, para recrear en escena un taller ochentero de Cema Chile. En él las actrices de la compañía Teatro Síntoma cosen de verdad, toman té real mientras interpretan a mujeres jóvenes y pobres que llegaban a Cema Chile en busca de trabajo y de un espacio para esquivar las prohibiciones, para reunirse cuando los encuentros estaban vetados.

"El eje central de la obra está en las injusticias que viven las mujeres en esa época, la pobreza, las restricciones como forma de adoctrinamiento. Nosotros tradujimos esas restricciones en elementos cotidianos dentro del centro de madres, como las prohibiciones de fumar, de tomar té, de conversar", explica González.

Lucía Hiriart no aparece en escena. Sólo se habla de ella y la posibilidad de su visita. Ante su ausencia, la figura visible del poder es Margarita Cornejo, una de las voluntarias que enseña y supervisa a las socias pobres de Cema Chile y que, coincidentemente, es el único personaje con apellido.