Fue un alumno rebelde, un profesor innovador y un arquitecto osado. En 1929, Sergio Larraín García-Moreno (1905-1999) inauguró el Edificio Oberpauer, en la esquina de calle Huérfanos con Estado. Sus líneas sencillas y funcionales impactaron a la sociedad santiaguina. "Era un edificio bancario, que a la gente de clase alta no le gustó. Le decían que había hecho una atrocidad, que cómo podía ser que él, viniendo de buena familia, podría haber hecho un desastre", dice Cristóbal Molina, autor junto a Andrés Téllez del libro Residencias modernas (UDP). Esa publicación es la base de una muestra fotográfica en la Galería Hunter Douglas (Bicentenario 3883, Vitacura), que abre hoy y se extiende hasta el 28 de febrero.

Son viviendas en altura que se transformaron en hitos de la arquitectura moderna de Santiago, construidos entre los años 30 y 60. Larraín fue el pionero: en 1933, el padre del fotógrafo Sergio Larraín levantó el Edificio Santa Lucía (también conocido como "edificio barco"), que debido a su altura desató críticas entre los vecinos. "Pero fue mejor recibido y hoy sigue siendo un edificio símbolo del centro", apunta Molina.

Las construcciones modernas se repartían entre las lujosas, que se ubicaban en espacios como el Parque Forestal y, más tarde, se trasladaron al centro. Ahí destaca el Edificio Plaza de Armas, de 1953, también de Larraín. "Allí  agrupa muchos departamentos y servicios. Ese edificio tiene cine y locales comerciales", explica Molina. También se contruyeron viviendas sociales, como la Población Huemul y los edificios Serrano.

Era una época de cambios, en la que Larraín estaba ávido de participar.

Desde sus años estudiantiles discutió con sus profesores sobre la necesidad de dejar de lado la anticuada estética neoclásica. Eso se potenció con su viaje a Europa, a los 23 años, en el que se  interiorizó en los diseños de Le Corbusier y de la Bauhaus. Décadas después, ya convertido en el decano de la Escuela de Arquitectura UC, sería el mayor gestor de la visita de Josef Albers, figura Bauhaus, a Chile.

"Larraín pensaba que el real cambio debía venir desde la Escuela de Arquitectura. Como profesor, introdujo la idea de vanguardia a la escuela de la UC", dice Molina. Esas innovaciones le valieron el Premio Nacional de Arquitectura, en 1972. Pero sus aportes no sólo se limitaron a lo urbanístico. Durante su vida acuñó una gran colección de objetos históricos que, en 1981, hizo públicas con la creación del Museo Precolombino.  Además, fue regidor del Partido Conservador, embajador en Perú durante el gobierno de Frei Montalva e, incluso, agente del Servicio de Inteligencia Británico durante la Segunda Guerra Mundial. Un hombre de intereses múltiples, que dejó su huella en el siglo XX y cuyos rastros aún están presentes en Santiago.