Leonardo Zuluaga tenía 10 años cuando pensó por primera vez en unirse a la guerrilla. Era 24 de diciembre de 2000 y ese día iba camino a comprarle un regalo a su madre, que estaba de cumpleaños, cuando soldados del Ejército lo interceptaron, en pleno desarrollo de un operativo militar. Entonces lo acusaron de tener vínculos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y de ser un "sapo" del grupo armado, con fuerte presencia en la zona de Vegalarga, en el departamento del Huila. "Nosotros no sabíamos nada", asegura Leonardo (25) desde Manizales, en el departamento de Caldas, a La Tercera.

infografía de farc

"Me interrogaron, me torturaron, me fracturaron dos dedos de la mano derecha", cuenta. Un mes más tarde, Leonardo le pidió a los guerrilleros que lo recibieran entre sus filas. "Ese hecho me generó bastante resentimiento. Me quería unir a ellos como forma de mecanismo de protección o venganza", dice. Tras ser aceptado, recibió un entrenamiento de cinco años, luego se dedicó a la logística del comando: compraba botas, uniformes y armamento. "Yo soy campesino y el trabajo es pan de cada día, en ese sentido no fue tan difícil. Lo que sí es difícil es la guerra, tener que estar en medio del combate, en la vida militar y el peligro", sostiene.

El caso de Yenny Borda fue distinto. Tenía 11 años y vivía en una finca con su padre en el municipio de Guadas, a una hora y media de Bogotá, cuando un grupo de guerrilleros llegó a su casa a buscarla. "¡Te tienes que ir con nosotros!", le ordenaron. "Era algo común, en la zona había guerrilla. Me llevaron sola. Ese día mi padre no estaba en la casa", cuenta Yenny, desde el municipio de La Dorada, en el departamento de Caldas. "Fue un proceso bastante difícil, de mucha tristeza, de aburrimiento, de soledad, era como estar en esclavitud. No tenía familia", recuerda la joven en diálogo con La Tercera.

A su vez, Robinson López se unió a las Farc a los 14 años. "Era muy pequeño y entonces uno no entiende nada de eso de la guerra", dice desde Samaná, en Caldas. "Sentí que ahí tenía más oportunidades", recuerda.  "A ratos vivíamos momentos muy difíciles. Estaba uno relajado y luego nos tocaba salir corriendo cuando menos lo pensábamos. Nunca pude hablar con mi familia", cuenta a este diario. Solo veía a su hermano, que estaba ahí con él, hasta que murió fusilado y entonces Robinson decidió dejar la guerrilla, luego de tres años.

Como aun no tenía 18 años, el gobierno lo envió a un hogar de bienestar. "El proceso de reintegración fue más bien fácil. Ahí me ayudaron mucho y estuve casi un año en el programa", cuenta.  Ahora tiene 27 años y trabaja en la construcción.

A Leonardo lo capturó el Ejército cinco años después de que se uniera a la guerrilla. "El proceso de reinserción no fue fácil", cuenta. Primero lo llevaron a un correccional de menores y después  ingresó a distintos programas de formación para ex guerrilleros. Terminó sus estudios y al cumplir los 18 años siguió en un programa bajo la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) para volver a la vida civil. "Necesité acompañamiento psicológico, programas sociales, formativos, tuve que hacer actividades comunitarias", cuenta. Ahora Leonardo tiene 25 años y tiene tres trabajos: es coordinador de proyecto en una fundación, secretario juvenil de Medio Ambiente en el Municipio de Manizales y oficia de DJ en una disco.

A su vez, poco antes de cumplir los 13 años, Yenny se escapó de la guerrilla. "Me volé. Fue un momento de locura, de la juventud, la inocencia, de tomar riesgos. Decidí que no quería seguir más ahí y me fui", cuenta.

Luego de pasar por distintos pueblos, la enviaron a Bogotá, donde una tía. Terminó el quinto año de colegio y después ingresó al programa de reinserción del gobierno. Yenny hoy trabaja con otros desmovilizados de distintos grupos armados y advierte que el proceso de paz "no será fácil". Al mismo tiempo, Leonardo habla de un "hecho histórico" y adelanta que votará "sí" en el plebiscito del 2 de octubre. Menos optimista es Robinson: "Yo no creo que ellos se vayan a entregar y listo".