El dinero no hace la felicidad. O al menos eso concluye el Informe Mundial de la Felicidad de 2017, patrocinado por la ONU y que está liderado por Noruega, a pesar de la baja en el precio del petroleo, base de su economía.
Mientras que en Estados Unidos la renta media aumentó en la última década, pero su felicidad ha ido disminuyendo, cayendo un puesto -quedando en el 14- con respecto al informe anterior.
Y si bien los países nórdicos encabezan el top 5 de naciones felices, los americanos no se quedan atrás, con 13 países en el top 50: Costa Rica es el más feliz de América y Chile lidera el ranking en Sudamérica. Le siguen Brasil (22), Argentina (24), México (25), Uruguay (28), Guatemala (29), Panamá (30), Colombia (36), Nicaragua (43), Ecuador (44) y El Salvador (45).
El informe, que estudió los casos de 155 países y utilizó datos de entre 2014 y 2016, para medir la felicidad de cada país analizó el nivel de felicidad a partir de diversos indicadores, como el sistema político, los recursos, la corrupción, la educación o el sistema de sanitario.
Además, realizan encuestas en la que los participantes responden calificando del 1 al 10 el apoyo social que reciben si algo va mal, su libertad para poder elegir sobre su vida, su sensación de corrupción en la sociedad y cómo de generosos se consideran.
Junto a establecer la supremacía de los países nórdicos en cuanto a la felicidad, que se basa una sensación de comunidad y entendimiento en el bien común, también reveló que los países que más mejoraron sus índices son de Latinoamérica y el Caribe.
"Los aspectos humanos son los que importan. Si la riqueza hace más difícil tener relaciones frecuentes y de confianza con otras personas, ¿merece la pena?", preguntó John Helliwell, el principal autor del reporte y economista en la University of British Columbia de Canadá (en el 7mo puesto). "Lo material puede interponerse en el camino de lo humano".
Sin embargo, hay que tener algo dinero para ser feliz: la mayoría de los países en las últimas posiciones viven una situación de pobreza extrema. Pero a determinados niveles, el dinero de más no sirve para comprar un extra de felicidad, explicaron Helliwell y otros.