Hace un par de meses el país se enteró de las malas prácticas financieras de la multitienda La Polar. El hecho puso en el tapete noticioso la forma de operar de algunas compañías, donde los ejecutivos incurren en actos poco éticos con tal de alcanzar sus metas económicas. Lo de La Polar se suma a otros escándalos financieros internacionales ocurridos a comienzos de este siglo que pusieron en jaque la confianza en el funcionamiento del mercado. Gracias a ellos, los ejecutivos empezaron a ser vistos casi como depredadores voraces en su afán de obtener mayores ganancias. No sólo engañaban a sus accionistas, sino también al mercado. Los negocios, las empresas y sus ejecutivos se convirtieron en el blanco de las críticas.
Esto obligó a muchas escuelas de negocios a redoblar sus esfuerzos en temas relacionados a la Etica de los Negocios. Hoy sería imposible encontrar una buena Escuela de Negocios que no ponga énfasis en este aspecto y también resulta impensable imaginar el mundo de los negocios desligado de la ética. Sin ética no hay confianza. Sin confianza, no hay libre mercado. Casos como el de La Polar revelan prácticas reñidas con la ética que deterioran la fe en los actores del sector.
En las últimas décadas de modo creciente la ética de los negocios ha ido ganando importancia. En los años '70 algunas escuelas pioneras comenzaron a dictar los primeros cursos de ética de los negocios y recién en los '80 esta disciplina se consolidó. Sin embargo, su gran auge comenzó cuando se hicieron públicos escándalos financieros como los casos Enron, Tyco, WorldCom y Parmalat. Estos escándalos acarrearon además fuertes críticas al libre mercado y su funcionamiento.
Una economía de mercado se basa en la libre competencia, donde distintos agentes persiguen su propio interés para promover el beneficio de la sociedad. En esta competencia existen reglas del juego claras y bien diseñadas. El que hace trampa, arriesga una tarjeta amarilla o roja. La responsabilidad es de cada jugador. La llamada mano invisible descansa en el respeto a las reglas por medio de una conducta ética y la buena voluntad en el cumplimiento de la ley. La falta de ética genera más leyes, es decir, más regulación.
Por eso, la tarjeta amarilla no se hizo esperar tras los escándalos financieros: el mercado y las empresas recibieron una mayor regulación a través del Acta Sarbanes Oxley, que establece nuevos estándares para los consejos de administración, dirección y mecanismos contables de las empresas que cotizan en la bolsa norteamericana e introduce responsabilidades penales. En Chile el caso La Polar probablemente redunde en nuevas normativas de la Superintendencia de Valores y Seguros.
La ética se relaciona con lo que es correcto y genera como resultado la confianza en las interacciones. Tiene que ver con alcanzar ciertos fines buenos, pero también se relaciona con las acciones correctas para alcanzarlos. Vemos que ya surgen algunas inquietudes: si la ética es alcanzar fines buenos, ¿no podemos caer en esa trampa donde el fin justifica los medios? Ahora bien, si la ética dice relación con las acciones correctas para alcanzar un fin, ¿no nos recuerda el dicho de que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones? La ética debe verse tanto desde el ángulo de las acciones como de los fines ¿Cómo compatibilizar la maximización de las utilidades con una conducta éticamente correcta?
PARA TENER EN CUENTA
Los escándalos financieros no son exclusivos de ningún país, sino que pueden aparecer en economías grandes, medianas y pequeñas.
Algunos ejemplos de casos surgidos en la última década: en 2001 la empresa energética Enron reconoció que infló sus ganancias en US$600millones. A través de sofisticados mecanismos de maquillaje financiero, ocultó por años las verdaderas cifras contables a sus accionistas, a sus empleados y al mercado.
En Tyco International, conglomerado multinacional de manufacturas y servicios, el Presidente Ejecutivo y el Director de Finanzas fueron declarados culpables por defraudar a la compañía al tomar préstamos secretos y bonos injustificados entre 1999 y 2001.
En julio de 2002 la empresa de telecomunicaciones World Com se declaró en quiebra tras admitir que desde hacía un año había realizado diferentes maniobras contables para disimular las pérdidas por unos US$3.900 millones, en un intento de mantenerse atractiva para los inversionistas.
Cuando Parmalat estaba a punto de declararse en quiebra, en 2003, la multinacional de alimentos italiana intentó calmar al mercado diciendo que tenía un documento que acreditaba la existencia de inversiones en Islas Caimán. El Bank of America declaró que ese documento era falso. El desfalco financiero llegaría a los 10 mil millones de euros, producto de artificios contables y fraude.
En Chile, en mayo de este año se destaparon las prácticas financieras de la multitienda La Polar, la que venía repactando unilateralmente los créditos de miles de sus clientes, de manera que la deuda de éstos crecía exponencialmente. De esta forma la empresa mostraba utilidades imaginarias y no castigaba los créditos impagos, haciendo subir su acción.
Del mismo modo, hemos sabido también de atentados a la libre competencia por medio de colusiones de importantes actores de mercados altamente sensibles al bienestar de las personas, como el sector farmacéutico.
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