La búsqueda de parámetros de clasificación socioeconómica ha sido una constante en la historia del mundo. En la antigua Roma se hablaba de patricios, plebeyos y esclavos para caracterizar los distintos estratos de la población; en la era industrial, de campesinos, obreros, empleados y propietarios. En Chile, desde los 80, se usa la convención internacional, que divide a las diferentes capas en ABC1, C2, C3, D y E. Pero esos trajes, a la luz del crecimiento económico, la masificación de la tecnología y la propiedad privada y el desarrollo educacional de las últimas décadas, ya no nos quedan bien y no reflejarían quiénes somos. Así lo plantean los sociólogos Rodrigo Salcedo, Alejandra Rasse y Juan Pardo, quienes proponen modificaciones para entender quiénes y cómo se caracterizan los habitantes de este país de hoy. Su objetivo: abrir una discusión amplia sobre el tema.
La propuesta de estos profesionales considera la existencia de cinco estratos, pero con diferentes pesos respecto del estándar actual. A ella llegaron tras emprender distintos estudios y contrastar la realidad social chilena con expertos en mediciones de mercado.
Su visión es que el esquema tradicional ya no da cuenta de la realidad social en Chile y que el desarrollo material y cultural ha llevado a que en el país haya más personas en estratos altos y menos en capas pobres. En el marco del libro "El arte de clasificar a los chilenos", de Expansiva-UDP y la U. Alberto Hurtado, los autores concluyen que dado el progreso económico las capas han tendido a moverse y si antes el ABC1 era el 10% (convención que hasta hoy se usa en encuestas y estudios de mercado), ellos señalan que es el 15%. Lo mismo ocurre con el D y el E, que en la visión tradicional es el 45% y ellos sitúan en 40%.
Más aún, agregan, la definición de la categoría AB hoy es más nítida de acuerdo a parámetros de consumo tangibles -como número de viajes por año fuera del país-, y a características particulares de ese grupo, como sus redes sociales, su carácter de propietarios de medios de producción o bienes inmuebles distintos del hogar en que habitan y el hecho de que podrían vivir directamente de sus rentas, sin "incorporarse al mundo del trabajo", según sostienen. "Hoy estamos en un punto en que los estudios de mercado podrían ser perfectamente capaces de trabajar con este segmento, que es cerca del 5% de la población", dice Rodrigo Salcedo.
Entre ellos y el C1, que es el restante 10% y corresponde a grupos altos, las diferencias son tenues, pero suficientes para dar cuenta del fenómeno de desarrollo que ha vivido el país. Eso los llevó a concluir que "en Chile no puede haber las mismas elites que hace 20 años".
Se trata, en este caso, de profesionales que ejercen en forma independiente su profesión o bien ocupan cargos altos en grandes y medianas empresas, pero que para mantener su estatus "dependen, en gran medida, de su trabajo y de los procesos de acumulación de capital que éste les ha permitido", señalan.
Otra de las cosas que les llamó la atención es que bajo el paraguas de las llamadas capas pobres -D y E- se agrupa hoy cerca del 45% de la población. "Eso era en los años 90 -apunta Salcedo-. Hoy seguimos hablando ese lenguaje, en circunstancias que las mediciones indican que la indigencia está más cercana al 5% que al 12% de esa década y que la pobreza ha bajado del 20%". Visto así, argumenta, los hogares en situación de pobreza (los llamados E) son el 15% y no el 20%, y el segmento D, que hoy se sitúa en el 35%, baja a 25%.
EFECTO EDUCACION
¿Qué provocó ese cambio? Hay, según su visión, una serie de transformaciones estructurales que permiten entender la distribución social en Chile. La primera de ellas es que la educación se masificó. "Muchos chilenos, si bien no han alcanzado aún niveles de bienestar material comparables a los del mundo desarrollado, al menos poseen las herramientas para competir", afirman. El punto ha sido recogido en la práctica. Los bancos y las multitiendas, por nombrar un ejemplo, ya consideran a las capas populares como sujetos de crédito. El estrato D, si bien no clasifica dentro de la clase media, tampoco es pobre y tiene capacidad de compra y de pago, aunque esta última es inestable.
Otra de sus características es que la educación les ha dado confianza en que ascenderán socialmente y que creen que sus problemas individuales se resuelven en forma individual, lo que los ha alejado del clientelismo y de la dependencia de las políticas de Estado.
La masificación de la propiedad privada es otro punto. En los '90, el déficit habitacional bordeaba el millón de viviendas; esto es, 3,5 millones de personas. Hoy quienes habitan en campamentos no son más del 1% de la población, o 150 mil habitantes. Las personas se han transformado, progresivamente, en dueñas de sus propias casas. Las llamadas "capas populares", además, han abrazado los valores y las formas de vida de la clase media, que de acuerdo a la medición propuesta es, entre C2 y C3, el 45% de la población.
LA NUEVA PROPUESTA
ABC1: Elite y grupos altos (15%)
Elite (5%): Provienen de colegios tradicionales, cuentan con amplias redes sociales, son propietarios de algún medio de producción o bienes inmuebles distintos del hogar en que habitan. Podrían vivir de sus rentas, sin estar en el mundo del trabajo.
Grupos altos no miembros de la elite (10%): Profesionales que ejercen en forma independiente o bien ocupan cargos ejecutivos de grandes y medianas empresas. Dependen de su trabajo y de la acumulación de capital que éste les ha permitido.
C2: Grupos medios-medios (15%)
Basan su bienestar económico sólo en los ingresos provenientes de su trabajo, poseen un capital humano que les asegura una remuneración tal que la fluctuación del mercado no los acerca en ninguna forma a la pobreza y se consideran suficientemente seguros como para endeudarse para el consumo de bienes durables como vivienda y automóvil.
C3: Grupos medios bajos (30%)
Sin gran capital humano, su principal ingreso proviene del trabajo y han accedido a una estabilidad que les ha permitido acumular bienes. Se alejan, así, de la vulnerabilidad. Sin gran capacidad de pago, pueden resistir eventuales problemas de salud y de empleo sin caer en situación de pobreza, gracias a su ahorro y a los bienes acumulados.
D: Vulnerables a la pobreza (25%)
Se dividen, según los autores, en dos:
Vulnerabilidad eventual (15%): Tienen trabajo estable y con remuneraciones continuas. Un obrero de la construcción es vulnerable a una depresión económica, pero puede mantenerse por largos períodos en el mercado laboral por sus habilidades.
Vulnerabilidad crónica (10%): No poseen las habilidades laborales para conservar un empleo formal en el tiempo. Tienden a recaer cada cierto tiempo en la pobreza y su principal ingreso es del trabajo, independiente de situaciones que afecten al conjunto de la economía.
E: En situación de pobreza (15%)
Pobres no indigentes (10%): Tienen ingresos al menos para una canasta básica para cada uno de sus integrantes. Una parte de sus ingresos proviene de transferencias del Estado, se financian en el mercado informal.
Indigentes (5%): Ingresos menores a una canasta básica. Gran parte de sus ingresos proviene de transferencias del Estado a través de distintos subsidios.