¿Qué podrían tener en común William S. Burroughs, Andy Warhol y David Lynch? Además de nacer en EE.UU., y convertirse en tres de las figuras más importantes de la cultura pop americana del siglo XX, los tres vieron en la fotografía una fuente de creatividad paralela a sus carreras oficiales. Hasta el 30 de marzo, el trabajo tras la cámara del autor de El almuerzo desnudo, del más brillante de los cultores del arte pop y el director de Terciopelo azul, se reúnen en The Photographers Gallery, de Londres. Están juntos, pero no revueltos: en salas paralelas se exhibe la especial mirada de cada uno tras la lente.

Coincidiendo con el centenario de su nacimiento, se presentan más de 100 fotos en blanco y negro tomadas por Burroughs entre 1950 y 1970, en lugares como Nueva York, Londres, París y Tánger. Son instantáneas domésticas, escenas de calle, autorretratos, obras de construcción y retratos de sus amantes y amigos escritores y artistas. Entre ellas destacan las que tomó de los beatnik: Jack Kerouac y Allen Ginsberg, muchas de las que se usaron para ilustrar artículos críticos de sus obras. Para el autor de Junkie, la fotografía era una herramienta de experimentación estética. Estaba encantado por lo que él creía era la "capacidad de la fotografía de interrumpir el continuo espacio-tiempo y ampliar la percepción del espectador del mundo físico", dijo en una entrevista.

El escritor también creó collages, con pedazos inconexos de imágenes, buscando nuevas significaciones. En Londres se exhiben algunas de estas creaciones, además de Open towers fire, una película experimental realizada por Anthony Balch, a partir de la obra de Burroughs.

Creer en la fotografía

Más conocida es la relación entre arte y fotografía que estableció Andy Warhol, quien a los nueve años recibió su primera cámara. Impulsor del arte como objeto de consumo, Warhol estaba obsesionado con las técnicas de reproducción en serie, por lo que no es extraño su fascinación con la fotografía. En los años 50, cuando ya veía la creciente popularidad de los medios impresos, el artista advirtió: "Les dije que no creo en el arte, pero sí creo en la fotografía".

La relación se estrechó aún más, cuando en 1976 adquirió una cámara compacta Minox con la que registró desde escenas urbanas, fiestas, productos de consumo, amigos e interiores deshabitados. La muestra exhibe más de 50 de estas fotos, que van de 1976 a 1987, además de los Stitched Works: fotos idénticas cosidas una junta a otra formando un gran mural, las que por supuesto forman parte de la misma idea serial trabajada en los famosos grabados de Elvis Presley y Marilyn Monroe.

Más joven, el único artista vivo de la tríada, David Lynch, exhibe fotos que amplían su oscuro y melancólico estilo cinematográfico, a través del registro de fábricas abandonadas, torres de electricidad y parajes laberínticos que recuerdan, sobre todo, escenas de sus primeras películas como Eraserhead (1977), El hombre elefante (1980) y Duna (1984).

En las más de 80 imágenes, Lynch se muestra fascinado por la industrialización, apareciendo distintos tipos de antiguas fábricas como centro de su narrativa personal. Algo así como "un refugio a la avalancha del progreso y la tecnología moderna", anota Petra Giloy, curadora de la muestra, que reúne imágenes tomadas entre 1980 y 2000.

Por estos días, el director de Twin Peaks está alejado de los set de rodajes. Su mayor ocupación es la meditación trascendental, la música, la pintura (que Burroughs también exploró) y por supuesto la fotografía: el año pasado Lynch fue invitado a Paris Photo, uno de los festivales de la disciplina más importantes del mundo.