En medio de un caluroso día, que se vivió con expectación y luego alegría, me encontré con los descendientes de O'Higgins y Grau, unos chamanes y el "niño cóndor", además de entrar al patio del palacio de gobierno en medio de la gente ansiosa por escuchar al Presidente.
Llegué a Lima el domingo en la mañana. Temprano, acá hay dos horas menos que en Chile, así que cuando pisé el aeropuerto el comercio recién estaba comenzando a abrir sus puertas. Lima me recibió con un clima húmedo, muy caluroso, pese a que estaba nublado.
En una primera impresión, me pareció que la gente no estaba muy interesada en el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, que resolvería el diferendo marítimo entre Chile y Perú.
Así que me fui al centro de la ciudad, ahí donde están todos, y luego de dármelas de visitante experimentada y andar sola en el Metropolitano, transporte público que es una mezcla de nuestro Metro y el Transantiago, llegué a la Plaza Mayor de Lima, corazón de la ciudad, donde está el Palacio Pizarro, sede del gobierno, la Catedral, la municipalidad de Lima y un paseo constante de personas entre peruanos y turistas de todas partes del mundo. A
hora el ambiente tenía un sabor especial, pues a esa gente se sumaban periodistas, que como yo, buscaban informar sobre el sentimiento previo al fallo.
Fuera de lo que podía pensar, el domingo fue sumamente productivo. La plaza me cautivó, y sin darme cuenta, estuve todo el día ahí. Y casi cuando pensé que no pasaría nada, se comenzaron a instalar dos pantallas gigantes que transmitirían el fallo a todos quienes quisieran verlo. En directo. Con traducción. Todo pasaría al día siguiente.
EL FALLO
Como era de esperar, y debido a la diferencia horaria, mi día empezó de madrugada. Pero en Lima amanece temprano. Y también muy temprano comienza a doler el sol. Porque aquí el sol duele. En los hombros, en la cara, en la frente.
Si viene a Lima no se olvide del bloqueador solar.
La plaza amaneció con las calles cerradas, no se permitía el tránsito en la menos una cuadra a la redonda. Al centro, periodistas chilenos y peruanos ya transmitían sobre los detalles y la previa a la lectura de la sentencia. Las pantallas seguían apagadas, pero imponentes, esperando para transmitir.
Cerca de las 8.30 horas, comenzó a llegar gente, pero eran pocos, y la policía no los dejaba entrar a la plaza.
Ahí fue cuando apareció un hombre disfrazado de Bernardo O'Higgins, que aseguraba ser descendiente del "padre de la patria" chileno, anunciando además que más tarde llegaría el descendiente del almirante Manuel Grau, quien es considerado el máximo héroe peruano. Efectivamente más tarde apareció Grau, abrazando a O'Higgins y tomandose fotos con quién se lo pidiera.
Por otra parte, y cuando el fallo ya iba avanzando, llegaron unos chamanes de la selva peruana, diciendo que tanto Chile como Perú son países hermanos. En medio de esa algarabia, la plaza comenzó a llenarse, y las escalinatas de la Catedral eran la mejor opción para capear el calor que a esa hora de la mañana ya amenazaba con ser insoportable.
Los grupos de manifestantes aparecieron después. En tanto, varias personas se me acercaban preguntando de donde venía, no faltó quien quiso saber como era el ambiente en Chile, ni los colegas locales que pedían "una cuña" para salir en directo en la radio. Tampoco faltaron los comerciantes que ofrecían todo tipo de merchandising con la marca Perú, sombreros y paraguas para protegerse del sol.
Ya al finalizar el fallo, la plaza hervía de gente, yo en medio, observaba y escuchaba; no había mucha claridad sobre el resultado. "Ganamos o perdimos?" Era la pregunta más común. Las dudas se disiparon cuando, dos horas después y por cadena nacional el presidente Ollanta Humala anunció que la corte "nos concedió el 70% del total de nuestra demanda". Ahí empezaron los aplausos, y los gritos de "Viva el Perú" fueron en aumento.
El punto culmine fue cuando el presidente Humala pidió abrir las puertas del palacio y dejar que la gente que estaba en la plaza entrara a escuchar un discurso al patio de honor.
La oportunidad fue especial para mi, que no pude entrar por donde estaba la prensa acreditada y ya estaba casi resignada a ver todo el discurso desde afuera. Apenas se abrieron las puertas y entró una masa de gente, me metí entremedio y llegue al centro del patio a escuchar a Humala.
El entusiasmo fue aumentando y terminó con el himno nacional. Fue entonces cuando Humala y su esposa, Nadine Heredia, tomaron una bandera y se acercaron a la gente, quienes los abrazaron y quisieron seguir hasta el interior del palacio, poniendo un poco en aprietos a la seguridad presidencial.
Después de eso, la gente feliz, se comenzó a retirar en calma. Algunos se mantuvieron en los alrededores del palacio comentando lo sucedido. Otros seguían preguntando si habían ganado o perdido, y ya al caer la tarde la plaza se veía como un día normal, sin banderas, con turistas y vacía de los periodistas que tan temprano la usamos de escenario.