El 30 de agosto, a la misma hora en que el ministro Nicolás Eyzaguirre escuchaba en Lo Prado las conclusiones de una de las últimas jornadas de participación por la reforma educacional, en Concepción los estudiantes universitarios agrupados en la Confech asestaban un duro golpe al Mineduc. Los dirigentes revaluaron sorpresivamente su permanencia en los diálogos, y con 20 votos a favor y 19 abstenciones, decidieron abandonar la iniciativa.
La que fue concebida por el gobierno como la fórmula para comprometer al movimiento estudiantil con la reforma educacional se terminó convirtiendo en la escenografía del quiebre entre las partes. Mientras la Confech argumentó que buscaba avanzar hacia otro tipo de diálogo, uno "directo y vinculante", Eyzaguirre sólo se animó a decir que los universitarios "tendrán sus razones" para su marginación.
La notificación sorprendió al titular de Educación frente a un auditorio de cerca de 250 personas que llegaron al Liceo Gladys Valenzuela, un edificio de tres pisos pintado de blanco y azul, con algunas pozas de agua tras la lluvia de la madrugada, unos cuantos vidrios rotos y un lienzo colgado en el patio central con la leyenda: "Por una educación de calidad", que según un apoderado del colegio fue colocado ahí por la municipalidad para acompañar la visita del ministro.
"La voluntad política no es abstracta. La voluntad política la exige la gente cuando siente que esto hace una diferencia para la vida de ellos, sus hijos y los que seguirán a sus hijos", dijo Eyzaguirre al cerrar la jornada, una suerte de arenga, reafirmando la dirección de la reforma y el compromiso de La Moneda con ésta, a pesar de las disonancias privadas y públicas con la Confech, el Colegio de Profesores y algunos dirigentes de la Nueva Mayoría.
"De todas las cosas que escuchamos, les puedo decir con alegría que son casi idénticas a las que nosotros nos mueven", continuó el ministro ante el improvisado auditorio del Gladys Valenzuela.
Por estos días, en la Sala América de la Biblioteca Nacional, el Mineduc expondrá las conclusiones de los diálogos temáticos, primera etapa del plan de participación que resume una serie de contactos de las autoridades de la cartera con alumnos, profesores, apoderados y que incluye la contribución de los dirigentes universitarios antes de que decidieran abandonar la iniciativa.
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"¿Cuántos de aquí son apoderados de este colegio?", pregunta Miguel Crispi, asesor del ministerio y ex dirigente estudiantil, en la exposición que abrió la jornada de participación. Unas 15 personas levantaron tímidamente la mano, quizá con el recuerdo reciente de los resultados del Gladys Valenzuela en las últimas mediciones del Simce: por debajo del promedio nacional en prácticamente todas las materias y todos los niveles.
"Bueno, necesitamos ingresos fijos para costos fijos, eso es algo que debe considerar la nueva educación pública", dice el sociólogo segundos después, intentando entusiasmar a los presentes con la idea de que los beneficios de la reforma sí llegarán a comunas como Lo Prado. Con esa frase, Crispi arranca los primeros aplausos a la audiencia, aunque buena parte de los asistentes opta por mantener rostros de incredulidad. Siguieron así hasta el final de la presentación.
Varios de ellos ni siquiera abren la carpeta que recibieron en el pórtico del colegio, y que contenía folletos de la reforma elaborados por el Mineduc, unas hojas blancas y un lápiz. "Ante tanta desinformación, les pido paciencia", solicita Crispi en otro pasaje de su exposición.
Antes de terminar, el sociólogo anuncia un video que, asegura, derriba los mitos respecto de la reforma educacional. En la pantalla aparece la campaña de Revolución Democrática que llama a "perder el miedo" a la iniciativa, con la voz de Giorgio Jackson de fondo.
En el cierre, los aplausos son más numerosos que antes, pero apenas se anuncia el primer break de la jornada, el asesor de Eyzaguirre es abordado por un par de apoderados para aclarar sus inquietudes, luego vendría el turno de un estudiante universitario. En el patio, unos apoderados les explican a otros que los colegios particulares subvencionados no van a cerrar, que esos son mitos, que hay que respaldar la reforma, que la cosa se ve bien. Todos asienten con la cabeza.
Café en mano, Sonia Ramírez, presidenta de la Unión Comunal de Mujeres de Lo Prado, observa de cerca a Crispi. Dice que la gente, más allá de las explicaciones sobre los efectos de la reforma, quiere que los colegios de la zona sean mejores, como los de otros barrios más acomodados, y que el temor no es al cierre de colegios o la expropiación de edificios, es temor "a que la cosa no resulte, a que terminemos peor que antes".
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Unos días antes a la realización de la jornada, el departamento provincial de Santiago Poniente buscó entre profesores, funcionarios de la repartición pública y vecinos de Lo Prado a los monitores. Ellos fueron los encargados de conducir a los grupos de trabajo que debatieron luego de la exposición de Crispi. Todo, bajo el lema escogido por el Mineduc: "La escuela que queremos" y que se reproduce en todas las reuniones contempladas en el Plan de Participación.
De hecho, ese mismo sábado, a lo largo del país se ejecutaron simultáneamente 15 reuniones similares, que se unen a las decenas agendadas por el Mineduc, y que en los próximas días serán sistematizadas y publicadas en la página web del plan. Las conclusiones -en todo caso- no son vinculantes, aunque en la cartera aseguran que formarán parte sustantiva de las modificaciones prevista para la reforma.
En Lo Prado, en varios grupos las demandas se repitieron: mejores condiciones laborales para los profesores y mejor infraestructura para los niños.
Eyzaguirre sólo hace su aparición para cerrar la jornada y son varios los apoderados que se acercan al ministro y aprovechan su presencia para interiorizarlo de problemas más domésticos.
Una de ellos es Marianela Lavín, quien tiene a su hijo en la Escuela Golda Meir de esa comuna. Según ella, a cuatro años del terremoto, en el colegio aún hay salas con graves trizaduras y varios ventanales rotos, en un establecimiento que data desde 1969.
Apenas divisa a Eyzaguirre, Lavín se acerca al secretario de Estado, lo sigue por el pasillo, sube con él la escalera y consigue por unos segundos su atención. "No me sé de memoria los 11 mil colegios", le respondió el titular de Educación con una sonrisa mientras la apoderada lo pone al tanto de la infraestructura dañada del establecimiento.
Antes de entrar a una de las salas del Gladys Valenzuela para conversar con los asistentes de la jornada, Eyzaguirre le pide calma y le recomienda "esperar por el proyecto de reforma".
Lavín se encogió de hombros y ensayó una tibia sonrisa. "Algo es algo", comenta resignada.
Otra apoderada, en tanto, que viene desde Cerro Navia, intenta entregar a Eyzaguirre una carpeta con pruebas de supuestas irregularidades en los colegios de la comuna. Pero asesores del Mineduc terminan conversando con ella y tomando sus datos.
Como en cada una de las reuniones que se sucedieron a lo largo del país, los grupos de participantes plasman sus conclusiones en un papel kraft y las exponen ante la mirada atenta del ministro y las autoridades presentes.
Casi nadie respeta los cinco minutos asignados a cada intervención, lo que prolongó la jornada hasta más allá de las 15 horas.
La demora no excusa a Eyzaguirre de presenciar las acrobacias de un grupo de jóvenes de Lo Prado, quienes aguardaron por más de una hora al economista para realizar una torre humana en el patio del Gladys Valenzuela.
"Cuando uno lee la prensa o escucha a ciertos opositores de la reforma y dicen que lo que hemos planteado no tiene que ver con lo que dice la gente, o que no tiene que ver con lo que ocurre en la sala de clases, aquí hay un desmentido categórico, porque lo que ustedes han estado conversando hoy, sus sueños son nuestros sueños y sus pesadillas son nuestras pesadillas", dijo Eyzaguirre al despedirse de los participantes.
Al terminar, con Color esperanza, de Diego Torres, a todo volumen por los parlantes dispuestos para la ocasión, una tercera persona aborda a Eyzaguirre. Esta vez, el turno es de Gilda Burlando, profesora del Gladys Valenzuela que le deja un recado: "Espero que todo esto no sea sólo para la televisión". El ministro la mira, sonríe y se retira.