Condiciones tan elevadas del espíritu como el altruismo o tan mundanas como el egoísmo estarían determinadas por la mayor o menor longitud de un gen: en este caso el Avpr1. Se trata de un nuevo ejemplo de que rasgos humanos que se creían condicionados completamente por factores ambientales -como la educación y la familia-, en realidad dependen en gran parte de la genética.
Los genes, por ejemplo, determinan cuán feliz es una persona, el tipo de personalidad que tiene, la elección de sus amigos o, incluso, qué pareja busca.
En este caso, el trozo de ADN tiene relación con la cantidad de receptores que tienen las neuronas para la denominada hormona "del amor", técnicamente conocida como vasopresina y que se asocia a la creación de vínculos sociales y afectivos.
Mientras más largo es el gen, más receptores posee el cerebro para esta hormona y más altruista es la persona. Al ser más corto, los receptores son menos numerosos y el individuo es más egoísta.
Los descubridores de esta asociación son investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. Hebrea de Jerusalén, que diseñaron un experimento económico, al que bautizaron como "El juego del dictador" y cuyo objetivo era identificar qué personalidades tienden al egoísmo extremo. Sus resultados se publican en la revista Genes, Brain and Behaviour de abril.
DAR Y RECIBIR
Para el experimento se reclutaron 203 estudiantes de ambos sexos con diferentes versiones del gen. A ellos se les dividió en dos grupos: dictadores y receptores. A los primeros se les dio 50 shekels -unos $ 6.500 chilenos- y se les dijo que, cada uno, podía quedarse con el dinero o distribuirlo con los jugadores receptores.
Por cada shekel que se quedaran recibirían otro y por cada uno que dieran, el receptor también tendría otro más. Es decir, aquello de "es mejor dar que recibir" perdía su sentido si se trataba de aumentar la riqueza del dictador, mientras que la fortuna del receptor dependía totalmente de lo que el dictador quisiera otorgarle.
Al final cerca del 18% de los dictadores optó por quedarse con todo el capital, casi la mitad dio alrededor del 50% de su dinero y hubo un 6% que lo distribuyó todo. No hubo diferencia de género en los resultados del experimento.
Richard Ebstein, quien dirigió la investigación, decidió ver qué sucedía con el Avpr1 en los más egoístas, quienes resultaron tener la versión más corta de este gen. La relación se explica porque estas personas, al tener menos receptores para vasopresina, sentirían menos placer cuando realizan una buena acción, como es repartir su riqueza con quien no la tiene.
El profesor Nicholas Bardsley, de la U. de Southampton, agrega que el 6%, que fueron los más altruistas -los que dieron todo-, serían los que tienen más habilidad social para crear redes con su generosidad, capacidad de la que carece el 18% más avaro.
MOLDEADOS POR EL ADN
Los estudios genéticos en humanos han demostrado que el Avpr1 está encargado de la mayor o menor existencia de receptores para la vasopresina -hormona de la empatía- los que se distribuyen en zonas del cerebro como el hipotálamo, la amígdala y el tálamo. Estos centros tienen relación con las emociones y los afectos, que son un componente importante del egoísmo y la generosidad, explican los investigadores israelíes.
A pesar de esta determinación genética, la educación y los valores familiares pueden modificar lo que está impreso en el ADN. Aunque lo contrario también es posible, que el ambiente refuerce lo que está en los genes.
De hecho, el ser humano tiene uno de los ADN más plásticos del reino animal, en donde el ambiente puede influir en su mayor o menor expresión. Esto explica que las conductas prosociales en la vida sean heredables, aunque modificables.