En los concursos de belleza –que ya ni los familiares de las concursantes se animan a mirar– un clásico que siempre acapara el mayor rating es el desfile en traje de baño. Y no es en bikini, ni trikini ni ningún otro engendro de la moda acuática en estos largos 100 veranos de historia de los bañadores. Indiscutiblemente, el traje de baño tiene una elegancia y dignidad que ni el relajo sexy de los bikinis ha podido arrebatarle en los últimos 50 años.

Al final, todo se reduce a una cuestión de gustos. Todo lo que se dice del corte de los trajes de baño es un mito. Simplemente tiene que ver con la silueta que nos acostumbramos a ver en cada década. Por ejemplo, hace unos veinte años, cuando se usaban los trajes de baño rebajados que hacían ver piernas enormes de largas, nos gustaban no por el diseño en sí; nos empezaron a gustar una vez que nos acostumbramos a esa silueta de cuerpo. Hoy, esa silueta no es la imperante y no nos gustaría un rebaje descomunal aunque tuviéramos las piernas cortas como de gato.

Los grandes diseñadores de trajes de baño, los que han amasado fortunas con los trajecitos de lycra, son famosos por estas creaciones y no por los bikinis, que venden más y dejan mayores ganancias en sus cofres. Doña Lenny Niemayer, la creadora de Lenny, quizás la marca más famosa de trajes de baño de Brasil, junto con Rosa Chá, es venerada por los trajes de baño elegantes y sexy que ha exportado a todo el mundo.

La princesa Diana, poco antes de morir, yacía tomando un baño de sol, en el yate de su novio Dodi, con traje de baño. La Presidenta Bachelet fue paparazeada en una playa de Brasil bañándose con un bañador. El traje de baño siempre será el traje oficial de bañarse, el vestido largo de matrimonio, el smoking de la fiesta de gala, el oficialismo y la etiqueta playera.